13

365 69 13
                                    

Miré a Will deseando con todas mis fuerzas poder abrazarlo, pero sería muy poco profesional abrazar a mi jefe, sobre todo mientras trabajábamos. Me era difícil contener mi felicidad.

—no lo puedo creer—sonreí agachándome un poco para tener una mejor vista de la bandeja llena de macarons.

Finalmente había conseguido que la mezcla saliera perfecta y no hubiera ningún desperfecto después de la horneada.

Will me miró con una sonrisa que solo mostraba orgullo. El hombre tenía cincuenta años y había sido de los mejores maestros que había tenido.

Su cabello tenía algunas canas, pero sin llegar a cubrir su cabeza por completo, su piel pálida tenía algunas arrugas que se asentaban cuando me sonreía. Podía llegar a ser algo intimidante por su mirada y postura, pero no podía evitar serlo, el hombre se había dedicado a la lucha libre por años antes de seguir su sueño de ser repostero y aunque no tenía un título como tal si te tenía la experiencia necesaria para tener su propio negocio.

La cafetería era pequeña, casi siempre estaba llena y no necesariamente por las escasas mesas, había un flujo constante de clientes por las delicias que vendíamos y eso que la tienda estaba ubicada lejos del centro.

—sin duda sacaremos estos a la venta—me dio unos golpecitos en el hombro—si quieres tomate tu descanso, yo me encargo de los clientes

Una pareja entro a la tienda saludándonos alegremente. Cuatro meses ahí y ya me había encariñado con la mayoría de los clientes habituales.

Me quité el delantal y me preparé un café antes de marcar mi salida a mi descanso. Tomé el mismo asiento de siempre, en el banco que estaban colocado al lado del lugar para colocar las bicicletas.

Respiré profundamente y me deleite mirando la plaza que estaba frente al local, dejando que el ruido de niños riendo, autos pasando y el agua cayendo de la fuente me relajara.

Hace cinco meses que había llegado a aquella pequeña ciudad al sur de Inglaterra, se podría decir que aquella ciudad estaba alejada de la mano de dios.

No sabía con exactitud cuántas personas habitaban la ciudad, pero debido a la poca extensión geográfica no creía que fueran demasiados.

Lo que más me gustaba de aquel lugar es que nadie sabía que aquel había terminado siendo mi destino. El plan que había armado con mi padre no me funcionaba porque tenía conocimiento de mi paradero y por alguna razón, que no quería explorar, necesitaba un descanso de todo.

El otoño había llegado y disfrutaba demasiado trabajar en la cafetería de Will.

Descubrí el lugar a los días de haber llegado, Will sintió curiosidad ya que nunca antes me había visto y comenzamos a charlar. Supongo que se sintió interesado por la chica que escapaba de todo y que había sido echada de su propia ciudad por tomar malas decisiones. No le conté a detalle todo lo que me había ocurrido, pero si lo básico.

La esposa de Will, quien también trabajaba en aquel lugar, me ofreció un empleo rápidamente cuando le mencioné mi gusto por la repostería y con una paciencia que ablandó mi corazón fue que me enseñó las recetas que manejaban en el local. Podría decirse que se con convirtieron en una clase de maestros de repostería e incluso Will se había ofrecido a ayudarme para llenar la solicitud para tomar algunos cursos en la gran ciudad con reposteros de alto reconocimiento, pero había declinado su oferta ya que quería concentrarme solo en mí y en lo que me gusta. Tal vez en unos meses más me anime a tomarle la palabra.

Mi teléfono comenzó a sonar, no necesitaba ver la pantalla para saber que era mi madre.

A las pocas semanas de llegar aquí, había conseguido un celular, no era la primera dueña y eso me tranquilizaba ya que no había registro alguno de la compra. La única que conocía el número es mi madre, no le había dicho donde me encontraba y me partía el corazón cada vez que me preguntaba y yo le negaba aquella información.

Closer• KNJ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora