15.

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Los días comenzaron a pasar con la misma lentitud que una tarde nublada de otoño. El eco de mis propias palabras seguía retumbando en mi mente, recordándome la manera en que le grité a Tsukishima en ese pasillo. Esa imagen me atormentaba cada vez que cerraba los ojos, repitiéndose como un bucle interminable. Había perdido el control, lo sabía, pero en el calor del momento todo se desmoronó y lo insulté. Cobarde. Esa palabra aún resonaba como una campana rota en mi cabeza, y la rabia que sentí en ese momento ya no me parecía justa.

Estaba cansada, agotada por el peso de mis propias emociones. Pasaba los días intentando no pensar en él, pero todo lo que hacía me lo recordaba: el eco de su risa en mi memoria, sus respuestas secas, su presencia abrumadora. Y cuando finalmente llegaba la noche, el silencio de mi habitación me envolvía, permitiéndome ahogarme en mis pensamientos.

Me pasé del límite. Lo insulté, lo herí. Él solo tenía miedo, un miedo que quizás nunca llegué a comprender del todo.

—¿Estás bien? —Mei me preguntó una tarde, sentada a mi lado en el parque, mirando al horizonte. Parecía preocuparse por mí, pero yo apenas podía sostener la conversación.

—No —admití, con la voz baja—. No estoy bien, Mei.

Ella suspiró, girando para mirarme con esos ojos llenos de compasión, esa mirada que me hacía sentir más expuesta de lo que quería estar.

—¿Aún sigues pensando en él, verdad? —su voz fue suave, casi como si no quisiera aumentar el peso que ya cargaba sobre mis hombros.

Asentí, incapaz de articular palabras que fueran más allá del dolor que sentía.

—Le insulté, Mei. Le dije cosas que no debía. Y ahora... —mi voz se quebró— No puedo ni disculparme porque lo he perdido. Sé que él no va a escucharme.

El silencio cayó entre nosotras mientras las hojas caían lentamente de los árboles. Mei respiró hondo y, después de unos momentos, respondió.

—A veces, las palabras hieren más que cualquier golpe. —Su tono era solemne, pensativo— Y tú te defendiste, _____, de una manera que no te esperabas. No te culpo, pero también debes entender que él está luchando con algo que ni él mismo sabe manejar.

Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. Sentía un nudo en el pecho, uno que no podía deshacer por más que intentara respirar hondo o tranquilizarme.

—¿Qué hago ahora, Mei? —pregunté con un hilo de voz— No puedo dejar de pensar en que... lo arruiné. Arruiné todo.

Ella se acercó y puso su mano en mi hombro.

—Tal vez debas darle tiempo, pero... no puedes castigarte para siempre. No todo está en tus manos. A veces, las personas se alejan, y no es culpa de nadie.

No quise escuchar esas palabras. No quise aceptarlas. Para mí, todo esto era mi culpa. Si no hubiera gritado, si hubiera sido más comprensiva, si hubiera podido manejar mejor mis sentimientos... tal vez no estaría aquí, lamentándome por algo que ya no podía cambiar.

Los días siguientes fueron una repetición de ese dolor. Lo veía en los pasillos, en los entrenamientos, pero ya no intentaba acercarme. No sabía qué decir, cómo actuar. La distancia entre nosotros era palpable, como un abismo que ninguno de los dos se atrevía a cruzar.

Hasta que un día, vi algo que me rompió de una manera que no esperaba.

Estaba sentada en la cafetería con Mei, intentando distraerme con cualquier cosa, cuando lo vi. Tsukishima. Y junto a él, Aiko. ¿Desde cuándo se volvieron tan cercanos? ¿Aprovechó para acercarse a Tsukishima apenas vio que ya no estaba junto a él? ... Mis ojos se entrecerraron al ver cómo reían, cómo ella le tocaba el brazo con tanta familiaridad, como si hubieran sido amigos toda la vida.

Mei también los notó, y pude ver cómo su expresión cambiaba.

—¿Qué está pasando? —pregunté, mi voz llena de incredulidad y confusión.

Mei no dijo nada al principio, pero luego suspiró y me miró con una mezcla de pena y frustración.

—Parece que están saliendo.

¿Saliendo? Esa palabra me golpeó como una roca lanzada a mi pecho. No tenía sentido. ¿Cómo podía estar saliendo con Aiko? Ella siempre había sido cercana, pero nunca pensé que...

—No tiene sentido... —susurré, sintiendo cómo mi corazón comenzaba a acelerarse de nuevo, como si mi cuerpo estuviera preparado para otro golpe emocional—. Él no... él no siente nada por ella.

—Tal vez no se trata de eso, Aizawa. —Mei frunció el ceño, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. Tal vez... es una manera de alejarse de ti.

Alejarse de mí.

Las palabras de Mei resonaron en mi cabeza una y otra vez mientras veía cómo Tsukishima y Aiko se alejaban juntos, hablando y riendo como si todo en su mundo fuera perfecto.

El dolor que sentí en ese momento fue como una daga atravesando mi pecho, lenta y deliberadamente. Tsukishima estaba utilizando a Aiko para alejarse de mí.

Sabía que él estaba asustado por lo que sentía, lo había dicho. Pero verlo tan pronto con otra persona... eso era algo que no podía soportar.

Mis lágrimas comenzaron a acumularse, pero las tragué. No iba a llorar en medio de la cafetería, no frente a todos. No iba a darle a él esa satisfacción, si es que le importaba en lo más mínimo.

Me levanté de la mesa abruptamente, sintiendo que apenas podía respirar.

—_____, espera... —Mei intentó detenerme, pero sacudí la cabeza.

—Necesito estar sola.

La caminata hacia mi casa fue un borrón de emociones que apenas podía controlar. Los recuerdos de Tsukishima y yo juntos, los momentos que compartimos, todo parecía tan frágil ahora, tan distante. Me sentía rota, incompleta. Y no podía evitar preguntarme una y otra vez:

¿Por qué?

¿Por qué Tsukishima estaba huyendo de mí de esa manera? ¿Por qué estaba usando a Aiko para alejarse?

Esa noche, al estar sola en mi cuarto, el dolor se volvió insoportable. Me dejé caer sobre la cama y finalmente dejé que las lágrimas fluyeran sin control. Me sentía tan perdida, tan devastada. Él me había roto el corazón, no solo una vez, sino dos. La primera con su indiferencia, la segunda al intentar reemplazarme.

Cada pensamiento pesaba más que la anterior. Porque Tsukishima no solo era alguien de quien me había enamorado, él era mi amigo. Y ahora, esa amistad, ese amor, todo se desmoronaba ante mis ojos. Sentía cómo el mundo entero se cerraba sobre mí, aplastándome con cada nuevo pensamiento.

Y lo peor de todo era que, en el fondo, aún lo amaba.

H e r . | Tsukishima x tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora