El sol descendía lentamente, derramando un resplandor suave sobre la aldea del Valhalla. A lo lejos, colinas interminables y montañas etéreas parecían fundirse en la luz dorada, como si el paisaje estuviera atrapado en un crepúsculo eterno. Reissende y Solveig caminaban juntos por un sendero bordeado de flores que, aunque parecían tan reales como en la vida terrenal, brillaban con una luminosidad suave, como si estuvieran hechas de la misma esencia de las estrellas.
Ambos se detuvieron junto al río, cuyas aguas eran un espejo perfecto, reflejando no solo sus figuras, sino también la inmensidad del cielo. Aquel lugar, tan distinto a la dureza de la tierra que habían conocido, estaba lleno de paz, una paz que parecía haber sido labrada en cada rincón, en cada piedra, en cada susurro del viento. Sin embargo, Reissende y Solveig sabían que aquella paz solo podía ser eterna si Yggdrasil, abajo en la tierra, permanecía seguro.
Solveig lo observó en silencio, como si sus pensamientos estuvieran entrelazados en el mismo instante. Su mirada, serena y profunda, reflejaba esa calma que había caracterizado su espíritu, aun en medio de las más intensas batallas.
"Creí que jamás volveríamos a encontrar esta paz," dijo Reissende, con su voz suavemente en el aire, como si el mismo ambiente lo envolviera.
Solveig le sonrió y se sentó en la orilla del río, con las rodillas recogidas, como si aún quisiera sentir la conexión con la tierra y sus raíces. "Nuestra labor en el mundo mortal ha terminado," susurró, con una voz que parecía formar parte del agua y el viento. "Pero el ciclo de Yggdrasil continuará... siempre lo ha hecho, siempre lo hará."
Reissende se sentó a su lado y observó el reflejo de ambos en el agua. Parecían sombras doradas, rodeadas de un fulgor irreal. Un leve suspiro escapó de sus labios mientras recordaba cada momento de su vida pasada, cada obstáculo y cada sacrificio que lo había llevado a ese instante de calma. Había buscado la verdad en cada rincón de Yggdrasil, enfrentado desafíos que lo habían transformado profundamente, y cada uno de esos pasos lo había guiado hasta el sacrificio final.
"¿Te arrepientes?" preguntó Solveig, mirándolo de reojo, con una chispa de dulzura en los ojos.
Reissende negó con la cabeza, con una expresión tan pacífica como la corriente de un río. "No, jamás. Cada búsqueda, cada piedra que encontré, cada enfrentamiento... todo fue necesario para llegar aquí. Para entender. Para aceptar."
Solveig extendió su mano hacia él, y cuando sus dedos se entrelazaron, una corriente de energía suave y cálida fluyó entre ellos. Sus manos parecían emanar una luz dorada, que bailaba en el aire como motas de polvo iluminadas por el sol.
"Esa energía que sentiste en la Xenotima, la claridad que encontraste en el circon de Innerdalen... todo era parte del camino. Todo te mostró la conexión que tienes con el árbol, con Yggdrasil y con la misma naturaleza. Eras parte del ciclo desde el primer aliento," murmuró ella, con su voz vuelta apenas un susurro. "El universo te lo estuvo diciendo desde el principio."
Reissende la miró, y sus ojos reflejaban no solo gratitud, sino la comprensión plena de un destino al que siempre había pertenecido. "Fue como si cada piedra, cada desafío, no solo me preparara, sino que me revelara algo de mí mismo... como si en ellos hubiera encontrado fragmentos de mi alma que desconocía."
Solveig asintió, y sus manos se entrelazaron con más fuerza. "Y ahora, Reissende, somos parte de ese ciclo, en un lugar donde nuestra esencia puede proteger a Yggdrasil de lo que el mundo aún no puede entender."
Juntos, levantaron sus manos entrelazadas, y el aire alrededor comenzó a vibrar con una energía palpable, una luz dorada que se extendía en espirales sutiles. Aquel destello no era solo la fusión de sus almas, sino el reflejo del vínculo que compartían con Yggdrasil. Su voluntad y su fuerza parecían despertar en el corazón del mismo, sellando sus heridas, atando las hebras de la vida a lo largo de cada raíz y rama.
Solveig, sin soltar la mano de Reissende, volvió a mirar el horizonte, donde la luz comenzaba a desvanecerse. "Quizás, algún día, el ciclo se romperá de nuevo. No sabemos lo que el destino depara, pero esta paz... esta protección... la dejamos para aquellos que aún no han llegado."
Reissende sintió que una parte de su espíritu resonaba en esa promesa, una paz que se arraigaba no solo en su vida pasada, sino en todo lo que había protegido y jurado. "Todo está listo ahora," murmuró, mirando cómo la luz que ambos habían proyectado envolvía cada rincón de la aldea, y cada tronco de Yggdrasil, en un abrazo que parecía eterno.
La calma era tan profunda que hasta el aire parecía suspenderse en ese instante. Solveig le sonrió, y en el fulgor de sus ojos él encontró esa fuerza que había sido su guía, que lo había sostenido en los momentos más oscuros. Ahora, juntos, eran esa fuerza, un faro en la vastedad del Valhalla.
Con un último suspiro, ambos observaron cómo la energía que habían liberado se expandía más allá de lo visible, como si se fundiera con las raíces de Yggdrasil en un pacto eterno. En sus miradas quedó sellada la promesa de que, aunque su misión había concluido, el ciclo de la vida y el árbol seguirían, protegidos por aquellos que alguna vez dieron todo por ellos.
Solveig le dio una última sonrisa, ligera como el viento. "Esta vez, podemos descansar, Reissende."
Reissende la miró en silencio, con la paz de saber que su propósito se había cumplido. Y así, juntos, permanecieron en la quietud del atardecer eterno, observando cómo su espíritu fluía entre las raíces, extendiéndose en un sello que sellaría a Yggdrasil hasta que la vida misma decidiera lo contrario.
• FIN •
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El legado de Solveigh; Entre runas y sombras
AventureSi te apasionan las historias épicas llenas de misterio, sacrificio y mitología, El legado de Solveig: entre runas y sombras es una lectura que no te puedes perder. Sigue la travesía de Solveig, una guerrera marcada por el destino, mientras lucha po...