Los Nervios que Matan

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En un tranquilo vecindario, aparentemente normal, algo invisible y aterrador comienza a devorar a los habitantes desde dentro. No hay señales visibles, ni marcas, ni rastros de violencia, pero las personas empiezan a morir de manera inexplicable. Una sensación extraña e incontrolable de pánico invade a todos. Los síntomas son siempre los mismos: nerviosismo extremo, insomnio, paranoia, y finalmente... la muerte. Nadie sabe qué lo causa, pero algunos sospechan que los propios pensamientos pueden ser letales. En esta historia de horror psicológico, lo que más temes puede ser lo que te mate.

Desde hacía semanas, Elena no lograba dormir. Las noches se habían convertido en un ciclo interminable de pensamientos intrusivos y ansiedad constante. Cada ruido la sobresaltaba, cada sombra parecía moverse, y aunque sabía que era irracional, no podía evitar sentir que algo o alguien la observaba desde la oscuridad.

Todo comenzó de manera sutil. Al principio, solo era una ligera incomodidad, una sensación de que algo estaba mal. Podía sentir cómo su corazón latía un poco más rápido de lo normal, cómo sus manos temblaban ligeramente. Pero con el tiempo, esa incomodidad creció. Lo que antes era un simple malestar, se convirtió en un miedo constante y sofocante. Y no solo le sucedía a ella. Los vecinos también empezaron a actuar de manera extraña.

En la tienda de la esquina, el dueño, normalmente amigable y hablador, ahora apenas mantenía la mirada. Se le veía sudoroso, nervioso, y cada vez que alguien entraba, sus manos temblaban visiblemente. Nadie hablaba mucho de ello, pero todos en el vecindario podían sentir que algo estaba cambiando, algo aterrador.

Los primeros en morir fueron los Mellizos García. Ambos fueron encontrados en su casa, sin signos visibles de violencia, pero con expresiones de horror absoluto en sus rostros. Los médicos no pudieron explicar qué había causado la muerte. No había veneno, ni lesiones, pero algo en sus cuerpos había fallado. Los vecinos comenzaron a murmurar que la causa no era física, sino psicológica. Algo dentro de sus mentes había cedido, algo los había matado.

Elena intentaba mantenerse tranquila, pero cada día que pasaba, los síntomas empeoraban. El sonido de su propio corazón palpitando se había convertido en un tambor imparable en sus oídos. La sensación de ser vigilada era cada vez más intensa. Por las noches, escuchaba ruidos que no podía identificar, y aunque sabía que todo estaba en su cabeza, no podía deshacerse de la paranoia.

Una noche, después de días sin poder dormir, decidió salir de la casa para caminar. Tal vez, pensó, el aire fresco la calmaría. Pero tan pronto como pisó la acera, sintió que algo andaba mal. Las calles, habitualmente tranquilas pero acogedoras, ahora parecían extrañamente desiertas y llenas de sombras. Las luces de las farolas parpadeaban, y por un segundo, tuvo la sensación de que la oscuridad misma la estaba persiguiendo.

Los latidos en su pecho aumentaron. El sudor frío comenzó a correr por su espalda. Caminó más rápido, intentando alejarse de esa sensación, pero no importaba lo que hiciera, el miedo seguía allí. Todo se sentía más pesado, más denso, como si la noche misma se cerrara sobre ella.

De repente, escuchó pasos detrás de ella. Volteó rápidamente, pero no había nadie. El miedo era sofocante. Su respiración se volvió irregular, y las paredes de su mente comenzaron a desmoronarse. El pánico, ese enemigo invisible, era ahora palpable, y su cuerpo comenzaba a reaccionar de maneras que no podía controlar.

Al día siguiente, la encontraron muerta en su cama. No había señales de lucha, ni heridas, ni evidencia de ninguna agresión externa. Al igual que los Mellizos García, Elena tenía los ojos abiertos, y su rostro mostraba una expresión de terror absoluto. Los médicos dieron la misma conclusión: muerte por causas desconocidas.

Con el paso de los días, más personas comenzaron a experimentar los mismos síntomas: un nerviosismo constante, insomnio, paranoia, ataques de pánico que no se podían controlar. Y uno por uno, comenzaban a morir. Las teorías comenzaron a volar. ¿Podía el miedo ser tan poderoso como para matar? ¿Era alguna especie de enfermedad? Pero ninguna respuesta era suficiente.

Pronto, la comunidad entera quedó atrapada en un ciclo mortal. El miedo, esa fuerza invisible e irracional, se había apoderado de todos. No había cura, ni explicación. Nadie sabía cómo detenerlo, porque no había enemigo visible. El enemigo estaba dentro de cada uno de ellos.

Las autoridades intentaron mantener el control, sugiriendo que todo era un fenómeno psicológico, una especie de histeria colectiva. Pero esa explicación solo empeoró las cosas. Cuanto más intentaban calmar a la gente, más se intensificaban los síntomas. El miedo alimentaba más miedo. Era un ciclo interminable.

Al final, solo quedaban unos pocos. Los que sobrevivieron no eran necesariamente los más fuertes, sino aquellos que lograron aceptar el terror y convivir con él. Pero incluso esos pocos sabían que nunca estarían completamente a salvo. Porque una vez que el miedo se apodera de tu mente, no hay escape. Puede estar silencioso por un tiempo, pero siempre acecha, esperando el momento en que tus nervios, esos frágiles hilos de control, finalmente se rompan.

Y cuando eso suceda, cuando el pánico irracional te domine... ese será tu final.

La ciudad que alguna vez fue bulliciosa, ahora es un lugar vacío, con solo sombras de lo que fue. Las pocas personas que aún caminan por sus calles lo hacen con pasos rápidos y cabezas bajas, temerosas de mirar demasiado tiempo a las sombras que les rodean. El miedo no es un monstruo físico, pero puede ser mucho más mortal. Los nervios, cuando se desgastan hasta el límite, pueden ser lo que realmente acabe con nosotros.

Ecos En La Oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora