Capítulo 12: "Reissende en las islas Vigrid Parte 1"

22 8 1
                                    

Al salir del templo finalmente, Reissende se sentía como una persona completamente nueva, alguien renacido. Percibía al mundo de una manera auténtica, podía sentir la energía que emanaba de la tierra, de los árboles, la que fluía en el aire. Todo esto hizo que se tomara un minuto para pensar en sus siguientes pasos. Tenía que apresurarse para que el daño y las consecuencias de lo que había estado afectando a Kjerag, fueran mínimas. Sin mencionar que aún debía enfrentarse a la sombra, debía encontrar información en algún lugar, algo que lo llevase a conocer a quién o qué exactamente era a lo que se enfrentaba. No quería ir a ciegas, es así que se sentó en una roca plana, su respiración se calmó mientras dejaba que el brillo del circón se atenuara en su mano. La tranquilidad que le envolvía era engañosa, como el susurro antes de una tormenta. Con manos firmes, sacó un pedazo de pergamino envejecido y comenzó a trazar un mapa.

Sabía cuál era su próximo destino: las islas Vigrid, un lugar que solo los más desesperados o audaces osaban mencionar. Estas islas remotas y desoladas, albergaban un oscuro peligro. Se decía que cada piedra presente en ese lugar había sido testigo de innumerables batallas, dejando el campo de muerte impregnado de un poder maldito. Las fortalezas destruidas, olvidadas por siglos, yacían como tumbas, ocultando secretos bajo sus cimientos fracturados. Los restos de guerreros caídos dispersos, envueltos en la niebla persistente, como si la misma tierra conservara aún latente el recuerdo de la violencia.

Reissende trazó las costas irregulares de Vigrid, señalando los puntos clave donde había oído hablar de estas ruinas. Sin embargo, el verdadero peligro no eran los muros caídos o las criaturas que ahora vagaban por las islas. Era la magia misma. Las islas de Vigrid, habían sido cruciales en las primeras batallas contra los rebeldes. Muchas de las rocas arrancadas del corazón de Yggdrasil hace eones, habían quedado allí, desatendidas y rotas, emitiendo una energía inestable que distorsionaba la realidad. Muchos decían que aquellos que se atrevían a buscar el poder en las islas eran consumidos, perdiendo su cordura, atrapados en un bucle eterno de ilusiones o absorbidos por las sombras que acechaban en cada rincón.

Reissende respiró hondo, consciente del peligro que lo esperaba. Las criaturas que habitaban las islas no eran el problema; había luchado con bestias antes. Pero la inestabilidad de la magia era diferente. Sabía que cualquier paso en falso podría significar la perdición. Apenas había podido resistir el vaivén de la Xenotima, también la magia residual del templo de Innerdalen, ahora no estaba seguro de poder salirse con la suya esta vez.  Las mismas ruinas podrían estar vivas, moldeadas por el poder de las rocas, esperando a devorar a quien se acercara demasiado.

"Vigrid es un campo de muerte, pero también es donde más respuestas puedo hallar", pensó, mientras marcaba el punto más alejado de las islas, donde las ruinas de una antigua fortaleza de los primeros Arv aún se mantenía en pie. Allí, según la bitácora de Den, podría estar la clave que estaba buscando, al menos una respuesta de lo que pudo haber causado la sombra o su origen, o ¡maldición! siquiera saber cómo detener el avance de las grietas en Kjeragbolten. Era verdad que era poco probable, pero no se podía ir sin haberlo intentado antes.

De repente, el aire a su alrededor se volvió pesado, y Reissende sintió una presencia familiar, fría, que lo envolvía. "Reissende..." La voz de la sombra era tenue, distante, como si intentara atravesar una barrera invisible. Reissende se tensó, sus músculos se pusieron rígidos en señal de alarma. La conexión con la sombra ya no era tan intrusiva ni opresiva como antes, pero algo seguía allí, fragmentado, intentando hacerse escuchar claramente.

"Crees... que estás a salvo. Pero el poder que buscas solo te acercará más a mí." Las palabras, a medio camino entre advertencia y amenaza, resonaron en su mente. Reissende frunció el ceño, apretando el pergamino en sus manos. "Las islas te esperan... pero no te darán lo que necesitas."

El aire a su alrededor se volvió casi irrespirable. "No puedes huir... de lo que eres. Ni de lo que soy."

La conexión se cortó abruptamente, como si un hilo invisible se rompiera de golpe, dejando a Reissende solo en la salida del templo. El silencio que siguió fue abrumador, roto solo por el susurro del viento que acariciaba las montañas de Innerdalen. Su cuerpo, aunque quieto, mostraba señales de tensión: los hombros alzados, la mandíbula apretada, los dedos crispados alrededor del mapa.

Sabía que el próximo paso lo llevaría a Vigrid, un lugar de caos y de magia destructiva. La sombra no tenía ya el mismo control sobre su mente, pero las palabras que había susurrado lo carcomían. ¿Era una advertencia o una trampa? ¿Debía temer lo que encontraría en las islas o lo que se ocultaba detrás de la sombra misma? Reissende respiró hondo, intentando despejar la incertidumbre.

Doblando el mapa cuidadosamente, se puso de pie, con la mirada fija en el horizonte. Las Islas Vigrid lo esperaban, pero el verdadero desafío seguía siendo esa conexión inquebrantable con la sombra.

El tiempo apremiaba, y él no podía permitirse bajar la guardia.
  
Se puso en marcha al amanecer, con el viento frío azotándole el rostro, anunciando la inminente llegada del invierno. El otoño, en sus últimos días, dejaba tras de sí un paisaje desolado, las hojas muertas cubriendo los caminos y el aire helado parecía advertirle de los peligros por venir. Cada paso que daba lo alejaba de la seguridad de la tierra firme, llevándolo hacia un destino envuelto en mitos y pesadillas.

El puerto al que llegó estaba casi desierto, salvo por un anciano de mirada sombría que vigilaba un pequeño barco de madera, viejo y agrietado por los años. Las aguas del mar que lo separaban de su destino eran traicioneras, con olas que parecían rugir en advertencia. El cielo gris pesaba sobre él, y la sal del mar le quemaba la piel mientras abordaba el bote. A medida que se adentraban en el océano, las olas se alzaban con fuerza, sacudiendo la embarcación como si el mar mismo intentara impedir su paso. Reissende se aferró al borde del barco, con sus manos temblando levemente por el frío y la tensión acumulada.

El viaje fue largo y peligroso. El viento soplaba con tal intensidad que parecía querer arrancar el pequeño barco del agua. El estruendo de las olas se mezclaba con el crujir de la madera bajo sus pies, cada golpe contra la proa era una batalla ganada contra el mar. Reissende mantenía la vista fija en el horizonte, donde las Islas Vigrid comenzaban a materializarse entre la bruma, como sombras oscuras flotando sobre un mar furioso.

Cuando finalmente llegaron a la orilla, las islas se alzaban ante él, misteriosas y horribles. Los acantilados escarpados parecían devorar el cielo, y una densa niebla envolvía la tierra como un manto de muerte. Había algo en el aire, una energía opresiva que le aplastaba el pecho, pero Reissende no titubeó. Bajó del barco, y en cuanto puso un pie en la tierra de Vigrid, el sonido crujiente de las hojas secas bajo sus botas resonó en el silencio.

La niebla, como si respondiera a su presencia, comenzó a dispersarse lentamente. Reissende observó cómo el paisaje desolado se revelaba ante él, mostrándole las ruinas de antiguas fortalezas, sus murallas destrozadas y cubiertas de musgo. Restos de batallas lejanas yacían por todas partes. Los cadáveres empalados en postes oxidados, yacían olvidados y secos, sus rostros irreconocibles por el tiempo, como testigos eternos de las masacres que habían ocurrido allí. Huesos, astillados y esparcidos, cubrían el suelo de tal forma que era imposible avanzar sin pisar uno. Cada paso producía un siniestro crujido, como si el propio suelo fuera una advertencia de lo que estaba por venir.

La energía que emanaba de las rocas y el terreno era abrumadora, una mezcla de magia antigua, sangre derramada y desesperación acumulada. Era como si las almas de los muertos que habían caído en ese campo aún siguieran luchando, atrapadas en un ciclo eterno de destrucción y sufrimiento.

El viento frío continuaba soplando, pero ahora traía consigo los ecos de batallas pasadas, gritos de guerreros que habían perecido allí, sus almas clamando justicia o venganza. Reissende apretó los dientes, sintiendo el peso de la historia de ese lugar caer sobre él como una losa de piedra. Y esto, lo sabía, era solo el principio.

El legado de Solveigh; Entre runas y sombras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora