Claudia llevaba ya siete meses de embarazo, y aunque las últimas semanas habían sido cansadas, se sentía emocionada por todo lo que venía. El bebé seguía creciendo sano, y cada vez que se miraba en el espejo, el volumen de su vientre le recordaba lo cerca que estaba el día en que finalmente conocería a su hijo o hija.
Aquella mañana había sido diferente. Desde que se despertó, sintió un malestar leve, como si algo no estuviera del todo bien, pero lo ignoró. Estaba acostumbrada a las molestias del embarazo: dolores de espalda, hinchazón en los pies, cansancio extremo. Después de todo, seguía siendo Claudia Sheinbaum, una mujer fuerte y acostumbrada a trabajar bajo presión. No iba a dejar que un malestar leve la detuviera.
—Probablemente es solo cansancio —se dijo a sí misma mientras tomaba un sorbo de té en su oficina.
Su equipo estaba trabajando en una serie de informes importantes, y Claudia estaba decidida a mantenerse al tanto de todo. Aunque sabía que pronto tendría que delegar más responsabilidades, todavía le costaba desprenderse del control de sus proyectos. Sin embargo, conforme avanzaba el día, el malestar en su cuerpo no desaparecía. Sentía una tensión en la espalda baja, un cansancio que no lograba quitarse de encima.
Hacia el mediodía, estaba sentada frente a su escritorio, revisando algunos documentos, cuando un dolor repentino y agudo le atravesó el vientre. No era como las molestias que había sentido antes. Este dolor era fuerte, intenso, y la dejó sin aliento por un momento. Se inclinó hacia adelante, instintivamente colocando una mano sobre su abdomen.
—¿Qué fue eso? —murmuró, tratando de controlar su respiración.
El dolor pareció calmarse por unos segundos, pero una inquietud se instaló en su mente. Miró el reloj. Jesús había salido de la ciudad por trabajo, pero le había prometido regresar en unas horas. Aun así, Claudia no quería preocuparlo por algo que podría ser simplemente una falsa alarma. Era común sentir molestias y movimientos irregulares en esta etapa del embarazo, ¿no?
Trató de continuar con su trabajo, aunque su concentración estaba rota. No podía dejar de pensar en lo que acababa de sentir. Pasaron unos minutos, y cuando pensaba que tal vez todo estaba bien, otro dolor la golpeó, esta vez más intenso, recorriéndole todo el vientre. Esta vez, no pudo evitar soltar un jadeo de sorpresa.
Claudia se levantó lentamente de su silla, su mano aún sobre su vientre, mientras sentía que el dolor empezaba a ceder. Trató de moverse despacio, respirando hondo para calmarse. Sabía que no podía ignorar lo que estaba sucediendo.
—Tengo que relajarme… —se dijo, caminando hacia la ventana de su oficina para tomar aire.
El sol brillaba afuera, iluminando la ciudad con su luz dorada, pero en ese momento, Claudia solo podía concentrarse en lo que sucedía dentro de su cuerpo. Sintió al bebé moverse ligeramente, como si también estuviera respondiendo a lo que ocurría.
Se apoyó en el borde de su escritorio, tratando de pensar con claridad. ¿Debía llamar a su médico? ¿O esperar a ver si el dolor se intensificaba? En ese instante, sintió algo más: una ligera humedad en su ropa interior. Su corazón dio un vuelco. Se llevó la mano instintivamente al vientre y respiró profundo.
—No puede ser… —pensó, intentando calmarse—. Aún es demasiado pronto.
Su cuerpo le enviaba señales claras de que algo estaba pasando, pero en ese momento, los pensamientos se arremolinaron en su mente. Sentía miedo, pero al mismo tiempo, su instinto le decía que debía mantenerse tranquila, que perder la calma no ayudaría.
Justo entonces, su teléfono vibró en el escritorio. Era Jesús. Ella lo miró por un momento, dudando en si contestar. No quería preocuparlo, pero sabía que no podía pasar esto sola.
—Claudia, ¿cómo estás? —preguntó Jesús en cuanto ella respondió. Había preocupación en su voz, como si de alguna manera él supiera que algo no estaba bien.
—Estoy bien —dijo Claudia, tratando de sonar calmada, aunque su voz temblaba ligeramente—. Pero… creo que algo está pasando con el bebé.
Hubo un silencio breve al otro lado de la línea, seguido de la voz de Jesús, más seria.
—¿Qué sientes? —preguntó, su tono más firme, pero lleno de preocupación.
Claudia le explicó lo que había estado experimentando, cómo el dolor había sido intermitente, pero intenso, y lo que más la había preocupado: la pequeña humedad que sentía. Sabía que no debía subestimar ninguna señal en esta etapa del embarazo.
—Voy para allá ahora mismo —dijo Jesús sin dudar. Su voz tenía una mezcla de calma y urgencia—. No te muevas mucho, Claudia. Voy a llamarle al médico para que te vea en cuanto llegue.
Claudia asintió, aunque sabía que él no podía verla. Colgó el teléfono con una sensación extraña en el pecho. No quería alarmarse antes de tiempo, pero algo dentro de ella le decía que debía estar preparada para cualquier cosa.
Se dejó caer suavemente en el sillón junto a la ventana, intentando relajarse y concentrarse en su respiración. A pesar del miedo que sentía, el movimiento suave del bebé la tranquilizaba un poco. Estaba ahí, todavía con ella, y eso era lo que importaba.
Pasaron unos minutos que se le hicieron eternos. Cada dolor, cada pequeño movimiento dentro de su vientre, la hacía preguntarse si todo estaba bien, si había algo que no estaba viendo. Jesús llegó más rápido de lo que ella esperaba, su rostro pálido y lleno de preocupación cuando entró en la oficina.
—Claudia… —susurró mientras se acercaba rápidamente a ella, inclinándose para tomar su mano—. ¿Estás bien? ¿Cómo te sientes ahora?
Claudia lo miró, viendo el miedo reflejado en sus ojos, y trató de tranquilizarlo con una sonrisa débil.
—No sé, Jesús. Me siento rara… pero el bebé se sigue moviendo.
Jesús asintió, respirando hondo para calmarse mientras sus manos se posaban sobre el vientre de Claudia, sintiendo esos pequeños movimientos que aún lo llenaban de esperanza.
—Vamos a ir al hospital —dijo con firmeza—. No vamos a arriesgarnos a nada. El médico ya está avisado y nos están esperando.
Claudia no discutió. Sabía que Jesús tenía razón. Se levantó lentamente con su ayuda, apoyándose en él mientras salían de la oficina. El miedo aún persistía, pero con cada paso que daba, trataba de recordar lo importante: que su bebé estaba bien, que se movía. Y aunque la incertidumbre la invadía, en el fondo de su corazón sabía que, pase lo que pase, enfrentarían esto juntos.
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Caminos Paralelos: El Amor y la Búsqueda de Claudia y Jesús
Ngẫu nhiênClaudia Sheinbaum y Jesús María Tarriba, dos estudiantes de física que se conocen en la Facultad de Ciencias de la UNAM en la década de los 70. A lo largo de un año y medio, su relación florece mientras comparten su pasión por la ciencia y sus sueño...