Muñecas de porcelana

1 0 0
                                    

Acababande abrir los ojos; las cortinas cerradas, el aire frio, el cuarto oscuro. Elchirrido de la puerta que se abre. La criada entra y les dice a las señoritas: Ya es tarde. Se acerca a la cama, colocalos calzados a las hermanas y ellas se ponen de pie; las cortinas permanecencerradas, el cuarto oscuro y el viento que parece hundirse en la piel. Las hermanasse toman de la mano, se miran los rostros pálidos y bajan las escaleras. Losescalones no crujen, el piso es suave, alfombrado, las ventanas del primerpiso, todas, están cerradas, con gruesas cortinas negras. Las hermanas caminanhacia la cocina. Antes de comer, se lavan las manos y se secan con delicadeza.Toman el tenedor y comen con cuidado, todo está troceado, y lo que debe estarlicuado, está licuado. La criada baja y abre apenas la puerta. Ciérrala, dicen las hermanas al unísonoy la señora obedece. Se quedan sentadas un buen rato, hasta que la criada lasllama a estudiar. Van al escritorio, que está al lado de la cocina, sacan suslibros y cada una lee hasta que las vuelven a llamar para el almuerzo; vuelvela misma rutina. Comen tranquilas, en silencio, ni una palabra, solo el aireque susurra; las palabras azotan contra la piel. Llega la tarde, lashabitaciones se llenan de ominosidad, entonces se encienden las lámparas. Lashermanas van a su cuarto y reposan hasta la cena. Al llegar la noche, cenanalgo ligero, hasta que... tocan la puerta, vuelven a tocar; las hermanas se mirany, aunque sus miradas son lívidas, sin expresiones, entienden lo que dicen,como si el silencio hablara por ellas en sus oídos. La criada no atiende. Ellassolo se miran y siguen pensando. La puerta se abre y ante ellas hay un chicojoven, energético, con dulces cabellos caramelos: Buenas noches, dice, ¿puedenregalarme algo de comida? Ellas se miran y sus mejillas están sonrojadas.Ellas, hablando al unísono y bajando la escalera al mismo tiempo, dicen queespere y el joven obedece. Le dieron lo que él pedía y la mano de él rozó conla mano de una de las hermanas. En el cuarto, esa hermana no deja de mirarse lamano, hasta incluso sueña con que él la toma de la mano y caminan por un lejanopaisaje. Pasan los días, días en que las hermanas no han olvidado a ese joven,de ojos tan sagaces, de piel canela. Suspiran, hasta que la puerta vuelve asonar. Abren sin dudar, aunque el sol las molesta, ellas lo invitan y lo jalanadentro, donde la oscuridad se posa sin cuidado. No estaré mucho rato, les dice, pero ellas no parecen escuchar. Unade las hermanas le invita un vaso con agua, Hacemucho calor afuera, dice una de las hermanas, bebe. Él toma el vaso y empieza a conversar con ellas. Unos minutosdespués, el chico está dormido, indefenso, expuesto entre ellas. Las hermanasse miran, asienten, buscan, brindan, gozan, se excitan, piensan y actúan.Cuando despierta (era mejor no abrir los ojos) está atado. Intenta zafarse,pero le duelen las muñecas y los tobillos. Intenta gritar, pero tiene unpañuelo en su boca que lo impide. La puerta se abre y ve, a través de la pálidaluz, a las hermanas tomadas de la mano. Ellas sonríen y ve algo de demencia enesos ojos afilados; ellas susurran. No entiende, porque algo llama su atención;es un olor penetrante y putrefacto. Quiere vomitar y la propia congestión lehace voltear la vista. Es algo que nunca debió haber visto. Es una imagen tanhorrenda que sus sentidos empiezan a enloquecer y se convulsiona con más fuerzaen la cama. Pero no está a su disposición hacer algo. Nunca estuvo, desde queingresó en esa casa. Y se pregunta dónde está la señora; entiende que ellanunca va a aparecer, porque en cierto sentido, ya la acababa de oler. Dos sombrasle tapan la luz por completo. Aun con los ojos cerrados, siente a las dossiluetas acercarse.

Cronicas dispersasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora