18 ♡

316 39 24
                                    

—Lee Chanyoung, si tienes visita no puedes quedarte en la cama. —alegó Bell mientras Anton y yo caminábamos hacia la cocina. Bell me dio una mirada de disculpa antes de volverse hacia su nieto con el ceño fruncido. —¿Y no vas a ofrecerle algo de beber? Creerá que fuiste criado por un cretino o algo así.

—Sí, sí. —respondió el aludido dándole un beso a su abuela en la parte superior de la cabeza, quien dejó escapar un suspiro y murmuró algo en voz baja aunque su boca se torció cuando él la abrazó. Sólo pude observar con curiosidad cómo Anton trataba a su abuela, había algo sobre la forma en que se comportaba... de una manera diferente a como era él normalmente. Parecía... relajado y amoroso.

Fue agradable verlo así.

—Nada de sí sí, jovencito. —le regañó Bell, golpeando su costado a la vez que se volvía hacia mí. —Y Wonbin querido, fue un placer conocerte pero estoy llegando tarde a mi clase de cerámica. Vuelve otro día, ¿sí? Me encantaría conversar contigo de manera apropiada y con un refrigerio de por medio.

Las últimas palabras de Bell fueron indirectas cuando le dio una mirada afilada a Anton, él resopló en respuesta mientras yo cubría mi risa con mi mano. La señora pronto se fue dejándonos solos en la cocina y yo pasé uno de mis dedos sobre la superficie de la isla, recordando que hace tan sólo unas semanas Anton y yo nos habíamos sentado aquí mismo pero en una situación muy diferente de la que estábamos ahora. Lo que se había sentido como un espacio desconocido y desalentador había cambiado en algún momento aunque no podía saber con exactitud cuándo.

—Entonces... ¿no me vas a ofrecer algo de beber, Chanyoungie? —pregunté con un poco de mofa mientras Anton sacudía la cabeza con una sonrisa divertida en su rostro.

—Vamos a salir en un segundo de todos modos. —anunció y yo incliné la cabeza hacia un lado confundido. —¿Qué? ¿Acaso creías que íbamos a descansar todo el día aquí?

—¿Honestamente? Sí, más o menos. —admití frotándome la nuca torpemente.

—Si sólo quieres quedarte dentro, no me importa. Puedo pensar en... muchas cosas que podríamos hacer aquí. —propuso con una sonrisa cada vez más amplia y socarrona mientras sus ojos me miraban una y otra vez, el movimiento de sus pupilas vibrantes decían todo lo que sus labios insinuaban. Mis orejas se calentaron cuando negué con mi cabeza y coloqué mi mochila sobre mis hombros.

—No, salgamos. —me apresuré a decir y Anton rió entretanto abría la nevera. Rebuscó por unos momentos antes de sacar algunos recipientes y una botella de té helado. —¿Para qué es eso?

—Comida, para comer. —respondió con obviedad, inclinándose hacia atrás para mirarme desde su posición al lado de la puerta abierta del refrigerador. —Detrás de ti en el armario inferior hay una canasta de picnic. ¿La tomas por mí?

Acatando la petición de Anton, busqué alrededor de los armarios hasta que encontré una canasta verde brillante.

—¿Esta, verdad? —pregunté, a lo que él asintió.

—Sí, sólo ponlo en el mostrador de allí. —Anton tardó unos minutos en cargar todo lo que quería en la canasta, cerrando la parte superior cuando terminó. Recogiendo la canasta y agarrando las llaves de su auto, giró la cabeza hacia la puerta al pasar.

—¿A dónde vamos? —interpelé mientras Anton colocaba la canasta en la parte trasera de su auto. Deslizándome en el asiento del copiloto, Anton sólo me dio una sonrisa reservada y salió del camino de entrada. —En serio Anton, no me vas a llevar al bosque para engordarme y luego matarme, ¿verdad?

—Engordar, sí. Matar, tal vez. —respondió en broma haciéndome rodar los ojos, después de un momento en silencio él volvió a hablar. —Vamos a un lugar con una vista de la ciudad realmente bonita. Cálmate, Bin.

entre sábanas  |  wontonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora