Rhode
Las luces parpadeantes de la discoteca me envolvían, creando sombras y destellos en los rostros de los jóvenes que se movían al ritmo de la música electrónica. El lugar estaba abarrotado, lleno de chicos y chicas que parecían ajenos a todo lo que ocurría fuera de esas paredes. Era como si el virus y el caos que acechaba el mundo no existieran, como si estuvieran decididos a aprovechar cada segundo de esa noche sin preocuparse por el mañana. Axl caminaba junto a mí, su presencia tan magnética como siempre, pero había algo en el ambiente que me ponía nerviosa.
—¿Estás seguro de que este lugar es seguro? —le pregunté en un intento de que la música no ahogara mi voz.
Axl me miró con una ceja levantada, una expresión sarcástica en su rostro que ya me resultaba familiar.
—¿Es en serio? —dijo, y noté la ironía en su tono—. Has pasado los últimos meses conviviendo con el virus, Rhode. ¿Ahora vas a temerle a un par de niños que han decidido violar el toque de queda para divertirse un poco?
No tuve tiempo de responderle porque, antes de que pudiera siquiera procesar sus palabras, me tomó de la mano y me arrastró a la pista de baile, donde el pulso de la música retumbaba en el suelo, haciéndome vibrar desde los pies hasta la cabeza. Axl me miraba con esa sonrisa que me hacía sentir que él siempre tenía un plan, como si todo estuviera bajo control, y por un instante, me olvidé del caos fuera de esas paredes. Me dejé llevar por la música, por el momento.
Axl, sin embargo, intentaba imitar a los demás. Movía los hombros y las caderas, pero de una manera torpe, como si su cuerpo no estuviera acostumbrado a la soltura del baile. No pude evitar reírme, cubriéndome la boca para no hacerlo tan obvio, pero él me miró, con ese gesto entre molesto y divertido que siempre le caracterizaba.
—¿Te parece gracioso? —preguntó, con el ceño ligeramente fruncido, pero con una chispa de humor en sus ojos—. Deja de reírte y mejor enséñame a bailar.
Negué con la cabeza, aún riendo.
—Yo tampoco sé bailar —admití, levantando las manos en un gesto de rendición.
Axl ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa de medio lado, acercándose un poco más.
—Creo que eres más una entidad que yo, Rhode —dijo, y el sonido de su voz bajo y cercano me hizo estremecerme—. Aunque te vi bailar varias veces en tu habitación, antes de todo esto.
Me quedé congelada por un segundo, mi cara enrojeciendo inmediatamente. Me giré hacia él con una expresión de sorpresa fingida.
—¿Qué? ¡No es cierto! —respondí, pero sabía que él no estaba mintiendo. Era como si hubiera estado observándome desde siempre, como si cada rincón de mi vida ya hubiera sido explorado por esos ojos verdes que ahora parecían más intensos que nunca bajo las luces intermitentes.
Axl no dijo nada más. Simplemente me tomó por la cintura y me atrajo hacia él, pegándome tanto que pude sentir el calor de su cuerpo, como si de alguna manera él pudiera apartar el frío que a menudo lo rodeaba.
—No digas nada —murmuró cerca de mi oído—. Solo disfruta el momento.
Y me dejé llevar. Ambos nos movimos lentamente al compás de la música que llenaba el aire, sin necesidad de seguir el ritmo exacto, solo el nuestro. Su respiración era pausada, pero sentía cómo su pecho subía y bajaba con cada movimiento, como si el peso de nuestros últimos días juntos comenzara a desplomarse en pequeñas dosis. La música vibraba en cada célula de mi cuerpo, pero lo único en lo que podía concentrarme era en el calor de su mano sobre mi espalda, el roce de su piel contra la mía, y el leve hormigueo que dejaba su toque.
ESTÁS LEYENDO
El último libro
Short StoryRhode siempre ha encontrado refugio en los libros, perdiéndose en mundos de fantasía, terror, y romance para escapar de la realidad que le resulta abrumadora. Su vida cambia repentinamente cuando suena la alarma de emergencia en su ciudad: un virus...