CAPÍTULO III pte.1 - EL BOSQUE DE LOS ÁRBOLES MUERTOS: CUERVO NEGRO

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Como ecos susurrantes que atraviesan su mente, la vibrante armonía de las cuerdas de su añosa guitarra resuenan en el estrecho callejón que le guarda, siendo acompañadas por la mirada de una joven que viste de blanco y le sonríe desde un pequeño balcón.

La tenue luz de un solitario farol que se asoma en la esquina de aquel lugar, le es suficiente para mantener aquel vaivén que le permite deleitar con su furtiva música a la musa que le robó el corazón hace mucho, pues, desde lo alto, aquella muchacha no aparta el azul de sus ojos de un joven garzón que le sonríe mientras balbucea estrofas que delatan una incontenible fascinación por su mirada.

Él sabe que aquel rostro, aquella aparición de seda que ilumina su alma aun sobre la débil luz de aquel farol que intenta apartar las tinieblas de esta noche, conoce el gentil roce de sus labios, pues, en sus días ha de escabullirse como un jilguero hasta este mismo lugar para arrebatar de aquella vivienda a su amada y compartir una subrepticia pasión condenada por la infamia y la indolencia de las desigualdades sociales que subyugan su libertad para amarse. Ha de saber que al tenor de su canto, la infamia aguarda para apartarle de ella.

Así, canta, con una cierta diligencia para no alzar demasiado la voz ante los latidos de un corazón que pretende hacerle gritar tan alto como sea posible, engendrando risas ahogadas en su amada que, evitando así también ser oída desde el interior de su morada, posa ambas manos sobre su boca mientras se deleita con aquel amor hecho canción.

Pero la infamia es también una silente espectadora de la felicidad, codiciosa de poseer aquel momento para sí misma, engendrando en el destino y las personas la indolente y amarga decisión de acabar con todo aquello que da luz a la vida.

Es así como, embriagado en la sutileza del perfume que desciende desde el balcón, no advierte que un par de ojos aguardan con paciencia acechando en la penumbra, acomodando el negro cuero que cubre sus manos.

Es entonces que, y como en la vida misma, en aquel momento de mayor felicidad, cuando su mente es nublada por la armonía de las cuerdas y la felicidad de un fugitivo beso que se arroja desde lo alto al nacer de los labios de aquella a quien ama, su voz se alza entre estrofas de amor e ilusión para ser ahogada de forma repentina por el frío abrazo de una solitaria estocada que se hunde en su costado izquierdo, ahogando así cualquier anhelo y porvenir que les deparase una vida que ahora se extingue.

Como ecos susurrantes que atraviesan su mente, un solitario grito de mujer baña la noche con dolor desde lo alto y se mezcla con el estrepitoso vibrar de las cuerdas de una guitarra que cae con violencia al suelo. Ante sus ojos, la turbidez de su propia visión apenas le permite distinguir como una silueta blanca se arrodilla en el balcón mientras llora extendiendo sus brazos sin éxito hacia él, siendo contenida por la silueta difusa de un hombre que viste de negro y le observa extinguirse mientras acaricia la rojiza faz del cabello de la muchacha.

En él, un último suspiro escapa cuando la oscuridad le cubre al cerrar por última vez los ojos.

Ahora, sumido en una apabullante ausencia de luz, oye lejanos ecos del llanto de una voz tan familiar que duele, pues sabe que es la voz de aquella que no ha de volver a ver.

Así, un repentino tomento es traído a su corazón cuando, sin saber de sí más que el hallarse perdido entre tinieblas y ecos de otras voces que ahora se suman al llanto de la joven, un terrible frío comienza a apoderarse de su piel, calando hasta lo más profundo de su ser mientras los ecos se hacen cada vez más distantes, desapareciendo en la inmensidad de la nada y dejándole a solas con su dolor.

Sumido en la nada, no solo siente el frío y la amargura de lo desconocido, sino que, mientras llora sin consuelo conforme pasan los minutos, siente también como un naciente dolor punzante se apodera de su pecho, como si una daga sin filo y sin punta intentase atravesar con sutileza su piel una y otra vez.

Allí ha de esperar ahora, sabiéndose desconsolado en mayor medida con cada minuto que pase, pues, tras un tiempo de llanto, poco a poco incluso el sonido de su propia voz ahora le resulta inaudible, apoderándose de él un desconcierto terrible que pronto da paso a la más absoluta desesperación.

Alma sin consuelo celestial.

Extraño viajero que hoy llama a la puerta de lo desconocido. Ha venido desde muy lejos a encontrarse con un hombre de aspecto elegante que le observa con una cierta indiferencia mientras su mente regresa del inefable mundo de los sueños tras su inconsciencia.

Vivió soñando y, ahora, sueña también.

Balada del diablo y la muerte: una triste canción de amor (En curso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora