La luz cálida del atardecer llenaba la habitación, envolviendo todo en un suave resplandor dorado. Claudia estaba recostada en la cama, cómodamente apoyada en una pila de almohadas. Su vientre ya pronunciado sobresalía bajo una camiseta ligera, una señal visible del pequeño milagro que crecía dentro de ella. Jesús, sentado a su lado, mantenía su mano sobre su vientre, acariciando con ternura la piel suave y redondeada de Claudia.
Este ritual nocturno se había vuelto su momento más esperado del día. Antes de dormir, Jesús siempre se tomaba un tiempo para conectar con el bebé, colocaba su mano y hablaba en voz baja, como si ya estuviera construyendo una relación con su hijo o hija, aun antes de su llegada.
—¿Ya sientes algo? —preguntó Jesús en tono suave, sin apartar la mirada de su vientre, ansioso por alguna señal, algún pequeño indicio de que el bebé lo escuchaba.
Claudia sonrió, disfrutando del momento, de la calma y de la conexión que compartían. Cerró los ojos por un instante y asintió lentamente.
—A veces, siento como pequeñas pataditas, pero son muy suaves. Como si el bebé apenas estuviera empezando a moverse, probando qué se siente estirarse dentro de mí.
Jesús la miró con una mezcla de asombro y emoción en sus ojos. El concepto de que una vida, parte de los dos, estuviera moviéndose dentro de Claudia todavía le parecía un milagro, algo casi irreal.
—No puedo esperar para sentirlo también —dijo mientras seguía acariciando su vientre—. Cada día me parece más increíble que esté creciendo algo tan especial entre nosotros.
Claudia lo observaba en silencio, sintiendo su amor y su dedicación en cada gesto. Para ella, Jesús siempre había sido alguien paciente y comprensivo, pero desde que supieron del embarazo, lo había visto aún más emocionado y profundamente conectado con este nuevo capítulo de sus vidas.
—¿Te imaginabas que algún día estaríamos aquí? —preguntó Claudia, rompiendo el silencio en la habitación. Su voz estaba cargada de emoción, como si no terminara de creer lo que estaban viviendo—. Hace poco más de un año ni siquiera sabíamos si podríamos formar una familia, y ahora estamos esperando un bebé.
Jesús sonrió, pero en lugar de responder inmediatamente, se inclinó hacia adelante y colocó un suave beso sobre el vientre de Claudia.
—No lo imaginaba exactamente así, pero sí sabía que, si iba a tener un hijo algún día, quería que fuera contigo —dijo con una mirada llena de amor—. Desde el momento en que decidimos intentarlo, supe que, aunque tardara, lo íbamos a lograr.
Claudia cerró los ojos por un momento, disfrutando de sus palabras. Jesús tenía una manera de tranquilizarla, de hacerle sentir que todo estaría bien, incluso en los momentos de incertidumbre.
—Y ahora que estamos aquí —continuó Jesús—, ¿cómo te imaginas que será todo esto? Ser padres, tener a nuestro hijo en brazos…
Claudia sonrió, sabiendo que esa pregunta la había estado rondando a ella también. Era difícil imaginar cómo sería realmente, pero le encantaba pensar en las posibilidades.
—Creo que será agotador —respondió con una risa suave—, pero al mismo tiempo… lleno de momentos únicos. Imagino las primeras veces: su primera sonrisa, el primer paso, cuando diga sus primeras palabras. Y quiero estar ahí para todo.
Jesús asintió, compartiendo su emoción.
—Yo también lo imagino así. Y quiero enseñarle tantas cosas —añadió, acariciando su vientre con una expresión de ternura—. Enseñarle a andar en bicicleta, leerle cuentos antes de dormir, estar ahí en cada momento importante de su vida. Pero más que nada, quiero que sepa que, pase lo que pase, siempre estaremos a su lado.
Claudia lo observaba en silencio, emocionada por la visión que Jesús tenía de su futuro como padre. Sabía que él sería increíble, paciente y amoroso, como lo era con ella. Podía verlo cargando a su bebé, jugando con él o ella, y enseñándole lecciones valiosas sobre la vida.
—Y cuando crezca, quiero que sepa que está bien equivocarse —continuó Jesús—. Que no necesita ser perfecto, que siempre puede contar con nosotros para apoyarlo, sin importar qué. Que estaremos aquí para levantarlos cuando tropiece, para celebrar sus triunfos y consolarlo en sus fracasos.
Las palabras de Jesús hicieron que los ojos de Claudia se llenaran de lágrimas, pero no de tristeza, sino de gratitud. Era increíble pensar en todo lo que habían construido juntos, en cómo este bebé representaba el amor que se tenían.
—Eres increíble —murmuró Claudia, con la voz un poco quebrada por la emoción—. Nuestro hijo o hija va a tener tanta suerte de tenerte como padre.
Jesús la miró profundamente, con el brillo del amor en sus ojos, pero negó suavemente con la cabeza.
—No, la suerte es mía —dijo con humildad—. No puedo imaginarme haciendo esto con nadie más que contigo. Eres la razón de todo esto, Claudia. Te admiro más cada día.
Antes de que Claudia pudiera responder, una suave patadita se sintió desde dentro. Los dos se quedaron en silencio, congelados en el momento. Claudia lo había sentido antes, pero esta vez fue diferente: la patada fue clara, decidida, como si el bebé estuviera respondiendo a las palabras de su padre.
—¿Sentiste eso? —preguntó Jesús, sus ojos abiertos de par en par mientras miraba a Claudia con incredulidad y emoción.
Claudia asintió, sonriendo con lágrimas en los ojos.
—Sí, lo sentí. Se está moviendo.
Jesús bajó la mirada a su mano, que aún reposaba sobre el vientre, y volvió a sentir otra patadita, esta vez más firme. Una risa de pura alegría escapó de su garganta.
—Es nuestro bebé —dijo con una mezcla de asombro y dicha—. Está moviéndose.
Los dos se quedaron quietos por un momento, disfrutando de ese pequeño milagro. Era la primera vez que Jesús sentía al bebé moverse, y la emoción en su rostro era evidente. Colocó ambas manos sobre el vientre de Claudia, como si quisiera capturar cada segundo de ese momento, cada pequeño movimiento que su hijo o hija hacía dentro de ella.
—Hola, pequeño —murmuró Jesús con una sonrisa—. Aquí estamos, mamá y yo, esperando conocerte.
Claudia soltó una risa suave, tocada por la dulzura con la que Jesús le hablaba al bebé.
—Creo que ya está emocionado por conocerte —bromeó Claudia—. Parece que te escuchó.
Jesús soltó una risa ligera y besó suavemente el vientre de Claudia.
—¿Te imaginas cómo será cuando nazca? —preguntó Jesús, su mirada aún centrada en el vientre—. Siento que va a ser increíble, alguien muy especial. Y no importa si es niño o niña, lo único que quiero es que sea feliz y que siempre sepa cuánto lo amamos.
Claudia asintió, compartiendo ese deseo. Para ellos, lo más importante no era si sería un niño o una niña, sino el amor incondicional que ya sentían por esa pequeña vida que se movía dentro de ella.
—Yo también siento que va a ser alguien increíble —respondió Claudia—. Y sé que, con todo lo que hemos pasado, este bebé va a crecer rodeado de amor.
Jesús la miró, con los ojos aún brillantes de emoción, y asintió.
—Tendrá los mejores padres —susurró con una sonrisa—. Porque nos tiene a nosotros.
Claudia se inclinó hacia él y lo besó suavemente, sus labios tocando los de Jesús con ternura. En ese momento, con el bebé moviéndose entre ellos, sintieron que todo estaba en su lugar. El atardecer continuaba llenando la habitación con su luz dorada, mientras ellos, juntos, soñaban con el futuro que les esperaba como familia.
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Caminos Paralelos: El Amor y la Búsqueda de Claudia y Jesús
RandomClaudia Sheinbaum y Jesús María Tarriba, dos estudiantes de física que se conocen en la Facultad de Ciencias de la UNAM en la década de los 70. A lo largo de un año y medio, su relación florece mientras comparten su pasión por la ciencia y sus sueño...