Capítulo 1

296 40 3
                                    

La niebla sofocaba el verde infinito de la tierra a la que Jaemin se estaba acostumbrando ahora, después de haberla recorrido durante tanto tiempo. Dejó que su aliento empañara la ventanilla de la oruga mientras veía pasar los campos y las colinas y los extensos bosques. Incluso se había acostumbrado a la lenta marcha de la oruga, la gran bestia de metal y vapor, con su voluminoso cuerpo dividido en dos entre el conductor y los pasajeros, y seis patas que la hacían avanzar de forma imposible por el barro y los escombros. Era un invento que aún no era común en el sur del Gran Continente, donde había vivido toda su vida hasta entonces.

Se había maravillado ante el ingenio de la máquina y había molestado al conductor —que había tenido la paciencia de decirle varias veces que se limitaba a conducir el aparato y que sabía poco sobre su funcionamiento real— para que le diera detalles.

—Ya casi hemos llegado, señor—, dijo el conductor desde enfrente.

—Gracias, Hanse.

Jaemin apretó la mejilla contra la ventanilla y, efectivamente, desde la niebla apareció la gran mansión como un barco acercándose al puerto. Si todo salía bien, éste sería su hogar para el resto de su vida. Jaemin juntó las manos y respiró lenta y profundamente. Había tenido mucho tiempo para aclimatarse a la idea: semanas y semanas de viaje.

Como todo el mundo en el Gran Continente, había llorado de alivio cuando terminó la guerra. Por supuesto, era ingenuo creer que la paz llegaría inmediatamente. Para garantizarla, la monarquía de cada país —el Norte, el Este, el Sur y el Oeste— había acordado una serie de matrimonios entre los nobles o funcionarios de rango de cada lugar.

A pesar de la falta de voluntad de Jaemin, era un candidato perfecto. Mayor de edad, conocedor de la tenencia de una finca, con una madre de origen modesto pero militar, era apto para ser embarcado. Prescindible, pero apropiado.

Jaemin había luchado mucho con la idea al principio, pero la presión para seguir las órdenes era inmensa, y no podía dejar que su familia sufriera las consecuencias de su negativa. Sin duda, no tenía nada que temer. Seguro que no había renunciado a su hogar y a su familia por nada más que un deber vacío.

Al acercarse a la entrada, Jaemin vio un semicírculo de lo que supuso era el personal de la casa esperándole. Todos iban vestidos de negro, con la piel pálida a diferencia del tono oscuro más común en su tierra. A pesar del uniforme monótono, Jaemin reconoció enseguida a su futuro alfa y marido, que se alzaba por encima de los demás, alto y ancho, con un largo abrigo tan pesado que ni siquiera se movía con el viento. Jaemin entrecerró los ojos, intentando hacerse una idea de su prometido antes de su encuentro oficial, pero los rasgos del alfa estaban inmóviles y eran difíciles de distinguir.

Con un largo suspiro lleno de vapor, la oruga se detuvo y el cuerpo de la máquina bajó ligeramente hacia el suelo.

Jaemin ignoró su pulso acelerado, preparándose para el frío húmedo.

Una respiración profunda más y la puerta se abrió.

—Señor Na. Bienvenido a la Mansión Lee.

Jaemin se detuvo un momento, pues esperaba que fuera su prometido el que le diera la bienvenida en lugar del hombre delgado y pálido que lo hacía, pero no era la primera costumbre extranjera a la que tenía que acostumbrarse desde su llegada al Norte. El carácter reservado de la gente, el clima frío y la extraña flora eran extraños. Incluso los edificios parecían estar construidos con el objetivo de mantener todo dentro, de protegerse del mundo, mientras que el Sur estaba abierto al sol y a la brisa. Mirar la fría piedra gris le hacía temblar, incluso con las pieles de las que se había burlado la primera vez que las vio, sin poder creer que el clima pudiera ser tan frío como para necesitarlas.

Toma mi mano - NoMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora