En una vieja casa de campo, dos muñecas payaso parecen inofensivas, pero tras la partida de una familia, comienzan a revelarse secretos oscuros. Sombras, ruidos inexplicables y movimientos misteriosos alteran la tranquilidad de la casa. Lo que una vez fue un hogar lleno de risas y juegos se convierte en un escenario de terror absoluto, cuando las sonrisas de las muñecas ocultan algo mucho más siniestro.
La casa Smithson, una hermosa mansión en las afueras de un pequeño pueblo, siempre fue un lugar donde las risas y la calidez llenaban el aire. Los días eran tranquilos, y las noches acogedoras. La familia vivía en perfecta armonía, hasta que un par de objetos misteriosos llegaron al hogar: dos muñecas payaso, regalos inesperados que habían encontrado en un mercado de antigüedades durante un viaje familiar.
Eran muñecas extrañas, pero con un aire antiguo y nostálgico que encajaba con la decoración de la casa. Una tenía un sombrero rojo brillante y una sonrisa pintada que parecía demasiado amplia; la otra, con un sombrero azul y ojos tristes, parecía más melancólica. Los niños, fascinados por los colores y los detalles, las colocaron en el salón principal, en un pequeño estante junto a la chimenea.
Al principio, todo era normal. Las muñecas no hacían más que adornar el espacio, y la vida continuaba sin mayor novedad. Sin embargo, con el paso de los días, pequeños eventos comenzaron a suceder que la familia ignoraba como simples coincidencias. Las luces titilaban durante la noche, a menudo dejándolos en la oscuridad por algunos minutos, antes de que se restableciera la energía. "Es la tormenta," decía el padre, convencido de que el mal tiempo era la causa.
Las muñecas permanecían inmóviles, observando desde su estante con sus sonrisas congeladas, siempre en el mismo lugar. Pero una noche, el apagón duró más de lo esperado. La casa entera quedó envuelta en una oscuridad densa y pesada. Los niños se apresuraron a buscar velas, y la familia decidió dormir temprano, con la esperanza de que el suministro de luz volviera al día siguiente.
La mañana trajo consigo la luz del sol, y con ella, la sensación de algo diferente en el ambiente. La madre, mientras arreglaba el salón, notó que las muñecas ya no estaban en su lugar. Las encontró en la mesa de café, mirando hacia la chimenea. "Qué raro", pensó, pero asumió que algún miembro de la familia las habría movido sin mencionarlo.
Pocos días después, la familia tuvo que partir a visitar a unos parientes en el extranjero por una temporada. La casa quedó completamente sola. O eso pensaban.
Una noche tormentosa cubrió la casa en una neblina espesa. El viento rugía por las ventanas, y las ramas de los árboles arañaban los vidrios. En el interior, la oscuridad era total. Algo se movía en las sombras.
Las muñecas, aún en el salón, parecían haber cambiado de lugar otra vez. Sus sonrisas, antes pintadas y fijas, parecían diferentes. La payasa de sombrero rojo, con su amplia sonrisa, parecía ahora tener una mueca torcida, como si intentara reprimir un grito. La de sombrero azul, con sus ojos melancólicos, tenía algo en su mirada que no estaba antes: una chispa de vida.
Los sonidos comenzaron entonces. Primero, un suave crujido de madera como si alguien caminara sobre el suelo del salón. Luego, el murmullo de voces, tan suaves que eran casi imperceptibles, como si las paredes de la casa contaran secretos antiguos. De repente, un golpe seco resonó desde el piso superior. Algo o alguien estaba moviéndose por la casa.
En la penumbra, las sombras parecían cobrar vida. Se deslizaban por las paredes, cambiando de forma, alargándose y encogiéndose como si tuvieran voluntad propia. Un espejo en el pasillo principal se rompió sin motivo aparente, y una ráfaga de viento frío atravesó el lugar.
Las muñecas seguían allí, pero cada vez más cerca de la ventana, sus ojos seguían a las sombras. Parecían esperar algo.
Cuando la familia regresó después de varias semanas, encontraron la casa en un estado extraño. Todo estaba en su lugar, pero una atmósfera opresiva los recibió al cruzar la puerta. El aire estaba cargado, como si algo invisible flotara a su alrededor. Y entonces, la madre lo vio. Las muñecas payaso, ahora colocadas en el piso frente a la chimenea, estaban en posiciones extrañas. Una de ellas estaba boca abajo, mientras la otra apuntaba hacia el pasillo oscuro.
El padre se molestó, creyendo que los niños estaban jugando una broma, pero ellos juraron que no habían tocado las muñecas. Esa misma noche, las luces comenzaron a parpadear de nuevo, pero esta vez, la sensación era diferente. La oscuridad no era acogedora; era sofocante, como si algo estuviera acechando en ella.
Los ruidos regresaron, pero esta vez, fueron más intensos. Pasos, risas lejanas, puertas que se cerraban de golpe. Los niños empezaron a tener pesadillas cada noche, viendo sombras que les susurraban y las caras de las muñecas que parecían moverse. Las risas de los payasos resonaban en sus sueños, pero eran risas vacías, llenas de maldad.
Una noche, después de otro apagón, los niños encontraron las muñecas en sus camas. Sentadas con las piernas cruzadas, los miraban desde la oscuridad, con sus caras grotescamente deformadas por las sombras. La payasa de sombrero rojo parecía más alta, su cuerpo estirado de una forma imposible. Sus ojos brillaban en la penumbra, como si estuvieran vivos.
La familia ya no podía soportarlo. Decidieron deshacerse de las muñecas. Pero cuando el padre intentó tirarlas, la puerta principal se cerró de golpe. Las luces de la casa comenzaron a titilar, y las sombras se arremolinaron en el salón, como si fueran convocadas por una fuerza oscura. Las muñecas cayeron al suelo, y un ruido gutural, algo inhumano, surgió desde el corazón de la casa.
La sonrisa de las muñecas payaso ya no era de simple pintura. Era real.
Las muñecas comenzaron a moverse, con movimientos espasmódicos, como si estuvieran buscando algo. El padre gritó, pero su voz se ahogó en el sonido de la risa distorsionada que llenaba el aire. La familia intentó correr, pero la casa, su propia casa, parecía estar cerrándose alrededor de ellos.
Nadie volvió a ver a la familia Smithson después de esa noche. La casa quedó abandonada, pero las historias sobre las risas de payasos y sombras que se movían solas continuaron entre los vecinos. Quienes se acercaban demasiado decían que desde las ventanas del salón podían ver dos figuras pequeñas, sentadas en el suelo, con sus sombreros de colores brillando en la penumbra, y sus sonrisas vacías siempre observando.
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Ecos En La Oscuridad
ParanormalEs una antología que reúne cuentos inéditos de terror y suspenso, capaces de mantenerte al borde de la locura y el miedo. En estas páginas, descubrirás relatos que exploran lo desconocido, lo sobrenatural y los rincones más oscuros de la mente human...