Capitulo 4 la primera vista

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Tras esa incómoda conversación con el príncipe, Amelia tenía muchas cosas en la mente, pero sobre todo las palabras de ese joven tan decidido. Dieron un breve paseo por el jardín hasta que fueron interrumpidos por uno de los guardias.

—Mi príncipe, la duquesa del Páramo ha llegad—

El príncipe Eliot, incómodo por la intromisión, se despidió apenado de Amelia y la dejó en el jardín, no sin antes decirle: "Espero verte esta noche en la cena." Una sonrisa se le escapó, haciendo que Amelia se sonrojara, y en menos de cinco segundos detalló todo lo que pudo del príncipe.

Tenía el cabello rizado y negro. Su piel era clara, con unas pocas pecas que adornaban su rostro. Sus cejas eran gruesas y sus ojos, de un color marrón claro, casi ámbar, lo observaban con una profundidad que la inquietaba. Sus rasgos eran afilados, pero lo más llamativo eran sus labios bien perfilados y una nariz recta.

“¿Qué demonios? ¿Por qué estoy pensando en él? Mejor me voy a casa,” pensó, sacudiendo la cabeza para despejar su mente.

Prefirió salir de allí lo más rápido posible. Una hora de viaje en auto, pero finalmente llegó a su casa, que estaba completamente vacía. Entró, dejó las llaves en el canasto de la esquina, salió al patio y se sentó a admirar la naturaleza, queriendo escuchar lo que el viento le decía, algún consejo que le diera dirección en lo que sentía por Eliot.

—No me dice nada… Soy tonta, pero tonta de verdad —murmuró para sí misma.

Pasaron horas y Amelia seguía mirando al vacío. De repente, sonó la puerta. Pasos fuertes se escuchaban a lo lejos, desde el patio. Owen se asomó y exclamó:

—¡Cariño, te veías espectacular! Atop y Elowin están ansiosos por verte esta noche. Te he comprado unas cositas, ¡mira, mira!—

Owen tomó a Amelia de la mano y la llevó al vestidor, donde le presentó tantos vestidos que ella no podía creer que hubiera gastado tanto dinero en ropa que nunca había usado.

—Papá, ¿esto es lo que haces con tu dinero? ¡Qué fuerte lo tuyo! —dijo Amelia, riendo mientras hacía un comentario sarcástico.

Los vestidos iban y venían. Owen siempre había deseado tener una hija, y afortunadamente le dieron una. Amelia lo miraba con ternura y emoción. Muchos recuerdos vinieron a su mente.

|| Mi padre ha sido la constante en mi vida. Es un hombre de pocas palabras, pero sus acciones hablan más que cualquier discurso.
Cuando era pequeña, él solía despertarse antes del amanecer. Recuerdo cómo se sentaba a mi lado en las frías mañanas, asegurándose de que mi abrigo estuviera bien ajustado antes de salir. Siempre con una sonrisa suave, como si supiera que esos pequeños gestos eran su manera de decir “te quiero” sin palabras.

En las tardes de verano, mientras yo jugaba en el jardín, él me observaba desde la sombra del viejo árbol. Nunca invadía mi espacio, pero su mirada siempre estaba allí, atenta. Sabía que su presencia era suficiente para darme la seguridad de seguir adelante.

Con los años, aprendí que su cuidado no era solo protección, era confianza. Me enseñó a valerme por mí misma, sabiendo que siempre estaría allí si lo necesitaba.

Ahora, al mirarlo, más canoso y con las manos marcadas por el trabajo de toda una vida, veo a un hombre que siempre me dio lo mejor de sí mismo. En sus silencios y sus gestos simples, construyó un mundo donde siempre me sentí segura, amada y libre.||

Pasaron las horas y ambos se probaban ropa como locos, hasta que finalmente encontraron los trajes perfectos para la cena.

—¿Me mirará con este vestido? —se preguntó Amelia en voz alta.

El Legado De Las Sombras Carmesí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora