CAPÍTULO 13 the truth of elowin

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Radiz, lleno de entusiasmo y cuidado, enseñaba a Amelia técnicas para controlar la inmensa energía que crecía con cada entrenamiento. La energía, al ser activada, buscaba desesperadamente salir, causando efectos secundarios físicos. Los más leves eran hematomas, pero en ocasiones perdía el conocimiento durante varias horas.

Una noche, como cualquier otra, Amelia ojeaba el enigmático libro que había traído de la biblioteca. El contenido la intrigaba profundamente; parecían relatos, misteriosos e irresistibles para su curiosidad.

-Radiz, ¿qué es esto de los dedos? -preguntó, señalando una imagen en el libro.

Radiz se inclinó para mirar. La ilustración mostraba manos manchadas de negro hasta las muñecas. Al verla, su expresión se tornó preocupada, mientras que Amelia, en contraste, se mostraba cada vez más fascinada por el contenido del libro.

 Al verla, su expresión se tornó preocupada, mientras que Amelia, en contraste, se mostraba cada vez más fascinada por el contenido del libro

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-Esas... esas marcas -comenzó Radiz, midiendo sus palabras- son de aquellos que han hecho un trato con el libro. Son maldiciones. La maldición del saber lleva a la locura. Debes ser muy fuerte de espíritu para no quebrarte... el poder es seductor, pero peligroso.

La curiosidad de Amelia se encendió aún más. Radiz lo notó, y su preocupación creció. Sabía que esa curiosidad no sería amiga del crecimiento de Amelia. Recordaba bien a Kęlte, quien lo había intentado y se perdió en el proceso, y a Hanuk, consumido hasta la locura por su propia mente.

-Entiende bien que, si pones en práctica esas enseñanzas, deberás dar algo de igual valor a cambio -advirtió Radiz, su voz cargada de gravedad.

Amelia, sin apartar la vista del libro, encontró otra imagen.

-¿Y Phäll? ¿Él lo logró?

Radiz suspiró antes de responder.

-Sacrificó a su familia por el conocimiento. Se aisló, dando todo de sí mismo. Cuando por fin lo dominó, regresó, pero ya no reconocía a nadie. Ni a su esposa, ni a sus hijos. Los olvidó para siempre.

Aunque Radiz parecía cada vez más preocupado, Amelia se llenaba de una luz inquietante con cada nuevo fragmento de saber que obtenía del libro.

Pasaron varios días, y Amelia apenas lograba controlar la poderosa energía que emanaba de ella. Las enseñanzas de Radiz eran impecables, y aunque no lo pareciera a primera vista, él era un maestro habilidoso.

-¿Cuánto tiempo llevas en esto? -preguntó Amelia, visiblemente más delgada, producto de su obsesión con el conocimiento y el descuido de su propio bienestar.

Radiz, jugueteando con los animales cerca de la casa, sonrió y respondió con ligereza:

-Ja, ja, ja... No sé, unos 200, quizás 300 años. Ya perdí la cuenta.

Amelia quedó sorprendida. Esperaba escuchar algo cercano a los 50 años, como Ivar. Sin embargo, la destreza con la que Radiz enseñaba dejaba claro que llevaba siglos perfeccionando su arte. Mientras hablaban, Radiz formó de la nada una bola de energía natural pura. Se podía sentir el peso que tenía, y comenzó a jugar lanzándola y atajándola con facilidad.

El Legado De Las Sombras Carmesí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora