Enfrentarse a la Hiena

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CAPÍTULO 6


El calor sofocante me envolvía como un abrazo no deseado mientras intentaba, en vano, concentrarme en lo que se suponía que debía hacer. Pero, siendo sincero, mi mente estaba en la próxima práctica. El gimnasio, con su aire denso y pegajoso, se sentía más como una versión tortuosa de una sauna pública que como un lugar para el deporte. Normalmente, me encantaban los grandes ventanales que dejaban entrar toda la luz... pero, después de semanas de solazo directo, empezaba a cuestionar cuánto realmente me gustaban.

—Dicen que lloverá este fin de semana —soltó el entrenador Jack mientras se secaba el sudor con su camiseta, porque al parecer las toallas no existen en su mundo—. Seguro que refresca.

"Que el universo te escuche", pensé mientras mi alma hacía un pequeño baile de la lluvia mental. Necesitaba un respiro del calor, del equipo y, honestamente, de mi propia existencia en general.

Las prácticas eran siempre después de clase, y Jack, el buen Jack, siempre nos daba una hora para ir a casa y luego volver. La mayoría de mis compañeros preferían quedarse por aquí, haciéndose los deportistas dedicados, pero yo... Intenté quedarme en el gimnasio durante mi primer año, y no aguanté más de dos días. Sin embargo, a pesar de todo, logré convertirme en el capitán del equipo. Sí, amigos, el mismo chico que no podía soportar el olor a calcetín mojado por más de dos horas ahora era el jefe. Increíble, ¿no?

—¡Ey, Capitán! —gritó una de las porristas, interrumpiendo mi monólogo mental. Julia, la pelirroja líder del grupo, me sonrió como si acabara de darme un Oscar—. ¿Listo para llevar a los Leones a la victoria?

Me giré hacia ella con la mejor sonrisa de galán que pude poner.

—Obvio. Si no lo hago yo, ¿quién más? —dije, guiñando un ojo, aunque lo único que quería hacer era irme de aquí a un lugar donde no existiera el calor... o la presión.

Este era mi reino. Aquí no había dramas, ni tonterías de la vida, solo el eco del balón rebotando y los gritos de los chicos cuando encestaban. Aquí yo era el rey, y vaya que se sentía bien. Al menos por un rato.

Pero entonces, sin previo aviso, mi cerebro traicionero decidió recordarme una frase estúpida de mi infancia: "rey del compost". Sentí que me tambaleaba, como si mi propio cuerpo me recordara que, en algún lugar del universo, todavía existía alguien que me llamaba así. Y, como un mal presagio, el gimnasio, que segundos antes vibraba con ruido, de repente se quedó en silencio.

Las chicas, en lugar de animar o hacer acrobacias imposibles, comenzaron a cuchichear de forma bastante... intensa.

—Oh, Dios, qué guapo.

—No puede ser…

—¡Ese es...!

La atmósfera del gimnasio cambió de inmediato, como si alguien hubiera encendido un rayo en el aire. Me giré lentamente, sintiendo cómo la calidez del ambiente se volvía aún más sofocante, como si el sol hubiera decidido hacer un cameo. Julia, que aún mantenía su sonrisa segura, me miró con una mezcla de asombro y emoción que parecía decir: "¡Mira lo que trajo el gato!"

Y ahí estaba él: Kai Rivers. Por supuesto. No podía ser otro. Su cabello negro brillaba bajo la luz intensa como si estuviera iluminado con neón, y su presencia, tan despreocupada como arrogante, llenaba el lugar con una energía vibrante que hacía que el sudor en mi frente se multiplicara. Aunque no era la primera vez que lo veía, esta era la primera vez en mi territorio, como ¿Una hiena? pensé, mientras observaba a Kai caminar como si el lugar fuera suyo. Era justo esa vibra que traía, como una hiena intentando colarse en el territorio de un león, sin respeto alguno por el verdadero rey. Las hienas siempre tienen esa actitud: ruidosas, provocadoras, convencidas de que pueden robarse algo sin que nadie se dé cuenta.

FRIENDS (BOYSLOVE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora