¿Quién puede ser ahora?

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Compréeste departamento por la comodidad que me causaban sus interiores, pues estabamuy bien amueblado y conservaba un toque rústico que a mí me encantaba, ademásde eso, el ambiente acogedor hacia que los veranos fueran frescos y losinviernos tibios. Definitivamente, me encantaba; además, los vecinos eranpersonas muy generosas, que hasta brindaban ayuda por demás. Yo no era unhombre que me gustara salir mucho de casa; la mayor parte del día me la pasabaen la alcoba, observando las distancias entre los pisos y a los transeúntes o,de vez en cuando, estaba con un crucigrama que compraba en el quiosco de unviejo amigo; aquel hombre tuvo una vida lamentable: tuvo que participar en unaguerra y por eso andaba manco, aunque otros decían que perdió el brazo en unariña, siempre hay distintas versiones de una historia. Aun así, mantenía suhumor que a veces era muy frío y despiadado, yo solo lo miraba. Cierto día, medijo que había salido una sección especial en el periódico para quienes lesgusta resolver el crucigrama, la sopa de letras y hasta los sudokus. Es tu oportunidad, me dijo, ofrecen un premio fascinante, a lo mejorsales de esa choza en donde vives. Son mentiras, le repliqué, solo dicenasí para endulzarte y engancharte. Nopierdes nada intentándolo. Y era cierto, no perdía nada. Entonces, llegadala noche, antes de acostarme, oigo con exactitud cómo alguien toca la puertacon suavidad; hace tres veces el sonido, una pausa, dos veces, una pausa, y elúltimo toque. Yo lo escuché todo bien claro, hasta que vuelve a repetir esepatrón. Maldigo dentro de mí, me levanto y voy hacia la sala. Cuando llega eldía, voy hacia el quiosco de mi amigo. Hay alguna noticia, le pregunto. El memira y se ríe de una manera como no he visto a otro hombre reír, me aterra unpoco así que retrocedo. Se agacha en su pequeña cabina y saca una lista: losnombres de los ganadores y, en el primero, aparece el mío. Un torbellino deemociones me envolvieron; sabía en alguna parte que ese premio pudiera ser unaestafa, pero también estaba contento por haber ganado: ¡Oh, por Dios! No lopuedo creer, le dije, sosteniendo la prueba irrefutable de mi cambio, de mi victoria.Ve a reclamar tu premio antes de que otrote lo quite, me dijo él. Cuando llegué y abro la puerta, no hay nadie;nunca ha habido nadie, así que, cosa que termino regreso a mi dormitorio ycierro los ojos ¿quién podría haber sido? Pienso: un ladrón no puede ser, debenser silenciosos, un niño es imposible, el niño más pequeño nació hace unassemanas... de todos modos, mientras pensaba, me dormí. Acompáñeme, por favor, me dijo la señorita y yo fui tras ella. El premio es por unos meses, luego, si va aquerer mantenerlo, tendrá que pagar una renta o pagar al contado; yo lerecomiendo que lo compre al contado, así evita tanto gasto. Cuando terminóde recomendarme de que era bueno y que no, ella se dirigió a mi ¿Ya tomó su elección? Hasta ese momentono me convivencia ningún cuarto y le iba a decir que dejaba todo allí nomás,hasta que diviso una habitación interesante, y se lo digo a ella: Esa de allí va a tener que pagar al contado.No me importa, le digo; ante la puerta, toqué tres veces, luego dos y al finaluna vez, era divertido y una costumbre. ¿Quién puede ser ahora? digo, mientrasme levanto y voy hacia la puerta, otra vez.

Cronicas dispersasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora