Capitulo 6

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El sol alcanzaba su punto mas alto cuando Aquino y Duxo se acercaron al antiguo templo, donde se rumoraba que el amuleto aguardaba, capaz de poner fin a las aterradoras pesadillas que asolaban a Duxo. El aire era denso, y Aquino sentía un nudo en la garganta. Sabía que esas pesadillas no eran simples sueños, sino la manifestación de la oscuridad que crecía dentro de Duxo.

Esa oscuridad tenía nombre: Mukasa, el espíritu maldito que lo poseía, alimentándose de los miedos y dolores que atormentaban a Duxo. Aquino lo sabía demasiado bien.

A medida que se acercaban a la entrada cubierta de musgo y enredaderas, Aquino lanzó una mirada rápida hacia Duxo, su compañero y... algo más. Duxo caminaba en silencio, pero su inquietud era palpable, como si esperara ser atacado en cualquier momento.

—¿Estás bien? —preguntó Aquino, intentando sonar despreocupado, aunque ambos sabían la verdad. Duxo asintió, pero su mirada perdida y la tensión en su mandíbula decían lo contrario. Las noches en vela lo estaban desgastando.

Instintivamente, Aquino tomó la mano de Duxo, apretándola con fuerza. Tratando de transmitirle paz con ese simple gesto. Duxo respondió al contacto, dejando que la calidez de Aquino lo anclara por un instante.

El templo se erguía frente a ellos, majestuoso en su decadencia, mientras el eco de sus pasos resonaba por los pasillos fríos y oscuros. Aquino recordó el mapa que habían estudiado y señaló el camino hacia la cámara principal, donde el amuleto descansaba, esperando a ser reclamado.

El silencio entre ellos se rompió con el repentino ataque de una criatura monstruosa que surgió de las sombras. Aquino se preparó para la lucha, pero Duxo se lanzó hacia la bestia con una fuerza desmedida, como si estuviera desquitando cada uno de sus demonios internos.

Aquino lo observaba con preocupación. Duxo, siempre tan meticuloso y controlado, ahora parecía estar peleando contra algo más que la criatura. Cada golpe lo hundía más en su propia oscuridad. Aquino intentó intervenir, pero Duxo no escuchaba; su rabia era un río desbordado, y la línea entre la criatura y sus propias sombras se difuminaba.

Mukasa parecía estar incitándolo, empujándolo más allá de sus límites. Aquino sintió un escalofrío. El espíritu maldito estaba ganando terreno.

El Mob intentó escapar, pero Duxo no le dio tregua. Aquino lo siguió, desesperado por alcanzarlo, hasta que lo encontró, espada en alto, a punto de destruir por completo al enemigo. Sin embargo, en los ojos de Duxo, Aquino vio algo que lo aterrorizó: no quedaba rastro de clemencia, solo una oscuridad abrumadora.

—¡Duxo, detente! —gritó Aquino, agarrándolo del brazo con fuerza. Pero Duxo, como si no lo reconociera, giró su espada hacia Aquino por un segundo, apuntando directo a su garganta.

Los ojos de ambos se encontraron, y Aquino sintió un vacío helado recorrerle el cuerpo al ver en los ojos de Duxo algo que le aterrorizaba más que la criatura misma: una furia ciega y descontrolada, como si ya no pudiera distinguir entre la realidad y las sombras que lo atormentaban.

Bajó la espada, pero sus manos seguían temblando. Sus ojos buscaban desesperadamente una respuesta, algo que le indicara que no estaba perdiendo el control, que aún quedaba algo de él. Pero lo único que encontró fue la fría mirada de la realidad.

Duxo levantó la vista, sus ojos brillantes por las lágrimas contenidas. —No puedo... cada vez que cierro los ojos, las pesadillas regresan. Me dicen que te voy a perder, que te haré daño. No sé cómo detenerlo — Aquino sintió que Duxo estaba a punto de explotar. Su respiración era irregular, y sus ojos, que siempre habían sido una ventana hacia su alma, ahora reflejaban un abismo oscuro. —No puedo... —susurró Duxo, como si hablase más para sí mismo que para Aquino. En ese instante, Aquino sintió una brisa helada que no provenía del exterior. Era Mukasa, observando desde las sombras, alimentándose del miedo.

—Duxo, tienes que controlarte. Esto... esto no eres tú —dijo Aquino, su voz llena de preocupación.

—Ya no sé qué es real... Las pesadillas y la realidad se están mezclando, y hay momentos en que... —Duxo respiró con dificultad, su pecho subiendo y bajando frenéticamente— ...siento que no puedo confiar ni en lo que veo, ni en lo que siento. Dudo de todo, Aquino. Incluso de ti.

Aquino sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Las palabras de Duxo eran como una advertencia sombría de que lo peor estaba por venir. A pesar de la urgencia por encontrar el amuleto, Aquino no podía ignorar el hecho de que su compañero estaba siendo devorado desde adentro, y si no encontraban una solución pronto, la oscuridad podría consumirlo por completo.

—Esto es Mukasa.. —susurró Aquino, más para sí mismo que para Duxo. Sabía que el espíritu se estaba adueñando de Duxo, poco a poco. Si no lo detenían pronto...

Duxo bajó la mirada, agotado. —Ya ni siquiera sé si estas pesadillas son realmente mías... o si es algo que me está invadiendo.

Aquino no podía apartar los ojos de Duxo. Este se dejó caer de rodillas, respirando con dificultad, sus manos temblando. Aquino se acercó lentamente, arrodillándose a su lado.

—Lo superaremos, Duxo. Encontraremos la forma de detener estas pesadillas, pero tienes que resistir —dijo Aquino, tratando de sonar más convencido de lo que se sentía realmente.

Duxo lo miró con ojos llenos de desesperación. —No quiero perderte, Aquino. No puedo.

Aquino sintió un nudo en la garganta, pero antes de que pudiera responder, una calma tensa los envolvió al llegar a la cámara principal. En el centro, el amuleto brillaba con un resplandor tenue, como si los esperara.

El ambiente en la cámara principal cambió drásticamente, como si el mismo aire se tornara más denso y pesado. Aquino se acercó al amuleto, sintiendo un hormigueo recorrerle la piel. Al tocarlo, una energía extraña y antigua lo envolvió, recordándole lo delicado que era el equilibrio entre la luz y la oscuridad que habitaban en Duxo. Aquino lo tomó con cuidado, sintiendo una extraña energía envolviéndolo. Le pasó el amuleto a Duxo, esperando que al menos pudiera ofrecerle un respiro de las horribles tormentas.

Duxo lo tomó en sus manos temblorosas, y al contacto, una luz suave lo envolvió. Por un momento, parecía que la oscuridad retrocedía, como si Mukasa hubiera sido expulsado temporalmente. Pero Aquino, observando con atención, sabía que la lucha estaba lejos de terminar.

Mientras salían del templo, Aquino no pudo evitar mirar a Duxo con preocupación. Sabía que tenían el amuleto, pero también sabía que eso no sería suficiente.

Mukasa seguía ahí, esperando en las sombras.

Realidad Rota [Duxino]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora