Axl
Es curioso lo rápido que las cosas cambian. Hace solo unos días, Rhode era un torbellino de emociones y preguntas, una fuente constante de energía que irradiaba incluso cuando estaba cansada. Ahora, no es más que una sombra de lo que era. Ha pasado tanto tiempo escribiendo en esa maldita libreta que apenas hemos intercambiado palabras. Cada pregunta que le hago, cada intento de interacción es respondido con un asentimiento, un monosílabo, o un simple garabato en esa libreta que siempre lleva consigo.
Intento leer sus pensamientos, entender qué trama o qué siente. Pero hay algo nuevo en ella, algo que no había visto antes: una especie de vacío, una desconexión con todo lo que la rodea. Es como si Rhode hubiera dejado de intentar entender o cambiar lo que está pasando, como si simplemente hubiera aceptado que no tiene control alguno sobre su destino.
Quizás sea mejor así, me digo. Quizás su rendición me facilite las cosas. Después de todo, no puedo tenerla en mi contra. Necesito que esté lo suficientemente dócil para que no interfiera con mis planes. Pero hay algo en esa mirada vacía que me inquieta, algo que me hace sentir... incómodo.
Decido hacer algo al respecto. No puedo dejar que esta situación se prolongue. Necesito acercarme a ella, romper esa barrera invisible que ha construido a su alrededor. Quizás, si le ofrezco una distracción, algo que la saque de su cabeza y la devuelva al presente, pueda lograr que baje la guardia.
Encuentro un pequeño bote de remo en el garaje, cubierto de polvo y telarañas. Hace mucho que nadie lo usa, pero parece en buen estado. Lo limpio rápidamente y me dirijo hacia la casa donde Rhode está sentada, con la mirada perdida en las páginas de su libreta.
—Vamos a dar un paseo, —digo, intentando sonar casual, aunque mi voz no tiene la calidez que probablemente debería tener.
Rhode levanta la vista, su expresión es impenetrable, como si no me viera realmente. Por un momento, pienso que va a negarse, pero luego, lentamente, asiente y se pone de pie. Copito la sigue de cerca, moviendo la cola, ajeno a la tensión que llena el aire.
Llegamos al río y empujo el bote al agua. Rhode se sube sin decir una palabra, y Copito se acomoda a su lado, sus patas colgando por el borde del bote. Tomo los remos y comenzamos a avanzar por el río, el silencio solo roto por el suave chapoteo del agua contra el casco del bote.
Decido romper el hielo.
—¿Qué te gusta hacer? —pregunto, tratando de sonar interesado—. Aparte de leer, quiero decir.
Ella mira hacia el agua, sus dedos acariciando el pelaje de Copito.
—Leer es lo que más me gusta, —responde en voz baja, casi como si estuviera hablando consigo misma en lugar de conmigo.
Asiento, aunque sé que no puede verme.
—¿Y qué no te gusta? —insisto, intentando mantener la conversación.
Ella tarda un momento en responder, y cuando lo hace, su voz es apenas un susurro.
—No me gusta no tener respuestas, —dice finalmente—. No me gusta no saber qué está pasando o por qué. No me gusta sentir que no tengo control sobre mi vida.
Eso es comprensible, pienso. Nadie quiere sentirse impotente, y menos alguien como Rhode, que claramente valora el conocimiento y la comprensión por encima de todo.
—Entiendo, —digo, aunque no estoy seguro de que sea cierto—. Pero a veces, no tener todas las respuestas es parte de la vida, ¿no crees?
Ella me mira por un momento, su expresión es inexpresiva, luego vuelve a mirar al agua.
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El último libro
NouvellesRhode siempre ha encontrado refugio en los libros, perdiéndose en mundos de fantasía, terror, y romance para escapar de la realidad que le resulta abrumadora. Su vida cambia repentinamente cuando suena la alarma de emergencia en su ciudad: un virus...