Capítulo 14.

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Marta de la Reina

Hacía años que no compartía momentos con Fina e Isidro, los tres juntos. Siempre me fascinó observar la forma en que se relacionaban; el cariño con el que se miraban, cómo se cuidaban mutuamente, la complicidad que tenían. La única diferencia que encontraba entre los recuerdos grabados en mi mente y lo que tenía frente a mí aquella tarde, era la huella que los años habían dejado: Fina ya no era una niña, e Isidro lucía ahora más arrugas, con menos cabello y algunas canas asomándose. Pero la esencia de ambos era exactamente la misma.

Estar con ellos era como ser una espectadora de algo que nunca viviría en carne propia. La manera en que me integraban en sus momentos me permitía experimentar lo que era ser parte de una familia, y eso era sencillamente hermoso, y llenaba mi corazón de alegría. Nunca encontraría palabras ni actos suficientes para agradecerlo. Sin embargo, ese vínculo tan único y especial, el de padre e hija, era solo de ellos, y siempre sería una observadora de esa conexión que anhelaba, pero que nunca se materializaría.

Aquella noche dormí con Fina, y lo que más deseaba era contarle todo sobre mi relación con mi padre. Sin embargo, no sabía por dónde empezar. La diferencia entre su conexión con Isidro y la mía con él era abismal, y temía que, a pesar de su buena intención, no pudiera comprenderlo del todo. No era por falta de confianza en ella, sino porque había cosas que eran simplemente difíciles de entender. Había tanto enterrado en lo más profundo de mí: secretos y sentimientos que nunca me atreví a compartir con nadie, recuerdos que había dedicado años a intentar olvidar.

Simplemente no me animé.

Era consciente de que ella me estaba dando mi espacio y que quería ayudarme, y se lo agradecí. También sabía que algún día tendría que reunir el valor suficiente para abrir aquella caja de secretos que me traía tanto dolor. Sin embargo, la idea de enfrentar lo que había en su interior me resultaba abrumadora.

Así que hice lo que siempre había hecho, en lo que ya me había convertido en una experta: enterrar todo un poco más profundo.

Los días pasaron, y dormí con Fina casi todas las noches. Se había convertido en una rutina. Era impresionante cómo, en tan poco tiempo, después de haber estado acostumbrada a dormir sola toda mi vida, lo que me resultaba extraño ahora era acostarme sin ella.


Finalmente llegó la noche de la gala benéfica, y como tenía la posibilidad de ir con un acompañante, había invitado a Fina. Decidí que era una buena oportunidad para que todos supieran que ella había hecho mi vestido. Me lo había entregado con la advertencia de no probármelo hasta último momento, que sabía que era arriesgado, pero quería que fuera una sorpresa y se había asegurado de que me quedaría bien. Cuando me lo puse, quedé impresionada. El vestido negro me quedaba perfecto, con un corpiño de encaje que evocaba un corsé y una sutil transparencia sugerente. La falda, rozaba el suelo con gracia, mientras una abertura lateral revelaba mis piernas de manera seductora. Era audaz y sutil, era insuperable.

Pasé a buscar a Fina, cuando la vi estaba radiante, hermosa, y no había palabras que pudieran describirla con justicia. Llevaba un vestido escarlata que caía desde sus hombros hasta el suelo, deslizándose sobre su silueta. Su corpiño, un corazón invertido de pliegues delicados, abrazaba su figura con una sensualidad contenida que capturaba la atención de todos.

Al llegar al evento, el ambiente estaba lleno de glamour. Una multitud de paparazzis se agolpaban, tomando notas y capturando fotos de las celebridades. Estaba repleto de personas de renombre y famosos.
No pasaron muchos minutos antes de que empezaran a preguntarme por mi vestido. Con una sonrisa, proclamé con orgullo que había sido diseñado por Fina. La presenté como mi diseñadora y no perdí la oportunidad de promocionar su marca. Todos quedaron fascinados con mi atuendo.

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