Profundidades Ocultas

108 2 0
                                    

En un remoto pueblo costero, las aguas del océano siempre han sido veneradas por su belleza y abundancia. Pero debajo de la calma superficial, algo oscuro y antiguo se mueve, algo que los habitantes han ignorado por generaciones. Una serie de desapariciones misteriosas y extrañas muertes comienzan a despertar antiguos miedos. En las profundidades del océano, hay secretos que nunca debieron ser descubiertos. Y aquellos que se aventuren demasiado lejos, pueden no regresar jamás.

Las olas rompían suavemente contra la costa, y el sonido, que usualmente traía paz a los habitantes de Puerto Estrella, ahora parecía una advertencia sombría. El mar había comenzado a comportarse de manera extraña. Los pescadores notaban que las corrientes eran impredecibles, las criaturas marinas se alejaban, y una bruma espesa cubría la bahía cada noche, ocultando el horizonte.

Carmen, una joven de veintisiete años, había nacido y crecido en el pueblo. Conocía cada rincón de la costa, cada cueva escondida y cada sendero que llevaba al acantilado. Amaba el mar, lo consideraba su refugio, su escape de la monotonía de la vida cotidiana. Sin embargo, incluso ella sentía algo diferente en las aguas. Algo que no podía explicar. Las olas eran más frías, los sonidos del océano más inquietantes.

Una tarde, su hermano menor, Javier, salió a pescar con sus amigos, como lo hacía cada semana. Era una costumbre en el pueblo; todos los hombres jóvenes iban al océano para capturar el pescado que alimentaba a las familias. Pero esa noche, no regresaron.

La noticia corrió rápidamente. Cinco jóvenes desaparecidos sin rastro. Las familias se reunieron en el muelle, esperando cualquier señal. Las horas pasaron, y el mar, en su serenidad implacable, no ofreció ninguna respuesta. Ningún bote, ningún cuerpo. Nada. El miedo se apoderó del pueblo, pero lo más aterrador fue el silencio. Ni siquiera las gaviotas volaban sobre las aguas como antes.

Carmen, desesperada por encontrar a su hermano, se acercó al viejo Don Esteban, un pescador anciano que siempre había evitado hablar sobre las leyendas del mar. Lo encontró sentado en su cabaña, mirando el horizonte con una mezcla de resignación y miedo.

- Don Esteban, ¿qué está pasando? -preguntó Carmen, la voz quebrada por el dolor y el terror. - Mi hermano... no sé qué hacer. El mar se lo llevó.

El anciano la miró con ojos llenos de años de sabiduría y secretos que nunca quiso compartir. Tras un largo silencio, murmuró:

- Las profundidades no perdonan. Algo ha despertado allá abajo. Lo que ves en la superficie es solo una máscara. El océano guarda cosas que no deberían ser perturbadas.

Carmen frunció el ceño, confundida. - ¿A qué te refieres? ¿Qué puede estar allí abajo?

Don Esteban se levantó lentamente, caminando hacia una vieja estantería donde guardaba un cuaderno polvoriento. Lo abrió con manos temblorosas y señaló un mapa dibujado a mano. En el centro del mapa, una serie de círculos marcaban un área al sur del pueblo, lejos de la costa usual.

- Hace años, los ancianos del pueblo contaban historias sobre este lugar, donde las aguas nunca eran claras, incluso en los días más tranquilos. Decían que, bajo la superficie, había algo vivo. Algo que dormía, hasta que... bueno, hasta que ahora.

Carmen miró el mapa, una mezcla de incredulidad y terror creciendo dentro de ella.

- ¿Estás diciendo que hay algo en el mar que ha tomado a mi hermano? -susurró.

El anciano asintió lentamente. - No es algo que puedas ver, al menos no con facilidad. Es algo que está en las profundidades, una presencia antigua. Los pescadores que han ido demasiado lejos, como tu hermano, son los primeros en sentirlo, pero luego desaparecen. El mar los reclama.

La desesperación de Carmen se transformó en una furia decidida. No podía dejar que una leyenda antigua la separara de su hermano. Decidió que esa noche saldría al mar, buscaría cualquier pista de lo que le había sucedido. Sabía que era peligroso, pero no podía quedarse de brazos cruzados.

Con la luna llena iluminando la superficie del océano, Carmen se adentró sola en su pequeño bote. El aire era frío, mucho más de lo que debería ser para esa época del año, y la bruma espesa comenzaba a rodearla. Las aguas, que normalmente la acogían con suavidad, parecían agitadas, como si algo las removiera desde las profundidades.

A medida que se alejaba más de la costa, el silencio se hizo absoluto. No se escuchaba el viento, ni los sonidos de las aves, solo el constante murmullo del agua debajo del bote. De repente, la corriente cambió bruscamente, llevándola hacia una dirección que no esperaba. Trató de remar en contra, pero fue inútil. El mar tenía un plan propio.

Cuando la bruma finalmente se disipó, Carmen vio algo en el agua que la dejó helada. Unas sombras enormes, que parecían moverse debajo de la superficie. Formas amorfas y oscuras, como si el océano estuviera vivo, como si las leyendas fueran ciertas. Algo estaba despertando.

Intentó retroceder, pero las sombras comenzaron a rodear su bote. El agua bajo ella se volvió inquietantemente clara, como si la luz de la luna atravesara el fondo del mar. Y entonces lo vio.

Una figura enorme, algo que no era un pez ni un animal que hubiera visto antes. Se movía lentamente, pero con propósito, ascendiendo desde las profundidades. A medida que subía, las aguas se oscurecían aún más, y el miedo de Carmen se transformó en terror puro. Sabía que lo que sea que fuese, había estado allí por siglos, esperando.

El viento se levantó de repente, y el bote comenzó a balancearse violentamente. Las sombras a su alrededor parecían tener vida propia, estirándose hacia ella como si el océano mismo intentara atraparla. Carmen gritó, pero su voz fue devorada por el rugido del mar.

Intentó remar de nuevo, pero el bote ya no respondía. Estaba atrapada en la tormenta que parecía venir de las profundidades. El monstruo, o lo que fuera esa presencia oscura, estaba cada vez más cerca. El agua empezó a llenar el bote, y en medio de la oscuridad, Carmen supo que no tenía escapatoria.

Días después, los habitantes de Puerto Estrella encontraron el bote de Carmen flotando cerca de la costa. Estaba vacío, sin señales de lucha o violencia, pero algo en el aire había cambiado. Los pescadores ya no se aventuraban tan lejos, y las familias cerraban sus ventanas al caer la noche. Sabían que algo oscuro y antiguo se había despertado en las profundidades, y que el mar ya no era el mismo.

Las desapariciones continuaron, y aquellos que miraban demasiado tiempo las aguas del océano a veces decían ver sombras moviéndose debajo de la superficie, recordándoles que no todo lo que yace en el mar está dormido.

El mar siempre reclama lo que es suyo.

El silencio de las profundidades nunca había sido tan aterrador.

Ecos En La Oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora