Sin propiedad de nombre

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Me he sentido presionado, incluso hay momentos en que esto me lleva a la demencia, aun cuando yo he sido afable con todos. No sé qué clase de comportamiento quieren que yo produzca estos seres ambiguos y miserables. Creo que eso quieren; si, es eso. No he actuado por ahora, porque hay algo que me perturba y me hace revolver mis entrañas. Cuanto más pienso en eso, más oscuro se vuelve, penetra como si fuera un taladro ante la roca; me deja abatido, casi en un estado febril y ese día no puedo levantarme ni para ir al trabajo. Pero resulta peor, porque es como si esa cosa vibrara en mi cabeza: la corrompe y la priva de sueño. No puedo descansar como es permitido, cada vez que recuesto la cabeza en la almohada es como si un peso me inundara en un abismo donde no hay superficie que agarrar. Las noches las uso para crear, pensar. Entonces, solo entonces, y en ese momento vuelvo a recuperar mi identidad, vuelvo a ser como era antes, me vuelvo yo. Me han dicho ahora otra cosa y algo ha surgido dentro de mí; ha germinado y sus raíces empiezan a profundizar en mi lecho. Justo cuando voy a comer, suelto el cubierto. No hay nadie que escuche el ruido más que yo, yo y ese espectro... aquel que se parece a mí, con mis propios ojos, mi propio rostro, mi propia expresión. Camina con esa expresión burlona, sarcástica y cruel que se distinguen en el rostro de todos cuando se dirigen hacia mí. No hace ningún gesto más, y ya hasta parece insoportable. Abre la boca y desprende un vaho gélido y asqueroso.

—No tienes nombre —dice, muy seguro—; nunca lo has tenido.

—Si he tenido y tengo nombre —le digo con la misma seguridad; él se ríe.

—¿Cuál es tu nombre? —Su pregunta me hizo cavilar, no le respondí—: te han quitado tu propio derecho a una identidad. Me has dicho, te lo han arrebatado y tu estas muy tranquilo, pero ahora te fastidias, te enfadas. Piensas que no es la gran cosa, pero no puedes dormir. Han creado un pequeño monstruo. Ese monstruo ha crecido y necesita alimento.

—... —no respondí en un principio; sentía el eco de sus palabras como las gotas que caen dentro de una montaña en un pozo infinito—. ¿Qué puedo hacer ahora?

—Nada. Ahora eres nadie. Solo puedes dejarte llevar por la corriente, no intentes ir en contra.

—Ser lo que ellos quieran.

Él sonrió: «Hasentendido», dijo. Hice caso a sus palabras. Y ahora que paso por las calles, enlas oscuras noches cuando no hay ningún tipo de visibilidad, veo distintoscarteles, con un gran título: SE BUSCO y abajo: VIVO O MUERTO.

Cronicas dispersasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora