Capítulo 9.

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Marta de la Reina

Un momento de silencio reinó en el ambiente. Mis manos temblaban ligeramente mientras me encontraba cara a cara con la figura que siempre había representado un juicio implacable en mi vida. La voz fría de mi padre lo interrumpió finalmente, cortando el aire como un cuchillo.

—Es mi propiedad. ¿Qué haces tú aquí? —dijo con desdén.

No supe que responder, mi mente se puso en blanco. Todo lo que habíamos dejado sin resolver me cayó de golpe. Ese encuentro imprevisto me paralizaba.

Mientras yo luchaba por encontrar palabras, Fina, mostrando una valentía inesperada, se adelantó con cordialidad.

—Hola, don Damián, soy Fina, la hija de Isidro.

El apenas la miró y el ambiente se tensó, como si el mismo espacio se hubiera encogido. Pude sentir su desaprobación como un peso en mis hombros antes de respondiera cortante, como si no la hubiera escuchado realmente.

—Si tu padre supiera lo que haciendo estás aquí con mi hija... —dijo, deteniéndose brevemente como si midiera el peso de sus palabras—. ¿creéis que no las vi? —afirmó, su voz cargada de reproche.

Fina, sin inmutarse, le respondió con firmeza.

—Mi padre se alegraría por mí, y con todo respeto don Damián, creo que usted debería alegrarse por Marta.

No daba crédito a lo que escuchaba. La forma en que Fina se enfrentó a mi padre con tanta determinación para defenderme me dejó asombrada. Era valiente y directa, justo como siempre había admirado en ella.

—¿Alegrarme? —soltó un bufido y negó con la cabeza—. Esta conversación no tiene sentido. Mejor no armemos un escándalo ——concluyó, antes de dar media vuelta y alejarse hacia el interior de la casa.

Mientras se alejaba, el sonido pesado de sus pasos resonó en el vacío del pasillo, un sonido que persistió más allá del momento, como si el aire retuviera el eco de su autoridad.

Tan pronto como se fue, Fina se volvió hacia mí y me agarró suavemente del rostro, mirándome con preocupación.

—¿Estás bien? —preguntó, su voz llena de ternura. El pulgar de Fina dibujó círculos lentos en mi muñeca, un acto simple pero profundamente calmante, mientras buscaba mis ojos con una mirada tan comprensiva que me hizo sentir un nudo en la garganta.

—Sí... —respondí instintivamente, acostumbrada a levantar esa barrera que ocultaba mis verdaderos sentimientos. Pero al mirar sus ojos, me resultó imposible sostenerla, por lo que finalmente la derrumbé—. No, no estoy bien —admití—. Sabes, es la primera vez que veo y hablo con mi padre en cuatro años...

—¿Qué? —dijo, asombrada.

—Sí, lo que escuchas. Y lo peor de todo es que pasó de mí, sin siquiera ser capaz de mirarme a los ojos.

—Marta, si tu padre no te acepta, por más que duela, es un problema suyo. Porque tú eres una persona increíble y bellísima —dijo, mientras me abrazaba.

Perdí la noción del tiempo mientras permanecíamos allí, fundidas en ese abrazo. Entre sus brazos, las preocupaciones simplemente dejaban de existir, como si Fina tuviera el poder de borrar todo lo que me había hecho daño. Solo estábamos ella y yo, en un refugio seguro donde nada podía alcanzarnos.

Me sentí liberada, como si Fina hubiera canalizado un brillo que disipaba todas las sombras agobiantes que me envolvían. A pesar de todo, en mi interior afloraba una serenidad inesperada. Sin embargo, el peso de la situación aún me sobrepasaba y necesitaba tiempo para digerir lo que había sucedido.

Tu miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora