Caballero de la Muerte

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El viaje que revolvía mi estómago había terminado. Mis botas al fin pisaron tierra, encontrándome en medio de un oscuro bosque.

-Bueno, hasta ahora es un buen augurio que aun siga consciente-.

Comencé a caminar por la maleza en medio del mar de árboles ¿Dónde había parado? ¿Qué lugar era este? Un ruido a la distancia me alarmó. Desenvainé mi espada.

-¡¿Quién anda ahí?!- grité a la nada.

Los ruidos de las hojas moviéndose continuaron.

-Vamos, sal de allí-.

De pronto, el grito de un niño llegó a mis oídos.

-¡Ayuda! ¡Por favor, ayuda!- exclamó.

Sin pensarlo corrí hacia la dirección de donde provenían sus ruegos. En ese lugar estaba lo que parecía un niño atrapado por las enredaderas de una planta carnívora.

-¡Espera!- le dije.

El niño me escuchó y volteó hacia mí, llevaba puesta una extraña mascara de monstruo. Diablos, no más mascaras por favor.

-Tranquilo, estarás bien- corté las lianas negras fácilmente, liberándolo.

-Muchas gracias- dijo.

-No te preocupes- sin embargo, al seguir las raíces de la planta, me di cuenta que ya estaba muerta- esto no tiene sentido, ¿Cómo quedaste atrapado?

Antes de que pudiera contestarme, algo me había golpeado en la espalda. Al girar la cabeza pude observar lo que parecía ridículo de pensar, el bolso con mis cosas flotaba en el aire y se alejaba.

Del otro lado, el niño que acaba de salvar llevaba mi espada y huía rápidamente con ella hacia una dirección opuesta.

Miré repetidas veces de un lado al otro y luego corrí.

-¡Rayos! ¡Regresa aquí!- le grité al niño que llevaba mi espada, pues tenía que recuperarla, solo hace poco había sido reparada por Farore.

El niño enmascarado se carcajeó y empezó a columpiarse por las ramas de los árboles. Era muy rápido, me había sacado mucha ventaja.

-¡Detente!- le dije pero no contestó, continuaba corriendo.

De pronto algo sonó detrás de mí, eran unas arañas enormes que saltaban persiguiéndome.

-¡¿Qué demonios?!- dije tras ver esas cosas.

En mi carrera choqué con algo en el suelo y caí violentamente en la hierba. No había sido un accidente, un monstruo compuesto de solo tentáculos me había tomado del tobillo. Los ojos de las arañas entre las hojas se acercaban. Golpeé con mi brazo derecho a esa cosa babosa y volví a correr.

Unas lanzas vinieron de la derecha pasándome por centímetros la cabeza. Eran unas bestias con cabeza de cerdo y ojos negros persiguiéndome también.

-¡¿Qué pasa con este mundo?!-.

El niño entre las ramas pasó por arriba de un grupo de plantas carnívoras. Las plantas abrieron sus grandes bocas llenas de colmillos cuando escucharon mis pasos.

-¡Esto tiene que terminar!- lancé el boomerang, el único artefacto que no me habían robado. Impactó contra las delgadas raíces de las plantas dejándolas muertas en el suelo. Lo tomé de vuelta y lo volví a lanzar pero esta vez con el objetivo de darle al niño.

El boomerang golpeó el pie del niño de la máscara mientras pisaba un árbol, lo que logró que perdiera el equilibrio y cayera en la tierra con mi espada.

La Leyenda de Zelda: El Héroe DoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora