Mi madre siempre dice que, en tiempos de crisis, lo más importante es mantener la calma. Me gusta pensar que puedo hacerlo, pero mientras estoy aquí, de pie en mi habitación, mirando mi librero, siento cómo una ola de ansiedad crece en mi pecho.
Afuera, la alarma sigue sonando y puedo escuchar el caos que se desarrolla en la calle. Las voces de mis vecinos se mezclan con el ruido de los autos y el zumbido constante de las sirenas de emergencia. Mamá me había dicho que empacara solo lo necesario, pero ¿cómo se supone que decida qué es lo esencial cuando todo en mi habitación parece ser una parte vital de quién soy?
Mis manos tiemblan ligeramente mientras recojo algunos libros de la estantería. El Hobbit, Orgullo y Prejuicio, Cien Años de Soledad... Sé que no tiene sentido llevar tanto peso, pero no puedo evitarlo. Estos libros son mis amigos, mi refugio, y la idea de dejarlos atrás es casi insoportable. Trato de recordar lo que siempre dice papá: "Lo material se puede reemplazar; la vida, no". Pero estas palabras no logran consolarme.
Me agacho para alcanzar la mochila que está bajo mi cama y comienzo a meter los libros apresuradamente. La sensación de urgencia me hace torpe; casi se me caen varios al suelo. Me esfuerzo por mantenerme enfocada, pero mi mente sigue divagando. ¿A dónde vamos? ¿Por cuánto tiempo? ¿Volveremos alguna vez?
Cuando bajo nuevamente, encuentro a mis padres en la cocina. Papá está guardando algunas provisiones en una mochila grande, mientras mamá verifica que tengamos todos nuestros documentos importantes en un sobre. La tensión es palpable en la habitación. Nunca había visto a mis padres tan serios, tan... asustados. Ellos siempre han sido mi roca, las personas a las que recurro cuando las cosas se ponen difíciles, pero ahora, incluso ellos parecen frágiles, vulnerables.
—Rhode, cariño, ¿tienes todo? —pregunta mamá, tratando de mantener la calma en su voz.
Asiento, mostrando mi mochila. Mis manos todavía están temblorosas, y no estoy segura de cuánto tiempo más podré mantener la compostura. Papá se acerca y me pone una mano en el hombro, su rostro se suaviza un poco al verme.
—Todo estará bien, hija —dice, aunque no estoy segura de si trata de convencerse a sí mismo o a mí—. Solo necesitamos salir de la ciudad, encontrar un lugar seguro. Lo más importante es que estamos juntos.
Juntos. Esa palabra resuena en mi cabeza mientras miro a mis padres. Sí, estamos juntos, pero el miedo a lo desconocido pesa más que nunca. ¿Qué tan grave es realmente este virus? Nadie parece tener respuestas claras, solo especulaciones y rumores que alimentan la incertidumbre.
Mamá revisa su reloj y luego asiente con decisión.
—Es hora de irnos —anuncia con una voz firme.
Salimos de la casa apresuradamente. Mientras cierro la puerta detrás de mí, me tomo un momento para mirar hacia adentro. Mi corazón se aprieta al ver mi habitación desde la distancia, el lugar que ha sido mi refugio durante tanto tiempo. Me prometo a mí misma que regresaré. No importa cuánto tiempo pase, volveré a este lugar.
El aire afuera está lleno de tensión. Copito, mi fiel compañero, camina cerca de mí, su cola baja y sus orejas alertas. Él también puede sentir que algo está mal. Las calles están llenas de gente, algunas con maletas, otras solo con lo puesto. Veo rostros conocidos, compañeros de clase, vecinos, todos con la misma expresión de miedo y confusión.
Nos dirigimos hacia el coche, y papá empieza a cargar las mochilas en el maletero. Mamá se asegura de que Copito esté seguro en el asiento trasero. Antes de subir, miro una vez más hacia nuestra casa. Hay una parte de mí que quiere correr de regreso, encerrarme en mi habitación y pretender que todo esto es solo un mal sueño. Pero sé que no es posible.
Una vez que estamos todos dentro del coche, papá arranca el motor y comenzamos a avanzar lentamente por la calle. El tráfico es denso; todos intentan salir al mismo tiempo. La radio del coche está encendida, y escucho fragmentos de noticias sobre el virus, sobre las evacuaciones. Parece que no somos los únicos; muchas ciudades están pasando por lo mismo.
—¿A dónde vamos? —pregunto finalmente, rompiendo el silencio que se ha instalado en el coche.
—Nos dirigimos a casa de los abuelos, en el campo —responde papá, sin apartar la vista de la carretera—. Es más seguro allí, lejos de la ciudad.
La idea de ir al campo me alivia un poco. Siempre he amado la casa de mis abuelos, con sus amplios campos y su aire fresco. Tal vez, solo tal vez, todo esto no sea tan malo después de todo.
A medida que nos alejamos de la ciudad, veo menos coches y más espacio abierto. Las luces de la ciudad desaparecen lentamente, y el cielo nocturno se llena de estrellas. Me inclino hacia atrás en mi asiento, tratando de calmar mis pensamientos. Copito apoya su cabeza en mi regazo, y lo acaricio suavemente, agradecida por su presencia.
Mis padres no hablan mucho durante el viaje. Creo que están intentando procesar todo lo que está pasando, al igual que yo. A medida que avanzamos por la carretera oscura, siento una mezcla de miedo y esperanza. No sé qué nos espera, pero estoy segura de una cosa: mientras estemos juntos, podremos enfrentar cualquier cosa.
Finalmente, llegamos a la casa de los abuelos. Las luces están encendidas y ellos nos esperan en la puerta. Su abrazo es reconfortante, un recordatorio de que, incluso en medio del caos, el amor y la familia son lo que realmente importa.
A medida que entramos en la casa, el aire fresco y el ambiente acogedor me envuelven. Por un momento, siento que puedo respirar de nuevo, que tal vez todo estará bien.
Subo al cuarto que solía ocupar cuando era niña, con sus paredes pintadas de un verde suave y una cama grande con una colcha de cuadros. Dejo mi mochila en el suelo y me siento en la cama, mirando alrededor. Es diferente a mi habitación en casa, pero hay algo en este lugar que me hace sentir segura.
Me dejo caer en la cama, sintiendo el cansancio apoderarse de mí. La tensión y el miedo del día finalmente me pasan factura, y antes de darme cuenta, mis ojos se cierran y me quedo dormida.
Despierto de repente. No estoy segura de qué me ha despertado, pero hay un silencio inquietante en la casa. Durante un segundo, no estoy segura de dónde estoy, pero luego recuerdo. La evacuación. Los abuelos. Me levanto lentamente de la cama, sintiendo que algo está fuera de lugar.
Bajo las escaleras en silencio, mis pies descalzos apenas haciendo ruido sobre los escalones de madera. A medida que me acerco a la sala, escucho susurros. Me detengo y me acerco con cautela, tratando de escuchar lo que dicen mis padres y mis abuelos.
—... ¿y si esto no mejora? —escucho a mi madre decir en voz baja—. ¿Y si no podemos volver?
—No podemos pensar así ahora —responde papá, también en un susurro—. Tenemos que mantener la calma, por Rhode.
—Pero ¿y si...? —continúa mamá, pero su voz se apaga cuando entro en la habitación.
Todos se giran para mirarme, y un incómodo silencio llena el aire. Siento que me están ocultando algo, algo importante.
—¿Qué está pasando? —pregunto, tratando de mantener mi voz firme.
Antes de que alguien pueda responder, Copito empieza a ladrar frenéticamente desde el otro lado de la casa. Sus ladridos son desesperados, como si intentara alertarnos de algo. Corro hacia él, seguida de cerca por mis padres y mis abuelos.
Cuando llegamos a la puerta trasera, vemos a Copito mirando fijamente hacia los campos. Sus ladridos se hacen más fuertes, y pronto, escuchamos un ruido sordo proveniente de fuera. Me asomo por la ventana y veo a los animales del campo corriendo sin rumbo, en todas direcciones, como si estuvieran huyendo de algo invisible.
El miedo se apodera de mí una vez más. Algo está terriblemente mal, y puedo sentirlo en el aire.
—¡Tenemos que entrar! —grita mi abuelo, cerrando la puerta tras nosotros.
Nos apresuramos a entrar y cerramos todas las puertas y ventanas. Nos quedamos juntos en la sala, en silencio, escuchando el caos que se desarrolla afuera. El silencio se hace más pesado a medida que pasa el tiempo, solo roto por los ladridos ocasionales de Copito y el sonido de los animales en el campo.
No sé qué está pasando, pero sé que nada volverá a ser igual.
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El último libro
Short StoryRhode siempre ha encontrado refugio en los libros, perdiéndose en mundos de fantasía, terror, y romance para escapar de la realidad que le resulta abrumadora. Su vida cambia repentinamente cuando suena la alarma de emergencia en su ciudad: un virus...