CAPÍTULO 8 Eliot y Ivar

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Fue una larga tarde para ambos, como si se conocieran de toda la vida. Había sido la tarde más agradable que Amelia había tenido en mucho tiempo.



Al finalizar, Ivar la acompañó hasta su habitación. Conversaron en el trayecto y, al llegar a la puerta, se detuvieron para seguir hablando. Amelia, agotada, se recargó ligeramente en el marco, el cansancio comenzaba a notarse en su cuerpo.


Ivar continuaba hablando, narrándole historias de su familia y viejos cuentos élficos. Ella lo observaba con admiración, completamente cautivada por sus palabras.

La luz del atardecer se colaba suavemente a través del ventanal, bañándolos en un resplandor colorido que solo intensificaba el momento.


Del otro lado del pasillo, Eliot los miraba desde lejos, su rostro ensombrecido por la creciente incomodidad

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Del otro lado del pasillo, Eliot los miraba desde lejos, su rostro ensombrecido por la creciente incomodidad. Había sentido una punzada de celos esa misma mañana, y ahora, al caer la tarde, verlos de nuevo juntos resultaba insoportable.



“Un solo día, y este ya actúa como si la conociera de toda la vida…”, pensó, con rabia contenida.


Con pasos decididos y pesados, Eliot se acercó a ellos, su furia palpable en el aire. Al llegar, levantó la voz, claramente molesto:


—¿No escuchaste que te estaba hablando, Amelia? No creo que tengas tiempo para escuchar cuentos toda la noche.



Ivar, sin siquiera dignarse a mirarlo, siguió concentrado en Amelia, su tono sereno pero cargado de desafío:


—No sé tú, pero algunos preferimos conversar sobre cosas interesantes, en lugar de preocuparnos por la hora.



Amelia, visiblemente inquieta por la tensión creciente entre ambos, intentó calmar la situación:


—Eliot, de verdad… estoy cansada. Podemos hablar más tarde.


La frustración de Eliot era evidente mientras daba un paso hacia Ivar, cruzando los brazos de forma desafiante, su mirada fija en él, como si cada palabra de Ivar fuera una afrenta directa.



—¿Crees que puedes ignorarme así? No sé qué pretendes, pero no es asunto tuyo —espetó Eliot, su voz tensa.


Ivar, sin perder la calma, esbozó una leve sonrisa de desafío.


—No sabía que necesitabas un guardián —respondió con serenidad, sin apartar la mirada de Amelia.


Eliot, incapaz de contenerse, dio un paso más hacia él, la ira hirviendo en sus venas.


—¡No te equivoques! No voy a dejar que sigas rondándola como si… como si tuvieras algún derecho. Apenas la conoces.


Fue entonces cuando Ivar, con una frialdad que heló el ambiente, finalmente se giró para mirarlo. Sus ojos eran duros como el mármol, impenetrables.



—Lo que tú pienses no es mi problema.


Esta faceta de Eliot, más colérica y agresiva, era nueva para Amelia. Se sentía incómoda, la tensión era palpable en el aire. Intentando disipar el ambiente, dijo con una voz casi apagada:

El Legado De Las Sombras Carmesí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora