CAPÍTULO II pte.1 - EL CAMINO AL MÁS ALLÁ

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Pasmado frente al abismo, solo sabe contemplar con incredulidad aquello que se presenta ante él, como si con ello pretendiera encontrar una respuesta a algo tan real como su propia muerte, quien le observa con paciencia y en silencio desde la entrada del antiguo túnel con el farol aún en la mano.

Allí, aún sin dar cabida a lo que acontece, rompe su enmudecimiento para preguntar a esa figura espectral que le acompaña, pero sin mover un solo músculo al saberse congelado por el miedo y el desconcierto, algo que le ayude a vislumbrar lo que sucede.

       – Cruel aparición, ¿has venido por mi alma?.– Habla con desazón.

Entonces, un solo movimiento de aquella espectral figura basta para descomponer por completo al incrédulo hombrecillo que le observa cuando, sin esperarlo, la muerte camina sin pronunciar palabra hasta donde él se encuentra y, con un movimiento del farol le deslumbra al colocarlo frente a su pálido y sudado rostro, cegándolo por un instante y provocando que aparte la mirada.

       – Tu alma ya se encuentra a mi lado ¿No crees que es tarde para suponer que he venido por ella cuando puedes observar de tan cerca cada pliegue de mi vestimenta?

       – Entonces...

       – Bienvenido al Necromantío. Solo he venido a guiarte más allá del abismo que ahora observas inefable desde lo alto.

La voz de aquel espectro, que resuena en las paredes como la impasible voz de una madre comprensiva, pero estricta, provoca con lo dicho que el temor, que ya le ha acompañado desde hace mucho, de cabida a la duda.

Así, incrédulo y desconcertado, deja la languidecencia que se apoderó de su cuerpo hace un momento, para estirar con duda su mano hasta donde se halla la de la muerte que, con un sutil movimiento, le indica que debe coger el farol.

El frío metal de aquel objeto, que no hace, sino desconcertarlo aún más debido a que, con ello, comprende con dificultad que todo es tan real como no lo imaginaba, le hace recordar algo que había olvidado sin saberlo, como aquellas veces que una llave o algún objeto es encontrado sin buscarlo y comprendemos que su ausencia fue desconocida. Así, apenas un segundo después de coger aquella lámpara que tan extraña figura le ha entregado, pronto la suelta al abrir de golpe su mano y sus ojos, pues, en un repentino y fugaz recuerdo, el frío roce del metal trae ante él la imagen de una solitaria daga que se clava en su costado izquierdo mientras el sonido de una guitarra cesa para dar paso al de la madera golpeando el suelo y haciendo que sus cuerdas retumben. Aquella fugaz escena que pasa frente a sus ojos solo acrecienta el desconcierto que le carcome, pero tan pronto como llega es opacada por un punzante dolor allí donde aquel recuerdo le enseñó el lugar donde aquel objeto abrió su carne, haciéndole caer de rodillas y dominado por un grito ahogado ante la paciente mirada de la muerte.

Sin necesidad de más preguntas; sin necesidad de alguna palabra que el espectro frente a él pudiera decir; la inminente epifanía que se funde con el calor que ahora siente su carne, le revela que, con una casi absoluta certeza, aquello que se muestra ante sus ojos mientras da vueltas en su cabeza es la causa de su desconocido deceso.

       – Pe... pero...– Tartamudea doblado de dolor mientras cubre con una de sus manos una herida inexistente.

       – Aquello que observas, aquello que la luz muestra ante ti, esa es la causa de tu muerte.

       – No lo entiendo.

       – Esta es la luz al final del camino. No necesitas entender más que aquello que observas en tu mente y a tu alrededor. Tu llegada a este lugar es marcada por el final de tu vida y es imperioso que debas conocer como acabó, pues tu pasado es la verdadera cicatriz que marcará tus días y sobre la cual podrás aprender en adelante.– Contesta la muerte al tiempo que estira una de sus manos para tocar con la punta de su dedo la frente del agónico muchacho.

Balada del diablo y la muerte: una triste canción de amor (En curso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora