Jack Conway

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"Nunca fui lo que querías, y no sabes cuanto me esforcé."

Los días en el hospital últimamente parecían interminables. Cada vez que miraba el reloj, las manecillas parecían congelarse, como si el tiempo se burlara de mí.

Sumergida entre documentos y mis propios pensamientos, ni siquiera registré el leve sonido de la puerta al abrirse. Estaba demasiado absorta para notar nada más.

La puerta se abrió de golpe, interrumpiendo mi momentánea desconexión. Levanté la vista de mala gana, con una de mis miradas más duras.

Caatro: Buenas tardes -dijo, entrando con una sonrisa despreocupada y varias bolsas en la mano-. Veo que tu turno va bien.

Rodé los ojos, incapaz de ocultar mi frustración.

_____: De la mierda -contesté secamente, fijando la vista en las bolsas-. ¿Qué llevas ahí?

Castro: Tu comida -dijo, señalando las bolsas como si fueran un regalo inesperado.

No fue necesario que abriera una sola bolsa para reconocer el aroma. Era de mi restaurante favorito, Kioto.

A pesar de todo, mis ojos no pudieron evitar brillar ante la tentación.

_____: Sabes que no puedo -dije, desviando la mirada hacia los documentos frente a mí, tratando de evitar caer en la ambición que se apoderaba de mí.

Castro:Por Dios, Stein -dijo con un tono burlón-, rompe esa dieta de una vez.

_____: No puedo, y lo sabes -respondí mientras firmaba un documento sin mirarla, más para mantenerme ocupada que por necesidad real.

Castro suspiró con exageración y, de repente, colocó su mano sobre la mía. El contacto me hizo tensarme ligeramente, pero sus palabras, aunque suaves, fueron como una daga.

Castro: Ya no tienes por qué preocuparte por eso -dijo, y su tono se tornó serio.

Mis ojos se clavaron en su mano, que aún reposaba sobre la mía. Tenía razón, aunque me doliera admitirlo. Ya no tenía por qué exigirme tanto, no más... no para tener su aprobación.

Jack ya no estaba en mi vida. No había necesidad de seguir demostrando nada a nadie, y mucho menos a mí misma.

_____: No puedo -repetí, pero esta vez mi voz sonó más débil, casi un susurro.

Castro suspiró de nuevo, esta vez con resignación. Recogió las bolsas sin decir nada más y salió de la oficina, dejándome sola con mis pensamientos.

Me quedé mirando la puerta cerrarse, un nudo formándose en mi pecho. Ya no era la misma de antes, lo sabía bien.

Era casi irreconocible para mí misma, pero desde que lo conocí, todo cambió. Jack Conway había entrado en mi vida como una tormenta, y ahora, su ausencia dolía tanto como su presencia alguna vez lo hizo.

Mi vida había dado un giro tan brusco que aún me costaba encontrar el equilibrio. Pero, a pesar de todo, aquí estaba, intentando seguir adelante... aunque a veces ni yo sabía cómo.

5:30 pm.

Bajé a la entrada del hospital para tomar un café de la máquina, aunque en otras plantas también había. La verdadera razón era que quería ver caras conocidas, socializar, aunque fuera por unos minutos.

Estaba cansada de pasar todo el día entre personas inconscientes, sin más interacción que los monitores que los mantenían vivos.

El ascensor se abrió, y casi de inmediato noté el caos. Médicos y enfermeras corrían por el pasillo como si el edificio se estuviera desmoronando.

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