CAPÍTULO IV pte.6 - UNA LÁGRIMA TRAS EL VIAJE: EL VIOLÍN DEL DIABLO

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Tibios y fugaces momentos de furia nacen de la triste y absurda situación de la que fueron testigo cuatro mujeres que jamás han de saber el nombre de aquel joven.

Ensimismado, Albert camina con furiosos pasos para atravesar la sala tras emerger de aquel lugar, siendo advertido por una pareja de ancianos que se hallan sentados en uno de los sillones que se encuentra junto a una de las ventanas, muy cerca de la barra, quienes le siguen con la mirada y en silencio. La maldita decepción que le embarga, hace eco de las ruinas de una esperanza que hubo de latir apenas hasta hace unas horas.

Pero la desazón del muchacho ha de tener una razón, y es que el apego de seguir la voluntad del diablo hubo de significar ser un lucero de guía al cual el joven entregó su alma, y ahora, en su mente solo rondan dudas imposibles de borrar por sí mismo.

Bien sabe de aquello Desta, que le espera parada al inicio de la escalera, como si hubiera de haber anticipado que, tras eso, él solo habría de querer escapar hasta el último lugar seguro que conoció: sus sueños.

Allí, ya teniéndole frente a ella, la mujer le abraza con lentitud para confortarle al notar los vestigios de un fugaz llanto de rabia que denota aquellos males que abruman su mente.

Ella sabe que ha llegado hasta aquí, persiguiendo una frágil flor de hielo llamada "esperanza", que llueve penas cuando el frío de la decepción le abraza, y mucho de aquello llegará a la vida del joven, pues esa flor vive en otra realidad que no puede alcanzar.

Así, y como si de su propia madre se tratase, le coge con fuerza de los hombros y le mira por unos segundos, como si con eso quisiera enseñarle que, a pesar de todo, ya no volverá a estar solo si el diablo, en su cambiante actitud, decide abandonarle a su suerte. Esa sola acción basta para doblegar la voluntad del muchacho y conducirle en silencio hasta la barra.

Pero la experiencia de la mujer, que sabe de años pasados en gran número, le indica que ahora es ella quien debe hablarle para confortar su mente confundida y su corazón dolido.

       – No seas tan duro con él, Albert.

Ella, que comprende que lo sucedido en esa habitación ha de diezmar las fuerzas del joven y el ímpetu que poco a poco hubo de forjar, no puede, sino mantener una neutral figura que funja como guía, pero que no aparte al músico de la sombra de Lucifer, aun con la propia naturaleza del diablo expuesta con el paso de los días ante la mente confundida del muchacho.

Así, sabiéndose responsable ahora de una tarea ya encomendada a ella mucho antes del viaje de su infernal amigo, vuelve a dirigirse a quien ahora acerca pensativo y silente a la barra, como si apenas hubiera de quedarle tiempo y rencor para tapar su olvido.

       – Su alma está rodeada de sombras y tiznada de horror. Por eso es así.– Habla la mujer sentando al muchacho en un banquillo frente a la barra para luego, tras bordear el lugar y situarse del otro lado, servirle una jarra de cerveza y continuar.– Pero, si aprendes a conocerlo, sabrás por qué la gente de aquí lo ama tanto. La reinvención, muchacho, es un arte que todo ser humano debe conocer. Y él, a pesar de no ser humano, también se ha reinventado un par de veces, pues comparte con ellos a diario y debe saber ser tan cambiante como pueda para no dejar de ser él mismo.

Tales palabras, que a modo de consuelo nacen de la mujer, no pasan inadvertidas para el joven, pues se sabe ante una innegable verdad que vive en carne propia, pues pasó de ser un joven músico enamorado, a un confundido lacayo del señor del inframundo. Y aquello, que tan simple como comprender que debe ver más allá de su nariz, despierta en su mente una nueva curiosidad al advertir que, según lo dicho, todos o, cuando menos, muchos de los que respiran bajo el cielo que le guarda, han sabido de reinvención para vivir su nueva existencia.

Balada del diablo y la muerte: una triste canción de amor (En curso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora