Capítulo 11

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La brisa suave movía las hojas de los árboles, meciendo las ramas como un susurro distante. Duxo se sentó junto al borde del bosque, mirando hacia el horizonte. El canto de los pájaros acompañaba el ambiente, pero nada parecía aliviar el peso en su pecho. La calma que buscaba se sentía fuera de su alcance, siempre escapando justo cuando creía atraparla.

Apoyó los codos en las rodillas y pasó las manos por su rostro. El silencio no le daba paz, era la oportunidad exacta para que sus alucinaciones ataquen. Había tratado de distraerse, pero siempre regresaba al mismo punto: estaba perdiendo la batalla contra sí mismo.

Entonces, entre las sombras del bosque, la vio.

Una figura se movía con lentitud, casi deslizándose entre los árboles, fusionándose con la oscuridad del bosque. Al principio pensó que era su imaginación. Cerró los ojos y respiró hondo, convencido de que solo necesitaba concentrarse. Sin embargo, cuando volvió a abrirlos, la figura seguía ahí. Era él mismo, pero diferente.

La versión corrupta de Duxo sonrió con burla. Sus ojos brillaban con un odio que él no reconocía, como si esa versión fuera el reflejo de todo lo que temía ser.

—Sabes que es inevitable —susurró la sombra—. No puedes escapar de lo que eres. Estás destinado a caer... y a destruir todo lo que toques. Incluso a él.

Duxo sintió cómo se le helaba la sangre. Sabía que no podía ser real, que era solo una alucinación producto de sus miedos, pero las palabras lo atravesaron como una espada afilada.

—No eres real —murmuró, apretando los puños—. Esto está en mi cabeza.

La sombra inclinó la cabeza, con una sonrisa torcida que no tenía nada de humano.

—¿Estás seguro? ¿Y si ya estás perdiendo el control sin darte cuenta? ¿Y si la próxima vez que lo mires... es para destruirlo?

El pánico lo paralizó. La idea de hacerle daño a Aquino lo aterrorizaba más que cualquier oscuridad. Un peso invisible apretaba su pecho, dejándolo sin aire.

Entonces, sintió una mano cálida en su hombro.

—¿Duxo? —La voz de Aquino lo sacó de su trance.

Duxo parpadeó, mirando alrededor con desesperación. La sombra ya no estaba. El bosque parecía inofensivo, como si nada hubiera ocurrido. Pero el miedo seguía allí, en lo profundo del bosque.

—¿Estás bien? —Aquino lo miró con preocupación, sus ojos buscando alguna señal en su rostro.

Duxo se obligó a sonreír. Sabía que no podía decirle la verdad. No ahora.

—Sí, claro —dijo con una sonrisa falsa—. Solo... disfrutaba del paisaje.

Aquino arqueó una ceja, claramente sin creerle del todo, pero no insistió.

—Necesito hablar contigo —dijo Aquino, apartando la mirada hacia el bosque—. Voy a salir por un tiempo. Hay algo que tengo que hacer, y debo hacerlo solo.

Duxo frunció el ceño, sintiendo que el miedo volvía a apretar su corazón.

—¿Solo? ¿Qué es tan importante que no puedo acompañarte? — respondió Duxo, su voz quebrándome un poco.

Aquino suspiró, intentando no dar demasiados detalles.

—Es una misión que debo cumplir yo mismo. No puedo poner a nadie más en peligro.

—¿Estás seguro? —Duxo trató de mantener la voz firme, pero la preocupación se notaba en cada palabra—. ¿Estarás bien?

Aquino asintió, sin revelar más.

—Sí. Solo necesito que te quedes aquí y confíes en mí. ¿Podrás hacerlo?

Duxo lo miró a los ojos y sintió cómo la duda lo comía. Quería decir que sí, que podía quedarse sin problema, pero el temor de estar solo, con sus pensamientos y su oscuridad, lo aterrorizaba.

—Claro —respondió al final, obligándose a mantener la sonrisa—. Estaré bien.

Aquino lo miró un momento más, como si quisiera asegurarse de que Duxo le estaba diciendo la verdad. Luego, asintió lentamente.

—Regresaré pronto —prometió Aquino y antes de irse le dio un fuerte abrazo para luego girarse y alejarse hacia el bosque.

Duxo se quedó allí, viendo cómo desaparecía entre los árboles, sintiendo que cada paso que Aquino daba era como un hilo más que se rompía dentro de él.

Cuando se quedó solo de nuevo, la sombra volvió a aparecer en su mente, susurrando al oído.

—¿Cuánto tiempo crees que podrás fingir? Pronto lo perderás... y cuando eso ocurra, solo quedará la oscuridad.

Duxo cerró los ojos, suspiro agotado intentando mantenerse firme. Se abrazó a sí mismo en busca de su propia paz. La oscuridad o Mukasa siempre estaría ahí esperando su momento.

—No hoy —susurró Duxo, con un hilo de voz—. No hoy.

Ahora debía aguantar, ni el hermoso paisaje lograba distraerlo. Estaba solo.

Realidad Rota [Duxino]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora