Llorarás solo

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«Que gracioso eres», me dijo una señora. Yo no entendía por qué lo decía, simplemente reí con ella, ya que su risa era contagiosa. Me hacía acordar de alguna manera a mi abuela cuando le contaba chistes para amenizar su situación. Era lo que me gustaba, después de todo. Mientras caminaba, conocí a un señor. Parecía un buen hombre, pero algo perturbado con la vida: «La vida solo te sonríe cuando está a punto de golpearte», decía; aunque su mal humor terminaba poco después, cuando tomaba un crucigrama y lo resolvía con rapidez. Yo seguía con mi rutina. Iba de aquí para allá, tratando de hacer reír a la gente, y era satisfactorio cuando así era, porque entendía que hasta en los corazones más atormentados puede haber algo de calma. Desde niño he sido así y tanto mi papá como mi mamá me lo han dicho: «Has alegrado nuestras vidas con tus ocurrencias, puedes hacerlo con los demás.» Y yo he tomado la palabra. Hasta que un día... ¡Oh!, es algo que solo se puede entender en ese día, en ese específico momento, en esa específica hora, minuto, segundo. Solo un día bastó para desmoronarme. La desdicha es como el mar que se retira solo para regresar y golpear con fuerza. Mis padres estaban en el hospital y el doctor fue tajante: «Tus padres pueden morir hoy.» Un día antes de la última noticia, no fui a ningún lado, sentí como mis energías fueron drenadas por algún tipo de devorador invisible; y en mi mente, se empezó a amasar una frase tan resaltante que podía mencionarla con todas sus letras: «¡Púdranse todos!» Me sentía en una constante contradicción, ¿Cómo era posible que recibiera este trato aun cuando a los demás yo les he dado una parte de mí? La injusticia pertenece a todos aquellos que no conocen el amor y la dicha; yo podría haber alzado un hacha y haber matado a alguien, pero decidí hacerlos reír. Cuando volví a pasar donde ese viejo, dijo algo que fue como un disparo certero: «Ríe, y el mundo reirá contigo. Llora, y llorarás solo.» Me grabé bien esas lívidas palabras hasta que mis dedos se entumecieron. Al dar el grito contra el mar, mis piernas no pudieron soportarse; me desgarré la garganta, los nudillos del puño... era inútil, ningún esfuerzo volvería hacerme traer lo que alguna vez fui. Destrozado estoy como una figura de barro. Ellos están muertos y yo también.

—Oye —dijo una señora a otra—, ¿te acuerdas de ese que nos hacía reír?

—¿Quien?

—No lo recuerdo.

—Bueno, a nadie leimporta. 

Cronicas dispersasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora