Vecinos

1 0 0
                                    

Fue ahora, de hecho, un viaje corto. El más corto que haya pasado en su vida: solo cerró los ojos un momento y ya estaba llegando. Todo es tan blanco, se dijo, que decoración tan minimalista. Lo que más le sorprendió era la poca cantidad de personas que llegaban de los trenes que no tenían cuando parar. A su asombro, añadírsele que alguien se le acercó por la espalda y le tocó el hombro. Era un oficial, con el rostro sonrojado y el cabello encendido. Pasaporte, dijo. Por supuesto, cuando llegó esa palabra a su oído, se asustó y metió las manos a sus bolsillos, buscando el pasaporte. Sus dedos rozaron un material de plástico y lo sacó: era el pasaporte. Se lo entregó al oficial y este empezó a revisarlo. Luego de un minuto añadió: Acompáñeme. Caminaron por pasillos los cuales la iluminación hacía ver todo más blanco. Llegaron a un paradero de autobuses y el oficial le dijo que esperara, que el bus ya estaba por llegar. Antes de que se retirara, le volvió a entregar su pasaporte y añadió una hoja más: Ve, cuando llegues a tu destino, a esa dirección. El oficial se dio media vuelta y se fue. Esperó un poco de tiempo, hasta que un bus se acercó. Él entró y tomó asiento; la gente iba en silencio porque estaban dormidas, de pronto, cuando tomó asiento, sintió sueño. Una voz le despertó por las ventanas, pudo divisar una gran cantidad de casas con jardines y cercados, todo era tan bonito y blanco, Pero está muy cuadriculado, dijo, brindando una observación objetiva. Al llegar a su destino, miró la hoja y fue hacia la dirección que allí estaba escrita. Abrió la reja del cercado y caminó hasta la puerta, que encontró con extraños relieves, como un tipo de lenguaje indescifrable. Cuando tocó la puerta, se abrió sola, metió apenas la cabeza, esperando encontrar a alguien, pero no había nadie. De todas maneras, ingresó y dio un recorrido en las habitaciones. Era un lugar extraño, porque no había cocina ni baño ni ningún tipo de artefacto electrónico; en cambio, lo que encontró fueron muchos estantes llenos de libros. Dejó sus pocas cosas al lado de su cama y fue a uno de los estantes y cogió un libro. Luego de leer un rato, decidió que era mejor salir y conocer a alguien. Afuera, mientras observaba el césped, notó la voz de un niño que le llamaba: ¿eres nuevo?, le preguntó; él le respondió que sí, el niño le dice que es bueno tener a nuevos vecinos, aunque la voz con lo que lo dijo fue un poco melancólica. Pasó las noches con ese aire extrañado, consternado. Al siguiente día pudo conocer al resto de los vecinos. Habían hombres y mujeres, jóvenes, niños y niñas; hasta varios bebés con sus madres. Lo agradable era que se podía conversar y compartir cosas, lo cual hizo que su adaptación fuera más rápida y amena. Él no recordaba haber plantado nada, pero un día amaneció en su jardín muchas flores, de diversos colores y aromas: Ocurre de vez en cuando, le dice un anciano, aunque en mi jardín ya no florece desde hace mucho tiempo. Lo que hace es agitar un ramo y se lo da al anciano; este le agradeció y sonríe. Se pregunta por qué, pero horas más tarde ya olvidó el asunto. Ocurren los días y ya conoce a todos, hasta que una noche, después de mucho tiempo, todas las casas están adornadas: Hoy recibimos visitas, le dices. ¿Visitas?, inquiere él y más tarde oye que tocan su puerta. Es mamá, papá, sus hermanos... Siente los ojos llorosos y no duda en abrazarlos. No es un adiós, solo es un hasta luego.

¿Por qué el anciano tiene las rosas que le pusimos a nuestro finado?, dice una voz joven.

Déjalo, quizá así loquiso él, dice una voz más madura. 

Cronicas dispersasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora