La familia Mijares había sido, por generaciones, los guardianes del arte más preciado del Imperio Austrohúngaro. Desde el siglo XVII, su linaje estaba íntimamente ligado a la corte, encargados de una tarea tan secreta como peligrosa: la construcción de bóvedas y pasadizos en los castillos para resguardar tesoros artísticos; en marcados por acertijos para abrir esos pasadizos; pero también algunos había sido grandes artistas de todos escultores; músicos y pintores.Los Mijares no solo conocían los planos, ellos mismos los diseñaban, asegurándose de que solo los descendientes directos de la realeza y de las familias de la corte que los contrataran pudieran acceder a esos secretos.
Sin embargo, su vida de privilegio y deber ser se vio amenazada cuando las mafias del arte más poderosas comenzaron a perseguirlos, ansiosas por apoderarse de esos mapas que ocultaban tesoros incalculables y de su propio acervo artístico; legado familiar y varias obras regaladas por algunos artistas.
La decisión de huir a América no fue una elección, sino una necesidad. México, con su vasto territorio y cultura en pleno desarrollo, se convirtió en su refugio. Aunque lograron establecerse, su fama les precedió, y pronto los Mijares construyeron para particulares impresionantes pasadizos en tiempos de la Revolución Mexicana, debido a la barbarie cultural; protegiendo obras que más tarde serían exhibidas en museos internacionales.
Pero ese conocimiento tenía un precio: la madre de Lucero había muerto a manos de aquellos que querían acceder al legado artístico europeo. A partir de entonces, la familia tuvo que vivir bajo el miedo constante; hasta que al patriarca se le ocurrió crear identidades falsas para sobrevivir.
Lucero siempre había intuido que su familia guardaba cosas; que no sabía cómo describir; de chica su papá escondía secretos; y le enseño desde muy pequeña acertijos; y como salir de laberintos y pasajes; pero jamás imaginó la magnitud de lo que descubriría. Todo comenzó aquella mañana, cuando, entre sueños, escuchó una voz que hacía tiempo había dado por perdida.
—Nena, despierta —dijo la voz de su padre, suave pero firme. Lucero, aturdida, se removió en la cama, pensando que aún estaba soñando.
—Veme, mi amor —insistió—, necesito hablar contigo.
Al abrir los ojos, lo primero que vio fue el rostro de su padre, vivo, frente a ella. Su corazón se detuvo un instante. No podía ser cierto.
—¿Papá? ¿Qué está pasando? —susurró, con la mente nublada por la incredulidad—. Esto debe ser una pesadilla.
—¿Tan mal te parece verme vivo? —dijo él, con una sonrisa amarga.
Lucero, incapaz de contener sus emociones, se lanzó a sus brazos. Lo abrazó con fuerza, con un nudo en la garganta que finalmente se rompió en lágrimas. Su padre la apretó contra su pecho, también llorando. Había sido una jugarreta cruel del destino, pero ahí estaba, de pie, fuerte como el roble que recordaba de su niñez.
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El hilo del destino. Laluce
Hayran Kurgu¿Has sentido que conectas con alguien inmediatamente después de conocerla? Eduardo empieza a experimentar vívidas y perturbadoras visiones de lugares y personas que nunca ha conocido; a través de sus sueños: a medida que las visiones se intensific...