Después de la medianoche, la fiesta en casa de Claudia comenzó a disminuir. Los amigos y colegas que habían estado celebrando con ellos se despidieron uno a uno, deseándoles lo mejor para el nuevo año. Las risas y los brindis se fueron apagando hasta que solo quedaron los ecos de la música suave en el fondo y las luces titilantes de la ciudad a través de las ventanas.
Claudia y Jesús, sentados en el sofá de la sala, miraban en silencio la ciudad iluminada. Ambos estaban sumidos en sus pensamientos, procesando los eventos de la noche. La confesión de Jesús, el abrazo, las palabras que habían intercambiado, todo había transformado lo que hasta ahora había sido una amistad especial en algo más profundo, algo que ambos sabían que ya no podían ignorar.
Cuando el último de los invitados cerró la puerta tras de sí, Claudia se quedó de pie un momento, escuchando el silencio que llenaba su apartamento. Luego se giró hacia Jesús, que aún estaba sentado, observándola. Su mirada, cálida y tranquila, la hizo sentir de inmediato en casa, segura. Había algo en su presencia que siempre la calmaba, pero esa noche era diferente. Había una conexión entre ellos que era palpable, algo que no había estado ahí antes o que, al menos, no habían permitido que emergiera.
Jesús se levantó lentamente y se acercó a ella, con una sonrisa suave en el rostro. Claudia sintió que su corazón latía con fuerza, pero al mismo tiempo, había una serenidad en su interior que no había anticipado.
—¿Estás bien? —preguntó Jesús en voz baja, casi como si temiera romper la quietud de la noche.
Claudia asintió, sin dejar de mirarlo a los ojos. Sus sentimientos, que durante tanto tiempo había reprimido, ahora estaban a flor de piel. Sentía una mezcla de emoción, ternura y una profunda conexión que la hacía sentir vulnerable, pero también fuerte.
—Estoy bien —respondió ella, con una leve sonrisa—. Más que bien.
Jesús dio un paso más cerca, y luego otro, hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para que sus manos se rozaran. La electricidad de ese contacto, aunque mínimo, fue suficiente para que ambos sintieran que algo más grande estaba a punto de suceder. Lentamente, Jesús tomó su mano, acariciando con el pulgar el dorso de sus dedos.
—No tienes que decir nada —dijo él en un susurro—. No quiero presionarte.
Claudia negó con la cabeza, sonriendo con ternura.
—No es presión, Jesús. Quiero estar contigo, aquí, ahora.
Con esas palabras, se inclinó hacia él, cerrando el pequeño espacio que quedaba entre ellos, y lo besó suavemente en los labios. El beso fue delicado al principio, casi tímido, como si ambos estuvieran explorando algo nuevo, algo que, aunque ya intuían, no habían experimentado hasta ese momento. Pero a medida que el beso se profundizaba, Claudia sintió que todas las dudas y miedos que había guardado durante meses se desvanecían.
Jesús respondió con la misma suavidad, envolviendo sus brazos alrededor de ella y acercándola más a su cuerpo. El calor de sus manos en su espalda la hizo estremecerse, pero no de frío, sino de una emoción que no recordaba haber sentido en mucho tiempo. Era algo más que deseo; era una conexión profunda, una ternura que los envolvía.
Sin dejar de besarla, Jesús comenzó a caminar lentamente hacia el interior del apartamento, guiándola con cuidado. Claudia lo siguió, con el corazón acelerado pero llena de una confianza que no necesitaba explicaciones. Llegaron hasta su habitación, donde la luz tenue que entraba desde la calle bañaba el espacio con un brillo suave. El ambiente era íntimo, perfecto.
Jesús la miró a los ojos, buscando en su rostro alguna señal de duda, pero no encontró ninguna. Lo único que vio fue un reflejo de sus propios sentimientos: cariño, deseo, y una profunda comprensión de lo que estaba sucediendo entre ellos.
—¿Estás segura? —preguntó él, apenas un susurro.
Claudia sonrió de nuevo, tomando su rostro entre sus manos y acariciando sus mejillas.
—Nunca he estado más segura de algo.
Con esa confirmación, Jesús la besó de nuevo, esta vez con más pasión, dejando que el cariño y el deseo que habían estado conteniendo durante tanto tiempo se expresaran plenamente. Sus manos, que habían sido cautelosas hasta ese momento, comenzaron a explorar el cuerpo de Claudia con una mezcla de reverencia y deseo. Ella respondió de la misma manera, deslizando sus manos por su espalda, sintiendo el calor y la fuerza de su cuerpo bajo sus dedos.
Poco a poco, comenzaron a desvestirse, con movimientos lentos y cuidadosos, como si estuvieran quitándose capas no solo de ropa, sino de todo lo que los había mantenido separados durante tanto tiempo. Cada prenda que caía al suelo parecía acercarlos más, no solo físicamente, sino emocionalmente.
Cuando finalmente estuvieron desnudos frente a frente, se quedaron un momento así, mirándose a los ojos, sintiendo la vulnerabilidad del momento pero también la belleza de estar completamente abiertos el uno al otro. Jesús acarició el rostro de Claudia, y ella cerró los ojos, disfrutando de la suavidad de su toque.
La condujo con delicadeza hacia la cama, donde se tumbaron juntos, entrelazados, sintiendo la calidez de sus cuerpos y la tranquilidad que solo se encuentra cuando estás con alguien en quien confías plenamente. El acto de hacer el amor esa noche no fue apresurado ni impulsivo. Fue una expresión de todo lo que ambos sentían: una mezcla de deseo, cariño y un profundo respeto mutuo.
Cada caricia, cada beso, era una declaración de lo que significaban el uno para el otro. Jesús fue cuidadoso y atento, asegurándose de que Claudia se sintiera amada y deseada en cada momento. Ella, por su parte, correspondía con la misma ternura, explorando su cuerpo con una mezcla de curiosidad y familiaridad, como si estuviera redescubriendo a alguien que siempre había estado allí, pero que de alguna manera se sentía nuevo.
Los susurros y las respiraciones entrecortadas llenaron la habitación, pero no había prisas, no había urgencia. Solo había el deseo de estar juntos, de disfrutar el momento, de dejar que sus cuerpos hablaran por ellos de una manera que las palabras no podían.
Finalmente, cuando el clímax los alcanzó, lo hicieron juntos, sus manos entrelazadas y sus ojos cerrados en una perfecta sincronía. No fue un momento explosivo, sino una ola de paz y placer que los envolvió a ambos, dejándolos exhaustos pero satisfechos en una forma profunda y emocional.
Después, se quedaron tumbados en silencio, abrazados bajo las sábanas, con los cuerpos aún cálidos y relajados. Jesús acariciaba el cabello de Claudia, y ella descansaba su cabeza sobre su pecho, escuchando los latidos de su corazón. Ninguno de los dos sentía la necesidad de hablar. Las palabras ya no eran necesarias.
El ruido de la ciudad seguía en el exterior, pero dentro de esa habitación, todo era quietud. Era como si el tiempo se hubiera detenido, permitiéndoles disfrutar de ese momento sin preocuparse por lo que vendría después.
Claudia, mientras cerraba los ojos, se dio cuenta de que no solo había encontrado a alguien con quien compartir su vida, sino también a alguien con quien podía ser completamente ella misma, sin miedo, sin reservas.
Y con esa certeza, se dejó llevar por el sueño, sabiendo que al despertar, Jesús estaría allí, a su lado, como lo había estado siempre, pero ahora, de una manera mucho más profunda y significativa....
PD: Amo hacer esto.
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Caminos Paralelos: El Amor y la Búsqueda de Claudia y Jesús
De TodoClaudia Sheinbaum y Jesús María Tarriba, dos estudiantes de física que se conocen en la Facultad de Ciencias de la UNAM en la década de los 70. A lo largo de un año y medio, su relación florece mientras comparten su pasión por la ciencia y sus sueño...