Capítulo 4.

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Marta De La Reina

Al llegar a Berlín, me instalé en la habitación del lujoso hotel donde se celebraba el congreso de finanzas y mercados capitales.

Cuando finalmente me tumbé en la cama, me quedé un rato tonteando con el celular. Aproveché para revisar el perfil de Instagram de Fina y descubrí un montón de fotos suyas junto a sus amigas en distintos bares y fiestas, y otras tantas de su trabajo.
Al recorrer sus publicaciones, me detuve en un post de la inauguración de su tienda de ropa. Su talento era innegable; cada diseño destilaba una belleza única. Le puse me gusta sin dudarlo.
Lo que realmente me dejó boquiabierta, fueron las fotos en la marcha del orgullo; no podía salir de mi asombro. En un principio, pensé que quizás estaba allí acompañando a alguien cercano, pero después de leer sus publicaciones, confirmé que no era el caso. Me sorprendí a mi misma sonriendo ante la idea. Las fotos mostraban a Fina disfrutando, rodeada de diferentes grupos de personas, y en muchas de ellas la vi muy cercana a una hermosa mujer pelirroja. Se me revolvió el estómago al pensar que podía ser su novia.

Cerré Instagram y revisé mis notificaciones. Tenía un mensaje de Marcos, donde me había compartido una foto con Begoña y Luz, pero me sorprendí al ver que también aparecía Fina junto a una chica que no conocía. Primero sonreí al ver a Fina divirtiéndose con mis amigos, pero luego, al prestar más atención, me invadió una sensación extraña al darme cuenta de que la chica al lado de Fina era la misma pelirroja que había visto en las fotos de la marcha del orgullo. Una sensación incomoda se instaló en mí, sin poder identificar exactamente qué me perturbaba tanto.

Me costó conciliar el sueño. Estaba un poco nerviosa por la charla de apertura que debía dar al día siguiente, la haría en alemán, un idioma que no solía hablar con frecuencia y en el que me sentía un poco oxidada. Además, sabía que los organizadores del evento grabarían mi presentación para compartirla en las redes sociales, y no podía permitirme cometer ningún error.

Afortunadamente, salió mejor de lo que esperaba. Sin darme cuenta, ya era nuevamente un lunes de oficina. Organicé mi día para terminar temprano y poder disfrutar de un poco de tiempo libre. Le envié un mensaje a Fina y quedamos en ir a tomar una cerveza después del trabajo.

Concluí un par de reuniones por una nueva línea de productos, y luego le pedí a mi asistenta, Isabel, que preparara con urgencia los documentos necesarios para las reuniones de la semana, y me dirigí al bar.
Llegué primera y elegí una mesa algo apartada, buscando un ambiente más íntimo. Estaba más nerviosa por verla que por la presentación que había dado frente a cientos de personas el día anterior. Sin embargo, al verla entrar, todos mis nervios desaparecieron. Estaba radiante, luciendo un vestido celeste que parecía hecho exclusivamente para ella. Me comparé y me vi muy formal con mi camisa y mis pantalones anchos negros.

Me saludó y sonreí automáticamente. La conversación fluyó con naturalidad, llena de risas y complicidad.

-Debo decir que estoy un poco celosa -admití, jugando con las palabras.

-¿Por qué? -Me miró preocupada, aunque una leve sonrisa curvaba sus labios.

-Me fui un día y ya me robaste a mis amigos -dije en tono de burla-. Me dijeron que les caíste en gracia.

-Ah vale-suspiró y sonrió-. Ellos también a mí. Son muy majos.

Me armé de valor para preguntarle lo que realmente quería saber.

-Y la mujer con la que estabas... ¿quién es?... ¿Es tu novia? -las preguntas brotaban de mí, incapaz de contener la curiosidad, y el pequeño nudo que se formaba en mi pecho.

En ese momento Fina estaba tomando un trago de cerveza y se atragantó.

-No, no -dijo visiblemente incomoda-. Es... -titubeó, sin saber qué decirme.

-Vale, descuida. No tengo ningún derecho a meterme en tu vida.

-Llevo unos meses saliendo con ella, pero no es algo formal, nada serio...

-¿No tienes sentimientos por ella?

-No.

Esa palabra me llenó de alivió y felicidad, y no logré ocultarlo.

-Me alegro -dije, mirándola fijamente a los ojos con intención-. Cambiando de tema... En un mes tengo una gala benéfica muy importante, con cobertura de los medios de comunicación. Estuve viendo tus diseños y me encantaron. Por eso quería pedirte que me hicieras el vestido.

-¿En serio? -preguntó asombrada. -¿Pero esos eventos no son muy sofisticados?... Digo, ¿que no llevan ropa de marcas exclusivas, de alta gama?

-Me gustaría que me lo hagas tú, si te apetece, claro. No importa el costo. Creo que tienes un talento único.

-Pues sí, obvio que lo haré. Pero vamos que no te cobraré nada. Además, si lo usas tú, todo el mundo verá mi vestido.

-No, Fina, es tu curro y pagaré lo que valga.

-Ay, Marta, ¡que ilusión! -dijo sonriendo-. Pásate mañana por mi tienda, así te tomo las medidas y me das una idea de cómo quieres el vestido.

Pasamos un rato más hablando sobre su negocio, discutiendo ideas para vestidos, los colores que ella creía que me favorecían y muchas otras propuestas creativas. La veía hablar con tanta pasión y felicidad que me derretía por dentro.

Al despedirnos en la puerta del restaurante, se quedó mirándome fijamente durante unos segundos.

-¿Qué? -le pregunté, sintiendo una extraña mezcla de anticipación y curiosidad.

-Nada, solo... que gracias

Se acercó lentamente hacía mí, cortándome la respiración con cada paso. Extendió sus brazos para darme un cálido abrazo, y yo se lo devolví. Luego, posé mis manos sobre su cintura y ella dejó caer su cabeza en mi hombro. Sentía su piel irradiando calor contra la mía, y me estremecí ante el contacto; el aroma de su cabello me embriagaba.

No quería que se fuera, no quería apartarme de su cuerpo. Cuando finalmente nos separamos, quedó a tan solo unos centímetros de mí, tan cerca que podía captar el cálido suspiro de su respiración. Le sonreí y la vi dudar por unos segundos. Abrió la boca como si fuera a pronunciar unas palabras, pero el silencio se apoderó de su voz. Me invadió la urgencia de besarla, pero el temor frenó mi impulso.

Después de ese abrazo, tenía una única certeza: Fina Valero me volvía loca, y no podía negarlo.
Ya no había marcha atrás.

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