Capítulo 8: "La Búsqueda del Conocimiento"

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El puerto de los hijos del poder quedaba atrás, envuelto en bruma marina. Reissende caminaba por el sendero de piedras gastadas, mientras su capa ondeaba con el viento. Los contrabandistas huyeron, aterrados por la brutal destrucción y el poder descontrolado que se había emanado en aquel lugar, pero otros, más audaces o quizás desesperados lo siguieron, tal vez por codicia o temor. Reissende los escuchaba, escurridizos entre los callejones, pero no le dio mayor importancia a esto. Tenía cosas más importantes en las que pensar.

El horizonte, sin embargo, no ofrecía descanso. Sabía que las rocas que buscaba no estaban en aquel puerto olvidado, sino en los caminos tortuosos que lo llevarían aún más lejos. El poder de Yggdrasil seguía fragmentado, y él no podía permitirse detenerse. Sentía que cada grieta del mundo era una advertencia, un recordatorio de que lo peor estaba por venir. Las rocas saqueadas por los antiguos rebeldes aún guardaban secretos, y Reissende debía desenterrarlos antes de que cayeran en las manos equivocadas.

Mientras avanzaba, el paisaje se volvía más agreste. Las montañas a lo lejos, cubiertas de neblina y nieve, parecían custodiar los restos de lo que una vez fue sagrado. Y aunque el camino era peligroso, Reissende se mantenía firme, con la mirada fija en el horizonte y la mente llena de dudas. Las palabras de Bredraguer aún resonaban en su interior, pero el tiempo de reflexionar tendría que esperar. Las rocas estaban ahí afuera, esperándolo. Y él no iba a detenerse hasta encontrarlas.

Con un último vistazo al horizonte cubierto de bruma, Reissende se dirigió al norte. Su próximo destino: el valle de Innerdalen. Allí, según las antiguas crónicas de los Arv, se encontraban restos de altares y monumentos dedicados a los elfos, los primeros seres en compartir la tierra con los humanos antes de que las puertas de Yggdrasil se cerraran para siempre. La magia que aún latía en ese lugar tenía fama de ser impredecible, incluso peligrosa.

El camino era sinuoso y cada vez más inhóspito. Sin embargo, algo en el aire le indicaba que la Xenotima estaba cerca de una fuente de poder mayor. Las runas que adornaban las rocas de la entrada al valle parecían susurrar al viento, activándose con la presencia de la piedra.

Las hojas de los árboles caían lentamente, danzando al ritmo del viento otoñal, lo que le daba a Reissende una extraña sensación de paz, la calma que necesitaba para avanzar. Cada paso que daba lo acercaba más al corazón del valle donde los elfos y humanos se habían unido bajo la sombra protectora de Yggdrasil.

Por sí solo, sabía que no tenía la fuerza suficiente para revelar el templo. Las ruinas, aunque erosionadas por el tiempo, guardaban una fuente de magia poderosa y esquiva, oculta para aquellos que no supieran cómo encontrarla. Pero ahora, con la Xenotima de su lado, la historia era diferente. Sentía en su interior la energía vibrante, una fuerza que amplificaba su conexión con las runas y los antiguos hechizos que los Arv habían guardado por generaciones.

No era una fuerza física la que poseía, sino una mágica. Por sí solo, cargaba con la potencia de seis hombres, una capacidad sobrenatural que le permitía manipular la magia que envolvía las piedras del valle. El aire mismo parecía responder a su presencia, y las hojas caídas dibujaban patrones invisibles a medida que la energía fluía a su alrededor.

Reissende sabía que este lugar, aún en ruinas, contenía secretos que solo él podía desvelar.

Se detuvo frente a los altares, su respiración era entrecortada mientras el peso de la Xenotima pulsaba en su pecho, sincronizado con el latido de su corazón. Podía sentir cómo la magia antigua del lugar respondía a la piedra, haciéndose más densa, casi tangible en el aire que lo rodeaba. Su cuerpo reflejaba la tensión interna: los hombros rígidos, la espalda arqueada bajo la carga invisible, las manos temblorosas a pesar de la determinación que luchaba por mantener en su mente.

Con un movimiento lento, extendió su mano derecha hacia el aire, sintiendo cómo las energías a su alrededor vibraban en respuesta. Cerró los ojos por un momento, inhalando profundamente mientras reunía el poder que la Xenotima le otorgaba. Sabía que para revelar el templo oculto necesitaba algo más que fuerza física. Necesitaba conectar con el poder antiguo que residía en ese lugar olvidado.

"Et fisted for Alle," susurró, con su voz cargada de poder, como si la misma tierra reconociera las palabras y respondiera. Un escalofrío recorrió su cuerpo mientras sentía la magia fluir a través de él, como un río desbordándose. Sus piernas se tambalearon por un instante, pero se mantuvo firme, plantado frente a la entrada oculta.

El valle respondió a sus palabras. Las runas talladas en las piedras circundantes comenzaron a brillar, primero débilmente, luego con una intensidad cegadora. El suelo tembló levemente bajo sus pies, y los monumentos, antes erosionados por el tiempo, comenzaron a reconfigurarse. Las antiguas piedras flotaron en el aire, alineándose como si obedecieran una orden sagrada. Las hojas de los árboles, que caían lentamente momentos antes, ahora danzaban violentamente en el viento generado por la magia.

Reissende, con el pecho agitado, se inclinó ligeramente hacia adelante, con muchas emociones surgiendo en su rostro: miedo, asombro, pero también una pequeña chispa de esperanza.

Sabía que, si quería encontrar las demás rocas y obtener el poder necesario para detener a la sombra, debía ir más allá de lo conocido, más profundo en la historia que la misma Xenotima guardaba. No bastaba con lo que había reunido hasta ahora; su viaje apenas comenzaba, y cada paso lo acercaba más a la verdad oculta entre las piedras ancestrales.

¿Y qué otra manera de hacerlo si no era explorando las ruinas donde comenzó todo? Allí, en los restos de antiguos altares y monumentos olvidados, en aquellos lugares donde el poder se desató por primera vez, encontraría las respuestas. Sabía que el camino hacia el final no estaría exento de peligros, pero también sabía que ese poder, uno que había cambiado el curso de la historia, residía aún en las profundidades de esos templos.

Con cada paso que daba, los recuerdos de batallas, traiciones y sacrificios parecían cobrar vida. No solo era un cazador de rocas; se había convertido en el único que podía restaurar el equilibrio. La Xenotima reaccionó de inmediato al entrar en las ruinas, pulsando con una fuerza antigua y latente que se manifestaba en vibraciones que recorrían su cuerpo. Reissende sintió como si la piedra estuviera viva, como si la misma tierra respondiera a su presencia. El aire en el interior del templo era denso, cargado de una magia residual tan intensa que parecía tangible, rozándole la piel como hilos invisibles.

Cada paso dentro de ese lugar resonaba con ecos de poder y antiguas energías que nunca antes había sentido tan intensamente. Sus músculos se tensaron, no por el esfuerzo físico, sino por el peso emocional y espiritual de estar allí. A cada segundo, la Xenotima parecía consumir más de él, reclamando más espacio en su ser, abrumándolo.

Reissende apretó los dientes, con los hombros rígidos y el corazón acelerado. Jamás imaginó que el poder implicado sería tan sofocante. Se sentía minúsculo frente a la magnitud de lo que estaba ocurriendo. Y, sin embargo, sabía que debía seguir adelante.

Si las respuestas estaban en algún lugar, estaban allí, entre las ruinas y el eco del pasado que se filtraba entre las piedras. No podía permitirse descansar, no ahora que estaba tan cerca de desenterrar los secretos que necesitaba. El destino que había elegido lo empujaba hacia adelante, y la Xenotima, aunque abrumadora, le daba el poder necesario para seguir.

Este era su propósito, su nueva meta. Porque si iba a luchar contra la sombra, no bastaba con tener poder; debía conocerla a fondo, entender su naturaleza y sus puntos débiles. No podía permitirse cometer errores. Necesitaba saber exactamente cómo y a qué se enfrentaba para preparar cada movimiento con precisión y asegurarse de que, cuando llegara el momento, pudiera dar el golpe final.

El legado de Solveigh; Entre runas y sombras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora