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Era sábado treinta y uno, finalmente era el último día de octubre y Jungwon y Jay dormían abrazados, sin preocupaciones, solo dormían pacíficamente el uno junto al otro. El primero en despertar fue el azabache, quien al abrir sus ojos recordó todo lo que había sucedido durante la noche, cosa que le hizo sonreír inmediatamente. Ver a al menor utilizando solo una camiseta suya fue lo más lindo que pudo haber visto en el mundo. Inmediatamente dejó varios besitos en el rostro del pelirrojo, sin querer despertarlo, simplemente quería dejarle esas muestras de afecto.

—¿Hyung? 

Murmuró el más bajo moviéndose en la cama pero sin escapar de los brazos de Park. El susodicho lo único que hizo fue dejar un beso en los labios de su chico, un beso cortito y lleno de cariño.

Cuando Yang tomó consciencia de la situación, inmediatamente se avergonzó. Sintió como su corazón se aceleraba y sus mejillas enrojecían.

—¿Qué sucede, mi príncipe?

El pelirrojo se escondió en el cuello de su amado, sintiendo vergüenza.

A Jungwon por un lado le preocupaba que todo con Jay se estuviera dando tan rápido, pero por otro, se alegraba porque por fin podría mostrar su amor sin barreras, sin limitaciones, sin obstáculos.

—¿Quieres ir a desayunar? 

El menor asintió a la interrogante y ambos se levantaron. El menor con pena se colocó un pantalón del mayor mientras este se colocaba una camiseta.

Ambos fueron a la cocina, donde el mayor decidió preparar panqueques para ambos. Mientras el más alto cocinaba, el pelirrojo lo tenía abrazado por la espalda, disfrutando de su compañía.

—Gracias hyung.

—¿Por qué me estás agradeciendo?—Cuestionó.

—Por todo, me ayudaste a no tener miedo en el escenario, me trajiste aquí cuando no era tu obligación, siempre has cuidado de mí de manera inconsciente, me haces sentir querido, gracias...

AL escucharle, Jay se dio vuelta con una sonrisa, acunando el rostro de su amado, uniendo sus labios.

—De verdad que no tienes que agradecerme.

Cuando los panqueques estuvieron listos, ambos chicos fueron a desayunar.

—¿Crees que a tu padre se le haya pasado la molestia?

Aquella pregunta hizo que Jungwon bajara la cabeza, sin saber que responder, después de todo, nunca entendería lo que pasaba por la mente de su papá.

—No lo sé... creo que no.

—¿Quieres ir a averiguarlo?

El menor no sabía si negar y asentir, porque incluso si a su progenitor se le habría pasado aquel enojo, sabía que eso no haría que se llevasen bien.

—¿O prefieres ir a ver a Sunoo?

—¿Podemos hacer ambas cosas? Primero ir a mi casa, luego donde Sunoo, quiero recoger algo de ropa en caso de que no me quiera en casa aún.

Al final ese fue el plan que harían, ir a la casa del pelirrojo, para después ir a ver al rubio, a quien al parecer le daban el alta ese día.

Ambos chicos fueron a la habitación de Jay para vestirse, Jungwon con las ropas de este y salieron de su hogar, claro que despidiéndose de los padres del azabache antes. Caminaron juntos hasta la que sería la parada de buses para esperar al que les llevaría a la escuela de ambos, porque no había ninguno directo hacia la casa del menor, pero como este vivía cerca del lugar de estudio, sería mucho más fácil para ambos ir de esa forma.

Estando ya en el medio de transporte, ambos chicos decidieron entrelazar sus manos, Yang apoyando su cabeza en el hombro de su amado, cerrando sus ojos, sin importarles las miradas ajenas llenas de molestia, odio e inclusive asco.

Al bajarse en el paradero de la escuela, ambos chicos comenzaron a caminar hacia la que era la vivienda del más bajo, tomados de la mano, sus pasos coordinados y ambos con sonrisas tatuadas en sus rostros.

—Hyung, hoy se cumple un año desde que nos conocimos...

Park miró al pelirrojo un tanto impresionado, pero feliz.

—¿Un año? Es increíble, incluso si estuvimos separados un tiempo, ha sido el mejor año de mi vida solo porque estás tú.

Ambos se detuvieron brevemente, tomándose de sus manos y compartiendo un lindo beso lleno de cariño, ganándose nuevamente varias miradas de asco y desagrado, pero no les importaba.

Siguieron su camino hasta el hogar de Jungwon y al llegar, este respiró hondo nervioso, siempre le dio miedo tener que hablarle a su papá cuando este estaba molesto, porque si de por si este ya era cruel e hiriente con él, en esas ocasiones era peor, se duplicaba el mal trato hacia su persona,

Yang decidió respetar la decisión de su padre de no verlo, por lo que optó, en lugar de entrar con sus llaves, tocar el timbre.

No tardó mucho tiempo en el que aquel hombre saliera con una amable sonrisa, sonrisa que se borró apenas vio a su hijo acompañado del mismo chico del día anterior.

Ambos habían soltado sus manos para evitar que el señor Yang se molestas aún más y tratara peor al pelirrojo.

—¿Qué te dije Jungwon?

El mencionado bajó la cabeza y solo murmuró.

—Lo siento, en verdad lo siento.

Jay decidió alejarse un poco para darles espacio, sin embargo ese espacio no duró mucho, ya que su amado había sido apartado y le cerraron la puerta en la cara. Para el menor, aquel rechazo por parte de su padre realmente le dolía, cosa que hizo que inmediatamente comenzara a llorar, siendo abrazado y consolado por Park.

—Vamos a ver a Sunoo, ¿Sí? Sé que él te va ayudar a que te sientas mejor.

Jungwon asintió y ambos comenzaron a caminar. No alcanzaron siquiera a salir del barrio cuando, mientras cruzaban la calle, un auto aceleró hacia ellos, a lo que ambos aceleraron por llegar a la vereda, aún así eso no detuvo a la conductora, que solo estuvo satisfecha cuando atropelló a uno de los dos chicos, a Yang.

—Eso les pasa por ser maricones.

El menor inmediatamente había caído inconsciente y un grito desgarrador salió de la garganta de Jay, quien abrazó el cuerpo de su amado, en lo que la mujer huía del lugar de los eventos. Definitivamente los ataques homofóbicos eran cada vez peores.

Al escuchar el grito de Jay, el señor Yang inmediatamente salió de su propiedad, dispuesto a reclamarles a ambos jóvenes que se fueran.

—¡Les dije a los dos que-

Se interrumpió a si mismo al ver a su hijo tirado en el suelo, con sangre en su cabeza y sangre en el suelo, siendo abrazado por Park quien lloraba y temblaba buscando su teléfono para llamar a una ambulancia.

—Mierda, hijo mío, ¡Jungwon!

Gritó desesperado el hombre corriendo hacia el estacionamiento de su hogar, sacando su vehículo y abriendo la puerta a ambos chicos.

—Oye, chico, entra con Won, los llevaré al hospital. ¡Apúrate!

Grito con desesperación el señor Jaehyeon, quien comenzaba a llorar por pensar en lo peor que le podría pasar a su único hijo, al hijo que siempre despreció y trató mal, al hijo que nunca valoró. Pues nunca sabes lo que tienes, hasta que lo pierdes.

Someone Loves You! • JaywonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora