CAPÍTULO IV pte.1 - UNA LÁGRIMA TRAS EL VIAJE: EL VIOLÍN DEL DIABLO

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A mitad de una noche fría y nublada, de aquellas típicas de otoño, cuando el sonido del viento se funde con el de hojas marchitas que corren entre ramas y troncos, el inesperado y familiar sonido de un llamado a su ventana espanta los sueños de una joven de cabellos rojizos que yace en su lecho. Alguien golpea el cristal que se encuentra no muy lejos de su cama.

La extrañeza de tal evento, al carecer de árboles adyacentes a su morada que, guiados por el viento, pudieran acariciar con sus lánguidas ramas la superficie del cristal desde el callejón de junto, es algo que no reviste mayor importancia para la muchacha que, sumida aún en aquella pesadumbre que se apodera de su ser a causa del sueño, no dispone voluntad más que la de acomodar sus múltiples mantas y regresar al sueño del cual aquel sonido le ha apartado.

Pero el llamado del destino poco conoce de afanes mortales.

Así, y al poco tiempo de haber ignorado los constantes golpes en su ventana, la sorpresa de aquella es mayúscula cuando, como si nada lo hubiera impedido, la misma se abre de par en par, espantando a la muchacha que solo sabe dar un fugaz salto desde su cama para correr a cerrarla ante la brisa que se cuela fría y rauda hacia el interior de su habitación.

Extraña sorpresa espanta en su mente, pues, desde la ventana que se encuentra adyacente a la puerta que da hacia el balcón que posee su habitación, tan solo se presenta oscuro y solitario aquel callejón que una vez supo de quebrantos cuando vio partir de este mundo a su amado Albert.

Oscuros recuerdos rondan en su cabeza.

Apoyada ahora con la espalda contra la puerta del balcón, el sueño que se ha esfumado no es su mayor preocupación, sino la extrañeza que causa en ella el, ahora, inquietante llamado que algo o alguien hace a su puerta. Cada golpe, que como el rugir de un cañón en batalla, se mezcla con el constante y rítmico sonido del péndulo del enorme reloj que descansa en la sala, resuena en los muros marmoleados de su hogar, conminando sus esfuerzos a descender la escalera y abrir la puerta. Pero, antes siquiera de mover un músculo, la aguda vocecita de la criada se deja oír como un llamado de atención a quien espere tras los maderos de roble que fungen de frontera entre su hogar y la avenida Black hand.

       – ¡Ya va! ¡Aguarde un momento!

Aquella voz, que conocida por la joven, hubiera de ser un alivio para volver a dormir, pronto no es sino la antesala de una interrogante cuando, desde su habitación, oye como la criada busca y llama a quien pretendía una respuesta tras llamar a la puerta a tan altas horas de la noche, haciendo eco su voz para perderse con el viento en cada llamado sin recibir respuesta alguna desde la calle o algún lugar a pesar de haber abierto la puerta de par en par.

Pero, el misterio de aquellos golpes reviste de una cierta pesadez el ambiente.

Así, tras unos segundos, el azul de los ojos de la muchacha se posa entre sombras sobre la mujer que ahora encamina sus pasos de vuelta al segundo piso de la vivienda, siendo ambas iluminadas por el solitario resplandor de una vela que la criada lleva consigo.

       – ¿Quién llamaba, Margaret?.– Pregunta en voz baja y reflejando duda en sus palabras.

       – Descuide, señorita. Ha de haber sido un bromista que huyó antes de que abriera la puerta.– Responde la criada cogiendo con su mano izquierda ambas manos de la muchacha.– Ahora, si ha de disculparme, volveré a dormir.

       – Sí...– Responde balbuceando brevemente para callar mientras frunce el ceño.

Pero, en aquella ancha escalera, tras esbozar una sonrisa y apartarse para dar paso a la mujer, la joven decide permanecer unos minutos a solas, sintiendo en sus pies descalzos el frío de los peldaños mientras observa con intriga y detenimiento cada rincón de la oscura sala que no muestra más que una sepulcral calma.

Balada del diablo y la muerte: una triste canción de amor (En curso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora