Rey del Compost

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CAPITULO 4

Desperté con la cabeza latiéndome como si alguien hubiera decidido usar mi cráneo de tambor toda la noche. Apenas abrí los ojos, la luz del sol me golpeó directo en la cara. ¿Qué es esto, un maldito reflector de cine? Me quejé, cubriéndome con una mano. No había una partícula de mi cuerpo que no doliera, y ni hablar del sabor a resaca que tenía en la boca... algo entre tequila, vergüenza y, posiblemente, la muerte misma.

—Oye, señor 'beberé hasta el agua del lago', tenemos que ir a clases —Mandy me miraba desde la puerta como si estuviera contemplando al espécimen más asqueroso de simios. Y claro, me sentía así.

¿Miraré yo a Thomas con esa cara de asco algún día?

Pero el dolor físico no se comparaba con lo que vino después, cuando mi cuerpo, en un acto heroico, logró llevarme al baño. Frente al espejo, me topé con el reflejo del libertinaje... o mejor dicho, las consecuencias de él. Era como si una película de bajo presupuesto comenzara a reproducirse en mi cabeza, donde los recuerdos de la noche anterior me golpeaban uno a uno. Mi cara, que parecía haber tenido una charla íntima con la muerte misma, no ayudaba.

Nunca he sido de beber a lo loco, pero mi estado mental no había sido el más lúcido anoche. Mi corazón de pollo y los nervios habían hecho que me embriagara lo suficiente como para que mi sangre pudiera limpiar cualquier virus que existiera.

—Te ves fatal —dijo Mandy, ahora apoyada contra el marco de la puerta, con esa expresión que mezclaba burla y fastidio—. Vamos, no tengo todo el día para esperar a que te rehagas.

—Dame un segundo para recomponer mi dignidad... si es que queda algo —murmuré, pasándome una mano por el cabello despeinado y sintiendo que, en serio, lo que quedaba de mi dignidad estaba en el fondo de algún basurero.

La noche anterior... los recuerdos, el beso.

 Ah, el maldito beso.

 Mis pensamientos daban vueltas como una lavadora en modo centrifugado. Todo se sentía como un rompecabezas mal armado: piezas sueltas, otras que simplemente no encajaban, pero lo único que tenía claro era el beso. Ese bendito beso.

Me miré de nuevo en el espejo, buscando algún indicio de lo que me había impulsado a hacer semejante tontería. Mis labios estaban hinchados, y no precisamente de la forma romántica que uno espera. Tal vez por el roce, tal vez por el vómito... sí, esa parte la había olvidado convenientemente hasta ahora. Lo había besado... y no solo eso... él me respondió ¡y yo lo disfrute! Pero después lo vomité. Genial.

—¿Qué se supone que haga con esa información ahora?—me pregunté mientras mi cabeza latía con más fuerza, como si se estuviera vengando por recordarlo.

A ver, repasemos: fiesta, lago, mucha bebida, y mi episodio de despecho digno de telenovela barata. Luego, por si no fuera suficiente, me besé con alguien. Eso en sí no sería el fin del mundo si no fuera por dos detalles:

1. Besé a un hombre.

2. Le llamé por el nombre de mi mejor amigo.

—¡Ugh! —me quejé, frotándome las sienes mientras la vergüenza me golpeaba más fuerte que cualquier resaca.

"¿En qué diablos estaba pensando?", me repetí por centésima vez mientras arrastraba mis pies fuera del baño. Yo, Nicolás Davies, capitán del equipo de baloncesto, la estrella de la preparatoria, había llegado a este nivel de patetismo. Empezaba la noche buscando a Lucas como si fuera una ex despechada y la terminé emborrachándome hasta el punto de besar a alguien... y ni siquiera cualquier alguien. A un tipo, creyendo que era él.

FRIENDS (BOYSLOVE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora