𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 33

4 1 0
                                    

Elisabeth:

El viaje hacia la mansión Harrington había sido tranquilo, como una pausa entre la tormenta. La noche anterior se sintió como algo sacado de un sueño: la feria, los colores, las luces, la música suave de fondo, y sobre todo, la cercanía entre nosotros. Cedric había sido más dulce de lo habitual, casi como si por un momento dejara caer su barrera. Pero aunque la emoción aún me envuelve, no puedo ignorar esa ligera sensación de inquietud. En la vida de Elizabeth Merrick, cuando todo parece ir bien, algo inevitablemente tiende a complicarse.

Suspiro mientras miro de reojo a Cedric, quien, como siempre, mantiene los ojos fijos en la carretera, su expresión imperturbable, pero más relajada de lo habitual. Su mandíbula no está tan apretada, y sus dedos no tamborilean sobre el volante como suelen hacerlo cuando está ansioso. Aun así, su naturaleza calculadora siempre lo hace parecer como un depredador observando su entorno, listo para cualquier cosa.

Cuando finalmente llegamos a la mansión Harrington, Hendrik  aparece casi de inmediato para recibirnos. Como era de esperar, su saludo va dirigido solo a Cedric, ignorándome como si fuera un adorno más en la estancia. Lo mismo de siempre. Hendrik parece ser incapaz de reconocer mi existencia más allá de mi relación con su jefe.

—Señor Harrington —dice Hendrik con su tono profesional—. Me gustaría comentarle algunos asuntos importantes.

Cedric asiente, ya metido en su rol de jefe. Yo siento como si mi presencia en la conversación fuera innecesaria, como si ya sobrara.

—Iré a mi habitación —le informo rápidamente antes de irme. Ni siquiera espero una respuesta.

La habitación está vacía cuando llego. Me cambio con rapidez y tomo mis cosas para la universidad. El reloj me recuerda que estoy tarde, pero tengo que ver a mi sicóloga, no puedo saltarme esa cita. Mientras bajo hacia la cocina, me encuentro con Julianny, quien está cantando y bailando mientras cocina. Me acerco sigilosamente y le toco las costillas, provocando que se sobresalte y casi deje caer una sartén.

—¡Ah, por Dios, Elizabeth! ¿Pretendes matarme? —exclama mientras yo me río a carcajadas por su reacción. Le doy un abrazo afectuoso.

—Yo, que voy tarde a la universidad, me tomo mi tiempo para saber de ti. ¿Y así me tratas? —le digo, exagerando con tono dramático, a lo que ella solo rueda los ojos.

—Te ves muy animada hoy —dice, mientras prueba un poco de lo que está cocinando—. ¿Qué, tuviste sexo anoche? —pregunta con una sonrisa traviesa, sin esperar que yo le responda afirmativamente.

—Sí. —Lo digo con naturalidad, y veo cómo se quema la lengua en shock.

Corro a buscarle un vaso de agua, que ella toma rápidamente, mirándome con los ojos bien abiertos.

—¿De verdad? —pregunta todavía asombrada.

Asiento con una pequeña sonrisa, ligeramente incómoda por la conversación. Ella se ríe con fuerza.

—Guao, ahora entiendo tu ánimo. Quiero todos los detalles. —Señala mis cosas.

—Con mucho gusto te cuento, pero no hoy. —Me despido mientras me dirijo a la puerta, sintiendo su mirada fulminante sobre mí.

Como Cedric estaba ocupado con Hendrik, el chófer me lleva a la universidad. No me molesta; después de todo, Cedric pasó toda la noche conmigo. Puedo darle un respiro.

Los días pasan como en un abrir y cerrar de ojos. Octubre da paso a noviembre, y pronto diciembre estará aquí, uno de mis meses favoritos. Las festividades siempre traen consigo una sensación de nostalgia y alegría.

Miro el reloj en mi teléfono discretamente. La profesora ha extendido la clase más de lo necesario. Todos estamos inquietos, deseando salir ya. Finalmente, cuando el timbre suena, recojo mis cosas apresuradamente. Debo encontrarme con Cedric, quien seguramente lleva un rato esperándome afuera.

Camino con prisa por los pasillos llenos de estudiantes. Uno de mis cuadernos se me cae de las manos. Me agacho para recogerlo justo cuando choco contra alguien y caigo al suelo. El golpe me hace frotarme la espalda por el dolor. Una mano aparece frente a mí, pero la ignoro, demasiado adolorida para aceptarla de inmediato. Cuando por fin me pongo de pie, veo que la persona sigue allí, recogiendo mis libros.

—Lo siento mucho —dice, y hay algo en su voz que me resulta familiar. Alzo la vista y mi corazón da un vuelco.

—¿Víctor? —Su nombre sale de mis labios antes de que pueda procesarlo. Él me mira con una ceja levantada, sin reconocerme al principio.

—¿Nos conocemos? —responde con su característico acento venezolano que nunca se le quitó por completo.

Me cruzo de brazos mientras lo examino. Tarda unos segundos en ubicarme y luego suelta una sonrisa de lado.

—Elizabeth Merrick. —Sus ojos recorren mi rostro—. Mira nada más, ya no usas brackets.

—Y tú ya no eres un piojo —le respondo, sonriendo con nostalgia.

—Pues no, evidentemente. Soy más alto que tú ahora. —Ambos nos reímos, recordando viejos tiempos.

Víctor González. Era un joven venezolano que llegó a nuestro estado cuando éramos adolescentes. Fuimos amigos en la preparatoria hasta que tuvo que cambiarse de escuela por problemas legales con su estatus migratorio.

Me sorprendo al ver cuánto ha cambiado. Cuando éramos adolescentes, era más bajo que yo, pero ahora tengo que levantar la vista para mirarlo. Su piel bronceada resalta las facciones marcadas de su rostro, y noto que tiene esa misma sonrisa confiada que solía tener.

—Sigues con ese horroroso cabello rubio —comenta burlonamente, tocando mi cabello.

—Es natural, ¿qué quieres que haga? —Le aparto la mano con un manotazo, aunque no puedo evitar sonreír.

—Vaya, sigues siendo fría. Por eso nunca tenías novio. —La palabra "novio" me recuerda a Cedric, y el pánico se apodera de mí.

—¡Ay, Dios! ¡Tengo que irme! —Tomo mis cosas y corro, dejando a Víctor confundido detrás de mí.

Cuando llego a la salida, busco el auto de Cedric, pero no lo veo a primera vista. Entonces, noto a varias personas tomando fotos de un Mclaren negro y azul estacionado cerca. Me acerco rápidamente, pero justo antes de llegar, siento una mano suave en mi brazo.

—Elizabeth, tu celular. —Es Víctor de nuevo, sosteniendo mi teléfono con la pequeña cadena de tulipanes que me regaló Cedric.

—Gracias —le digo rápidamente antes de correr hacia el auto.

—¿No podías a ver venido con un auto más discreto? —le reclamo pero realmente no me molesta, solo que la gente mira mucho.

Sin embargo, el no dice nada, tiene en ceño ligeramente fruncido y no se digna a mirarme. Arranca el auto sin decir una palabra y yo no sé que rayos le pasa.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: 5 hours ago ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

ꨄ︎𝑆𝑒𝑛̃𝑜𝑟𝑖𝑡𝑎 𝑀𝑎𝑙𝑎 𝑆𝑢𝑒𝑟𝑡𝑒ꨄ︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora