Capítulo 13.

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Fina Valero.

«¿Había sido todo un sueño?», pensé mientras la bruma de la noche anterior comenzaba a despejarse. Sin embargo, al abrir los ojos, la realidad me golpeó con fuerza y me di cuenta de que no. Estaba en la lujosa habitación de Marta. Mi corazón parecía que iba a explotar al recordar los besos, las caricias, las palabras, todo. Una sonrisa amplia se mantenía grabada en mi rostro, como si estuviera esculpida. La experiencia tenía algo de etéreo, casi mágica.

Me giré en busca de su contacto, pero no estaba, solo encontré el frío del espacio junto a mí. «¿Dónde estará?», me pregunté.

Me estiré sobre la cama feliz y luego me incorporé suavemente, sentándome apoyada en la cabecera de la cama. Miré a mi alrededor, los almohadones tirados en el suelo tras la vorágine de la noche, los paneles de madera oscura y crema con iluminación integrada, los grandes ventanales cubiertos por cortinas enormes, todo era elegante y sofisticado.

Me levanté, cogí la ropa que había dejado tirada en uno de los sillones y me vestí rápidamente. Luego me dirigí al baño, que era una obra de arte, con una enorme bañera ovalada dominando el espacio. Mi mirada se detuvo en un neceser sobre la encimera, con un pequeño cartel escrito por Mara que decía: "He dejado un cepillo de dientes y más cositas para que te higienices. Espero que te sirvan", ese gesto me llenó de ternura. Me lavé la cara y me cepillé los dientes, observando la decoración del baño repleta de artículos de "La Reina": cremas, perfumes, jabones aromáticos. «¿Esto es real?», volvía a cuestionarme mientras una sonrisa asomaba en mis labios.

Salí de la habitación, curiosa por ver a Marta. El lugar se veía distinto, iluminado por la luz del día que llenaba cada rincón. Todo estaba en su lugar; no había señales del desorden que habíamos causado. La encontré sentada en el desayunador, concentrada en su laptop. Me quede disfrutando de la imagen de ella desde lejos, incrédula de presenciar ese momento, una mañana cualquiera en su vida.

—Hola Marta —la interrumpí con una voz suave.

Ella se sobresaltó ligeramente y alzó la vista. Al dirigir su mirada hacia mí, una sonrisa se le dibujo en su rostro.

—Hola —dijo—, ¡no te vi venir!

En el instante en que nuestras miradas se cruzaron, vi sus ojos que parecían un oscuro océano, con sus pupilas expandidas, sus pestañas moviéndose con lentitud. Y lo supe de inmediato, estaba pensando lo mismo que yo: en la noche anterior. En el sabor de nuestros besos, el calor de mi piel desnuda contra la suya, el roce de nuestros cuerpos, el latido acelerado de nuestros corazones.

Me acerqué juguetona, dejando un beso suave en sus labios, disfrutando la chispa que siempre me provocaba.

Siguió cada curva de mi cuerpo, y su suspiro profundo me lo confirmó, estaba pensando lo mismo que yo: en nuestro sudor perlado, nuestras pieles erizadas, nuestras respiraciones entrecortadas, nuestros temblores, nuestros gemidos involuntarios.

Volví al presente, inhalando profundamente.

— ¿Qué hora es? —le pregunté, mientras me acomodaba a su lado.

Marta se mordió los labios y luego parpadeó ligeramente, como si regresara de un ensueño compartido.

—Son las once —dijo, sonriendo mientras se ajustaba en su asiento.

—¿Cuándo te levantaste? ¿por qué no me despertaste? —pregunté, con tono ligero.

—Me levanté temprano, tenía que resolver algunos asuntos del trabajo —explicó, con una sonrisa—, pero te vi tan tranquila y hermosa durmiendo que no quise molestarte.

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