Capítulo 8.

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Marta de la Reina

Corrí. Escapé aterrada porque no era capaz de enfrentarme a su rechazo. Toda la valentía que había reunido se desvaneció en el instante en que la besé. Me encerré en la habitación, la de mi infancia, la que me pertenecía por estos días. Me senté en la punta de la cama, aturdida. Hiperventilé durante unos segundos, preguntándome qué acababa de hacer. ¿Había arruinado todo? La desesperación empezaba a apoderarse de mí cuando escuché un golpe en la puerta.

-Sí -dije, como un susurro casi imperceptible.

Fina entró, cerrando la puerta detrás de ella, y se apoyó en la misma, mientras me miraba intensamente. Sentí cómo los nervios me invadían, me transpiraban las manos, pero me mantuve firme porque debía enfrentarla. Traté de encontrar las palabras, pero solo titubeé.

-Perdona, no sé qué me pasó, no debería...

No pude terminar la frase porque me interrumpió.

-Me encantó que me besaras.

Suspiré aliviada y una pequeña sonrisa se dibujó en mi rostro.

Me acerqué lentamente, atravesando la habitación hasta llegar a Fina. Mi corazón latía con fuerza, como si quisiera escapar de mi pecho. Cuando estuve a unos centímetros de ella, me detuve. La tensión en el aire me hizo dudar por un instante. Podía sentir el calor de su cuerpo a través del delgado espacio que nos separaba, una distancia casi imperceptible que se sentía como un abismo insalvable que no me atrevía a romper. Fue Fina quien lo rompió. Me miró dulcemente, y con un movimiento suave tomó mi rostro entre sus manos. Sus labios cálidos tocaron los míos. Dejé que mis manos se deslizaran por su cintura, y sin poder contenerme le apreté suavemente contra mí, llevándola aún más cerca. Su boca se entreabrió y la imité, permitiendo que su lengua acariciara la mía. Un suave escalofrío recorrió mi cuerpo, despertando cada fibra de mi ser. La sincronía entre nuestras lenguas y labios era mágica, como si estuvieran destinados a encontrarse. En cada beso, en cada roce, sentía que las paredes que había construido a mi alrededor se desmoronaban, dejándome expuesta y vulnerable ante su esencia.

La intensidad aumentaba y Fina tomó la iniciativa con determinación, su suavidad se convertía en firmeza. Sentí cómo su cuerpo se presionaba más contra el mío.

En ese momento, empecé a sentir una vibración que me desconcentró. Al principio no le presté atención, pero pronto me di cuenta de que provenía de su móvil.

-Uf, no importa -dijo Fina agarrándome con más fuerza.

La vibración continuaba, llamaban una y otra vez. Así que me detuve.

-Atiéndelo, debe ser algo importante con tanta insistencia.

Fina sacó su móvil del bolsillo trasero de su pantalón y, mientras se pasaba la lengua por los labios y sacudía la cabeza como intentando despejarse, no pude evitar sonreír ante su esfuerzo por concentrarse.

Fue entonces cuando miró la pantalla para atender la llamada, y ambas nos detuvimos en seco al ver el nombre, junto con su foto: Esther.

-Genial, solo faltaba que ella arruine nuestro momento -solté, con un tono que delataba mis celos.

Fina me miró con una mezcla de sorpresa y diversión, apenas conteniendo la risa.

Dejó su celular sobre una mesita que había al lado de nosotras y, con un aire provocativo, se acercó de nuevo. Me agarró de la nuca, atrayéndome nuevamente hacia ella mientras comenzaba a besarme el cuello. Cerré los ojos disfrutando de su cercanía. El roce de sus cálidos y húmedos labios viajando a lo largo de mi piel me estremeció. Pero por mucho que lo deseara, en el fondo había algo que me inquietaba y no me permitía dejarme llevar.

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