Capitulo 8

1.3K 67 6
                                    

El vacío que sentía desde el parque seguía creciendo, envolviendo cada pensamiento y cada respiración. No sabía cómo continuar. Las palabras que había pronunciado aún pesaban en mi pecho, y aunque me había liberado, la falta de respuesta de Nicholas lo hacía más doloroso. Me decía a mí misma que había hecho lo correcto al confesárselo, pero... ¿por qué dolía tanto?

La noche llegó, y con ella, la lluvia. Me recosté en la cama, escuchando el golpeteo suave en la ventana. El sonido normalmente me relajaba, pero esa vez no. No podía escapar de lo que había pasado. Cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro, esa mezcla de sorpresa y... ¿miedo? ¿Confusión? Quizás ambas cosas.

Las horas pasaron y el insomnio ganó la batalla. Me levanté, caminando en círculos por la habitación. Todo dentro de mí estaba agitado, como si las palabras que no se dijeron esa tarde estuvieran rebotando dentro de mi cabeza.

¿Por qué no dijo nada? ¿Por qué no me detuvo? ¿Por qué no me confesó lo que sentía, si es que sentía algo?

Apretaba los puños, frustrada. No podía seguir así. Necesitaba entender lo que había sucedido. Necesitaba hablar con él, aunque no sabía si quería escuchar lo que tenía para decirme.

Miré el reloj. Eran las tres de la mañana. Cualquier intento de dormir parecía inútil. Sin pensarlo dos veces, tomé mi chaqueta y salí de casa. El aire frío de la madrugada me golpeó, y la lluvia aún caía en pequeñas gotas, pero no me importaba. Sabía dónde tenía que ir.

Las calles estaban vacías, desiertas, y solo el sonido de mis pasos rompía el silencio. Llegué a su casa sin pensar en lo que diría, pero cuando vi la luz de su habitación encendida, supe que estaba despierto. Algo dentro de mí se apretó. Tenía miedo, pero no podía echarme atrás.

Caminé hasta la puerta, y antes de darme cuenta, ya estaba golpeando suavemente. Mis manos temblaban, no sabía si por el frío o por lo que estaba a punto de hacer. Unos segundos después, la puerta se abrió.

Nicholas me miró, sorprendido y confundido. Estaba en pijama, el cabello desordenado. No dijo nada al principio, pero había algo en sus ojos, como si hubiera estado esperando ese momento.

—¿Qué haces aquí...? —su voz salió baja, como si estuviera cansado de luchar contra sí mismo.

Yo tampoco sabía qué decir. Las palabras se atoraban en mi garganta, pero sabía que no podía seguir guardando todo esto. Tomé una aire y lo solté.

—No puedo más, Nicholas —le dije, mi voz rota, al borde de las lágrimas. —Ya no puedo seguir así.

Nicholas me miró por un largo momento, su expresión endureciéndose antes de apartar la mirada. Dio un paso hacia un lado, invitándome a entrar. Sentí mi corazón latir mientras cruzaba el umbral.

Entramos a la sala, un espacio tan familiar pero que ahora se sentía extraño, lleno de tensión. Nos quedamos de pie, uno frente al otro, sin saber cómo empezar. Era como si las palabras correctas estuvieran escapando, dejándonos atrapados en el eco de lo no dicho.

—Mía... —susurró, rompiendo el silencio. —Lo que pasó hoy... no sé qué decirte.

Me crucé de brazos, tratando de protegerme del frío que sentía por dentro. —Entonces dime la verdad. Si no sientes lo mismo, si esto no significa nada para ti... solo dímelo, Nicholas. Necesito saberlo.

Él apretó los labios, sus ojos brillaban con algo que no pude descifrar. —No es que no signifique nada, es solo que... no sé cómo manejarlo. Tú y yo... siempre fuimos mejores amigos. Y ahora, siento que todo se está desmoronando.

—No es que todo se esté desmoronando, Nicholas —respondí, la frustración escapando de mi voz. —Es que estamos actuando como si no sintiéramos nada. Como si todo esto no fuera importante, cuando en realidad es lo único que ha importado en mucho tiempo.

Nos quedamos en silencio otra vez. La lluvia afuera se intensificaba, y su sonido solo amplificaba el vacío entre nosotros.

—Tienes razón —dijo finalmente, su voz baja, casi rota. —No sé por qué no te dije nada antes. Tal vez tenía miedo de perderte. Miedo de que, si te lo decía, no habría vuelta atrás.

Lo miré, intentando entenderlo, pero me costaba. Me dolía ver lo confundido que estaba. Sabía que lo que sentíamos era real, pero las palabras parecían ser la barrera que no podíamos cruzar.

—Nicholas... —empecé, tragando el nudo en mi garganta—, ya no podemos fingir. Si seguimos así, no solo vamos a perder lo que tenemos... vamos a perderlo todo.

El silencio volvió, pero esta vez era diferente. Había una carga en el aire, algo tangible. Nicholas dio un paso hacia mí, y por un segundo, pensé que iba a decir algo que lo cambiaría todo. Pero en lugar de eso, tomó mi mano.

—No quiero perderte —susurró, sus ojos fijos en los míos. —Pero tampoco sé cómo hacer que esto funcione sin arruinarlo.

Las lágrimas que había estado conteniendo finalmente cayeron. Sentí su mano temblar contra la mía, y supe que estaba tan asustado como yo. Pero en ese momento, mientras la lluvia golpeaba las ventanas y el peso de nuestros sentimientos caía sobre nosotros, entendí que no importaba lo que dijéramos. Lo que realmente importaba era que ambos estábamos ahí, en esa sala, luchando por no perdernos.

—Yo tampoco sé cómo —admití en un susurro—, pero tenemos que intentarlo.

Nicholas me miró, y en sus ojos vi el reflejo de todo lo que habíamos sido y lo que podríamos ser. Asintió lentamente, como si estuviera de acuerdo, pero también sabía que el camino no sería fácil.

Nos quedamos así, en ese pequeño rincón de su casa, con la tormenta rugiendo afuera y la nuestra desatándose adentro.

bad habit › nicholas chávezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora