El amanecer comenzó a filtrarse lentamente a través de las cortinas, tiñendo la habitación de tonos dorados. Nicholas seguía a mi lado, su respiración llenando el espacio con una calma que antes parecía imposible de alcanzar. Era como si el universo nos hubiera concedido un respiro, una tregua en medio de todo el caos que habíamos vivido.
—No puedo creer que estemos aquí —susurró, rompiendo el silencio.
Me giré hacia él, apoyando mi cabeza en su pecho, escuchando el latido constante de su corazón. Había algo reconfortante en esa simple conexión, como si, por fin, todo encajara.
—Lo sé —respondí—. Parece... irreal.
Nicholas rió suavemente, y sentí cómo su pecho se movía bajo mi mejilla.
—Lo es, de alguna manera. Siempre pensé que esto era inalcanzable. Que tal vez no lo merecía.
Levanté la cabeza y lo miré directamente a los ojos. Había algo nuevo en su expresión, una mezcla de vulnerabilidad y fortaleza que no había visto antes.
—Mereces esto, Nicholas. Mereces ser feliz.
Él me miró en silencio, como si procesara cada palabra, como si mi voz fuera lo único que lo anclaba en ese momento. Pasaron unos segundos antes de que hablara.
—He sido muchas cosas, Mía. He cometido errores... grandes errores. Pero quiero hacer las cosas bien, esta vez. No solo por ti, sino por mí. Quiero demostrar que puedo ser más, que podemos ser más.
Mi corazón se aceleró al escuchar sus palabras. No era la perfección lo que buscaba en él, sino el compromiso, la voluntad de seguir adelante a pesar de todo. Y eso, finalmente, lo habíamos encontrado.
—No importa lo que pase después —dije—, siempre que estemos dispuestos a enfrentarlo. Eso es lo que realmente importa.
Me quedé en silencio, asimilando sus palabras, y fue entonces cuando una nueva comprensión se instaló en mí. No éramos los mismos que antes, pero, en este momento, había algo que nos unía más fuerte que nunca. La decisión de avanzar juntos, de dejar atrás los errores y abrazar lo que estábamos construyendo.
