Capítulo 11.

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Fina Valero.

Mientras estaba en el taller, con las distintas telas extendidas por todas partes y los patrones alineados, comencé a confeccionar el vestido para Marta. El sonido rítmico de la máquina de coser resonaba en el espacio, mientras conversaba con Claudia.

-Ay, Fina, va a quedar hermosísimo-comentó, observando cómo movía las telas con destreza.

-Ay, eso espero -respondí, sin evitar sonreír.

Era un vestido especial, lo sabía muy bien; había puesto todo mi corazón en él.

-Después de que Marta de la Reina use tu vestido -continuó con una sonrisa pícara-, con to' los seguidores que tiene, ¡nos van a caer un montón de pedidos, ya verás! ¡Qué suerte tienes de tenerla de amiga!

Me giré hacia ella, aún concentrada en el trabajo, y no pude resistirme a confesar...

-Bueno, Claudia, a decir verdad, somos algo más que amigas...

Claudia se quedó con la boca abierta, con incredulidad pura en su rostro.

-¡¿Qué?! ¡Pero, Fina! ¡No me lo puedo creer! -exclamó, dejándose caer en una silla-. ¿Y yo sin darme cuenta?

-Ay hija, no soy tan buena escondiendo mis sentimientos, no sé cómo no te diste cuenta -me reí, disfrutando de su sorpresa.

-¡El partidazo que te has agenciado, Fina! -dijo, aplaudiendo en un arranque de alegría.

Agradecí su entusiasmo con una sonrisa.

-Ay si, que suerte tengo. Estoy hasta las trancas, ya te digo...

Cogí mi móvil al sentirlo vibrar sobre la mesa. Era un mensaje de Carmen.

Amiga! Te habla la nueva
empleada de
Laboratorios de la Reina.

Ay felicidades! Te lo mereces
sabía que lo conseguirías!

Inmediatamente le conté a Claudia que se puso tan feliz como yo. Después de un par de minutos de cotilleo y risas, la conversación se deslizó cómodamente hacia otros temas. Pero el tiempo pasaba volando y, por suerte, tenía que ir a ver a Marta.

Quería verla no solo porque la extrañaba, sino porque también me preocupaba por todo lo que había pasado con su padre. Aunque Marta había dicho que no quería hablar del tema y yo trataba de respetar su espacio, sentí la necesidad de asegurarme de que estaba bien. Sabía que en esos momentos lo mejor era hacerle compañía y estar presente para ella, brindándole el apoyo que pudiera necesitar, esperando paciente a que estuviera lista para abrirse.

Cuando entré en su oficina, su rostro se iluminó.

-¡Ven aquí! -exclamé, tironeándola suavemente hacía mí, agarrándola entre mis brazos-. Estás muy guapa.

Le di un beso suave y cariñoso, conteniendo el deseo que brotaba dentro de mí. Marta me sostenía de la cintura, mirándome con esos ojos azules que siempre me hacían perderme en su profundidad.

-¿Has almorzado?

-No, ¿y tú? -respondí, levantando las cejas en un gesto travieso.

- ¿Qué tienes ganas de comer? -preguntó sonriendo.

-Bueno, a ti... -dije, dejándolo caer de forma provocativa.

Ella se río, y lanzó una mirada de desaprobación, pero sus ojos brillaban.

-En serio -dijo, sonriendo-. Dime que te pido para comer.

-Lo que quieras, lo mismo que te pidas tú.

Tu miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora