𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 13

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Elizabeth:

Después de secarme las lágrimas, otra vez, me levanté lentamente de la cama. No podía evitar sentirme patética. Las emociones me habían superado de nuevo, y aunque odiaba admitirlo, ese peso en el pecho seguía ahí. Escuchar la historia de Julianny por quinta vez tampoco ayudaba, pero al menos me distraía.

—¿Siempre lo mantienes tan rizado? —le pregunté mientras terminaba de ayudarla a definir su cabello.

—Obvio —respondió con una sonrisa—. No me veo con el pelo lacio, ni de broma.

No pude evitar pasar una mano por mi propio cabello. Lacio y ondulado, como siempre.

—Creo que te quedaría bien con el cabello lacio, pero sí, tendría que acostumbrarme a verte diferente. —Julianny soltó una carcajada ligera.

—Y yo a ti con rizos. —Ambas reímos mientras seguía definiendo su cabello.

Un breve silencio llenó el aire, hasta que noté la sonrisa traviesa formándose en su rostro.

—¿Esa sonrisa? —le dije, arqueando una ceja—. Estás pensando en Cameron, ¿verdad?

—¡Para nada! —me empujó suavemente, sonrojándose, pero la sonrisa no desapareció.

—Solo estaba pensando que deberías definir tu cabello. —me observó con la misma intensidad de siempre.

—¿Yo? —me sonrojé, sintiendo de repente una pequeña inseguridad—. No creo que me quede bien.

—¡Claro que sí! —respondió con entusiasmo—. Con esos mechones dorados, seguro te verías genial con rizos. Vamos, inténtalo.

Suspiré y lo consideré por un momento, imaginándome a mí misma con rizos rebeldes. Una parte de mí lo rechazaba, pero la otra... sonreí ante la idea.

—Vale, está bien, pero solo si me ayudas.

Julianny soltó una risa victoriosa y se levantó con energía. Me hizo sentarme en la cama mientras tomaba sus herramientas: productos, peine y otras cosas que, para ser honesta, ni sabía para qué eran.

—Eh... se supone que voy a ayudarte, pero comadre... ¿cuándo fue la última vez que te peinaste bien?

La miré confundida.

—¿Ayer? Cuando me arreglaste para la fiesta.

—¡Dios mío, tu cabello parece un nido de pájaros! —rió, sacudiendo la cabeza con falsa desesperación.

—¿Vas a peinarme o seguir insultando mi pelo? —le dije entre risas.

—Ambas. —bromeó, mientras se acercaba con sus productos.

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Cedric:

El amanecer me encontraba, como siempre, sin haber conciliado bien el sueño. Las horas de trabajo se habían vuelto mi única compañía constante, un escape de esa especie de agotamiento que sentía, aunque no físico, sino mental. La empresa esperaba, pero algo en mí se resistía a irse de inmediato. El sonido suave de unos pasos nerviosos me sacó de mis pensamientos. No necesitaba ver para saber de quién se trataba.

—Pasa. —dije, sin levantar la mirada de los papeles.

Los pasos se acercaron, y pronto Elizabeth Merrick, con sus mejillas ligeramente sonrojadas, se paró frente a mí. La chaqueta que llevaba en sus manos era una señal clara de por qué estaba aquí.

—Tenga... —su voz fue suave, casi un susurro. Era evidente que pensaba que estaba molesto, pero en realidad, había olvidado por completo el incidente de la fiesta.

—Cedric, lo siento mucho, no quería causar un desastre. —Comenzó a hablar rápidamente, justificándose de mil maneras mientras yo me limitaba a observar. Su cabello, que usualmente caía en mechones lisos, hoy estaba completamente rizado. Los rizos dorados se movían con cada uno de sus gestos nerviosos, y algo en esa imagen me resultó hipnótico.

Ricitos de oro, pensé sin poder evitarlo. La comparación me hizo esbozar una sonrisa. La forma en que su cabello brillaba bajo la luz de la oficina, sus ojos grises inquietos y sus labios rosados, todo parecía salido de un cuento infantil.

—¿Me estás prestando atención? —me interrumpió, su voz irritada sacándome de mis pensamientos.

—No. —admití sin titubear, viendo cómo fruncía el ceño, claramente molesta.

—Estoy tratando de disculparme y tú ni siquiera me escuchas. —cruzó los brazos, ofendida, pero pude notar que una parte de ella intentaba no reírse.

—Muy bien, ya basta Ricitos de oro. —dije, con un tono casual.

Hubo un silencio, mientras su cerebro procesaba lo que acababa de decir.

—¿Me estás llamando Ricitos de oro? —preguntó con una mezcla de incredulidad y diversión.

—Sí. —respondí sin inmutarme—. Solo que sin los tres osos y la parte en la que invades casas ajenas.

No pude evitar notar cómo su postura cambió. Sus manos descansaron en sus caderas y sus labios comenzaron a curvarse en una sonrisa.

—¿Es en serio?

—Totalmente. —dije con una sonrisa ligera. Ella finalmente soltó una risa, relajándose.

—Estoy tratando de disculparme, ¿sabes?

—Y yo, de decirte que no hay nada que disculpar. —me acerqué un poco más—. No fue tu culpa. Nadie lo notó, y aunque lo hubieran hecho, no es asunto de nadie.

La vi suspirar, sus mejillas sonrojándose aún más.

—Gracias.

—¿Por qué?

—Por ser... paciente. Sé que no es fácil lidiar conmigo. —murmuró, mirando el suelo. Había algo en su vulnerabilidad que me desarmaba, aunque nunca lo admitiría en voz alta.

El silencio que cayó entre nosotros era incómodo, pero a la vez lleno de algo más, algo indescriptible.

—¿Te gustaría tomar algo? —dije finalmente, tratando de romper la tensión—. El día está...

—Hermoso —terminó ella con una sonrisa.

—Aunque yo prefiero los días lluviosos.

—Curioso, teniendo en cuenta que llevas una tormenta en la mirada. —ella se ruboriza pero luego sonríe.

—Gracias, y la verdad es que me gustaría bastante, pero tengo que ir a la universidad. —me quedó en silencio por un momento, pensado muy bien en lo que voy a decir.

—Si quieres puedo llevarte, voy saliendo. —ella se queda pensativa por unos segundos, y luego asiente despacio.

—¿Estás Seguro? No quiero molestar.

—No me hubiera ofrecido si fuera una molestia ¿Vamos? —tomo más llaves y salgo de la habitación dejándola ir alante.

Este va hacer un día muy largo.

ꨄ︎𝑆𝑒𝑛̃𝑜𝑟𝑖𝑡𝑎 𝑀𝑎𝑙𝑎 𝑆𝑢𝑒𝑟𝑡𝑒ꨄ︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora