Capítulo 22: Tres Días Para Vivir

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Axl
La carretera se extendía interminable frente a mí, una franja de asfalto que se perdía en el horizonte, envuelta en la luz suave de la mañana. Había conducido toda la noche. Rhode, tras una acalorada discusión, había cedido a regañadientes y ahora estaba dormida en el asiento del copiloto, su respiración suave apenas audible por encima del rugido constante del motor. Su frente apoyada contra la ventana, y su cuerpo relajado en una postura incómoda, pero por alguna razón, se veía en paz.

Copito, por otro lado, estaba despierto, fiel a su naturaleza, con la cabeza asomada por la ventana. El viento le despeinaba el pelaje blanco, y su lengua colgaba fuera de su boca mientras disfrutaba del paseo. Era casi cómico cómo se veía tan contento, ignorante de todo lo que estaba pasando a su alrededor. A veces, desearía poder sentir lo mismo, dejar que el viento me despeinara y olvidarme de los problemas que tenía en mis manos. Pero eso era imposible.

Miré brevemente a Rhode. Parecía tan tranquila cuando dormía. Apenas unas horas atrás, habíamos tenido una discusión intensa. Se negaba a dejar a su familia otra vez, y no podía culparla. Ya había perdido tanto, y mi decisión de irnos una vez más no era fácil de aceptar. Me había quedado sin palabras para consolarla, sin argumentos que no la hirieran. Pero sabía que era necesario. Cada minuto contaba, y con cada kilómetro que avanzábamos, sentía que nos alejábamos un poco más del peligro.

La discusión aún resonaba en mi mente, sus palabras firmes, la frustración en sus ojos mientras intentaba aferrarse a lo único que le quedaba. Y yo, incapaz de explicarle todo. Mi plan. Mi miedo. Las amenazas que nos seguían como sombras. Le había pedido confianza, pero ¿cómo pedirle a alguien que confíe cuando todo lo que le rodea se desmorona?

El aire fresco de la mañana se colaba por la ventana del auto, mezclándose con el aroma de la tierra húmeda y los árboles. No había más sonido que el del motor y el viento. Parecía un día tranquilo, casi engañosamente pacífico. Podía ver cómo el sol empezaba a salir tímidamente, bañando el paisaje con una luz dorada. Pero esa calma era solo un espejismo. En mi interior, la cuenta regresiva seguía marcando su ritmo, recordándome que no teníamos mucho tiempo.

Miré de nuevo a Rhode. Aún en medio de todo el caos, había algo en ella que me mantenía anclado. Su resistencia, su capacidad de seguir adelante a pesar de todo lo que había perdido. A pesar de lo que éramos, de lo que yo era, ella seguía a mi lado. Y esa idea me resultaba más extraña que cualquier otra cosa.

Pasé una mano por el volante, apretándolo con fuerza. Me quedaban tres días. Tres días para tomar decisiones que cambiarían todo, para vivir como si fuera... normal. Si es que podía llamarse normal lo que planeaba. Rhode tenía razón: el amor no era solo una palabra, eran gestos, emociones, momentos. Pero ¿podría yo crear esos momentos? ¿Podría demostrar algo que apenas empezaba a comprender?

La luz matinal se reflejaba en los ojos cerrados de Rhode, y me permití mirarla por un segundo más. Había algo en ella, algo que hacía florecer una parte de mí que siempre había estado muerta. Era irónico que, siendo un destructor por naturaleza, pudiera encontrar vida en alguien como ella. Y ahora, esa vida dependía de los pocos días que teníamos por delante. Mi promesa interna de darle algo más que destrucción se hacía cada vez más fuerte.

—Lo siento, Rhode —murmuré en voz baja, como si pudiera escucharme en sueños—. Pero tenemos que seguir.

Copito sacudió la cabeza en ese momento, su lengua balanceándose fuera de su boca, ajeno al peso de mis pensamientos. Al menos él disfrutaba de la libertad que yo nunca podría tener. Le acaricié la cabeza por un momento mientras mantenía una mano en el volante, y el perro respondió con un movimiento de su cola, satisfecho con su pequeño mundo de viento y velocidad.

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