Capítulo 25: La Decisión

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Axl

El sonido de unos pasos pesados interrumpió la quietud de la noche. Una figura solitaria, más imponente que cualquier amenaza que hubiera sentido antes, emergió de la oscuridad. Su presencia lo llenaba todo, sofocante y cargada de una autoridad que me helaba hasta los huesos. Lo conocía. Lo había sentido desde siempre, pero nunca imaginé verlo aquí, en este momento.

Mi padre.

El rey de la destrucción, en todo su esplendor y terror. Su silueta era alta, robusta, con una capa oscura que se movía como si fuera parte de la sombra misma. Su rostro era severo, los ojos fijos en mí con una intensidad que me hacía sentir pequeño, como un niño que ha cometido el peor de los errores.

—Tenía que verlo con mis propios ojos —dijo, su voz profunda y resonante llenando el aire, aplastando cualquier intento de hablar por parte de Rhode o mío—. Mi único hijo... me ha fallado.

Cada palabra era una sentencia, una acusación directa. Sabía que esto podía pasar, pero nada me había preparado para la realidad de enfrentarlo.

Rhode, que aún estaba detrás de mí, respiraba con dificultad, pero se mantenía firme. Sabía que no comprendía la magnitud de lo que estaba ocurriendo, pero podía sentir el peligro. Mi padre no era alguien que tolerara fallos, y mucho menos los míos.

—No es lo que parece —logré decir, aunque mi voz sonaba débil frente a la autoridad de su presencia. Sabía que cualquier excusa sería inútil.

El rey de la destrucción avanzó lentamente hacia nosotros, su capa moviéndose como si fuera una extensión de las sombras mismas. Sus ojos se clavaron en Rhode por un instante, y su boca se torció en una sonrisa cruel.

—Puedes redimirte, hijo mío —dijo, con una frialdad que atravesaba el aire—. Termina lo que empezaste. Acaba con esto. Mata a la humana.

Sus palabras me golpearon como un martillazo en el pecho. No había emoción en su voz, solo un mandato, una orden que esperaba que cumpliera sin dudar. Había esperado tanto de mí, siempre con su mano firme, esperando que siguiera sus pasos, que cumpliera mi destino como su heredero. Y ahora, aquí estaba, dándome una última oportunidad para redimirme a sus ojos.

—No lo haré —dije en voz baja, pero lo suficientemente clara para que me escuchara.

El silencio que siguió a mis palabras fue aplastante. Mi padre me observó detenidamente, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Sus ojos se entrecerraron, y pude sentir el poder que emanaba de él intensificarse, envolviéndonos como una tormenta oscura.

—¿Qué dijiste? —su voz era un susurro helado, cargado de una amenaza implícita.

—No la voy a matar —repetí, esta vez con más firmeza, aunque mi corazón latía descontrolado.

Él dio un paso más cerca, hasta quedar frente a mí, imponente y aterrador. Podía sentir su ira, el desprecio que comenzaba a arder en sus ojos.

—Eres mi hijo —dijo, su tono lleno de decepción—. Llevas mi sangre, mi poder. Y, sin embargo, te has permitido ser débil. Te has dejado engañar por los efímeros sentimientos humanos. ¿Crees que puedes desafiarme?

Miré a Rhode, que seguía detrás de mí, con sus ojos llenos de miedo, pero también de confianza. Sabía que había llegado a un punto de no retorno. Si tomaba la decisión equivocada ahora, no solo la perdería a ella, me perdería a mí mismo.

—No es debilidad —dije finalmente, levantando la vista hacia mi padre—. Es elegir. Y yo elijo no seguir tu camino.

El rey de la destrucción frunció el ceño, su ira palpable. Levantó una mano, y el aire a nuestro alrededor se volvió pesado, como si toda la atmósfera estuviera a punto de colapsar.

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