Las sábanas se sentían pesadas sobre nuestras piernas, y aunque ya estábamos despiertos, ninguno de los dos hizo el intento de levantarse. El reloj marcaba casi las nueve de la mañana, mucho más tarde de lo que acostumbrábamos. Pero esta vez no importaba. Hoy no era un día cualquiera.
Nicholas se giró lentamente hacia mí, su mirada fija en la ventana.
—No tengo ganas de ir a la escuela hoy —dijo, rompiendo el silencio.
—Yo tampoco —respondí sin pensarlo. Sabía que debería estar preocupada por los pendientes, por las clases que estábamos saltando, pero algo en la atmósfera de ese momento hacía que todo lo demás pareciera secundario. Lo único que quería era quedarme junto a él.
Nicholas sonrió, como si mi respuesta le diera la libertad de dejarse llevar también.
—Entonces no vayamos. Pasemos el día aquí. Sin pensar en nada más —su tono era decidido, y por primera vez en mucho tiempo, no había duda en su voz.
Asentí sin dudar. Me incorporé un poco, apoyando mi espalda contra la cabecera de la cama, y lo miré a los ojos.
—¿Qué haremos todo el día?
Él se quedó pensativo por un segundo, como si estuviera considerando todas las opciones. Pero al final, sacudió la cabeza, riendo suavemente.
—Nada, Mía. No tenemos que hacer nada. Eso es lo que hace que sea perfecto.
La idea de pasar un día entero sin hacer absolutamente nada debería haberme agobiado. Pero hoy, esa libertad se sentía como un regalo.
Nos quedamos en la cama un rato más, hablando de todo y de nada, dejando que las horas avanzaran sin preocuparnos por lo que se quedaba atrás. Nicholas se levantó eventualmente, se estiró y caminó hacia la cocina.
Lo seguí después de un rato, y lo encontré con una sartén en la mano, volteando un par de huevos con una destreza sorprendente. Me reí al verlo tan concentrado en una tarea tan simple, pero él me lanzó una mirada de falsa indignación.
—¿De qué te ríes?.
—Nada, lo estás haciendo muy bien —dije, acercándome a él y robando un trozo de pan que había dejado sobre la mesa. Lo observé mientras terminaba de preparar nuestro desayuno, y me di cuenta de lo mucho que habíamos cambiado en las últimas semanas.
Habíamos llegado a este punto después de tantas caídas, tantas peleas, tantas dudas. Pero finalmente estábamos aquí, compartiendo un momento tan simple y, a la vez, tan significativo.
Nos sentamos en la mesa de la cocina, comiendo en silencio, disfrutando de la tranquilidad de estar juntos sin la presión del mundo exterior. El sol brillaba a través de las ventanas, pero esta vez no era el centro de nuestra atención. Lo que importaba era que, por primera vez, estábamos disfrutando de nuestra compañía sin la sombra del pasado pesando sobre nosotros.
—He estado pensando —dijo Nicholas de repente, rompiendo el silencio entre bocados—, sobre todo lo que hemos pasado. Y sé que... bueno, sé que he dicho esto antes, pero quiero asegurarme de que lo entiendas. No quiero que esto termine como antes.
Lo miré, viendo en sus ojos una mezcla de sinceridad y vulnerabilidad que me tomó por sorpresa.
—No terminará como antes, Nicholas —dije, con una certeza que no tenía antes—. No somos los mismos.
—Tienes razón. Pero aún así, hay días en los que temo que algo pase, que las cosas se compliquen de nuevo.
Dejé el tenedor sobre el plato y lo miré directamente. Sabía que ese temor estaba allí, lo había sentido también, en las noches más oscuras, en los momentos de duda. Pero no podía permitir que eso definiera lo que teníamos ahora.
—No vamos a caer en lo mismo —respondí, mi voz firme—. Porque esta vez estamos eligiendo hacer las cosas diferentes. Y eso es lo que importa.
Nicholas asintió lentamente, como si mis palabras le dieran algo de la seguridad que estaba buscando.
Terminamos de desayunar y, sin ningún plan concreto, nos encontramos caminando por las calles cercanas a su departamento. El cielo estaba despejado, el aire era fresco, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que el día avanzaba sin urgencias.
Pasamos por una librería, luego por un café, tomando pequeños desvíos sin ningún destino en mente. Todo se sentía tan ligero, tan distinto de los últimos meses. No había necesidad de hablar mucho, el simple hecho de estar juntos en ese momento era suficiente.
Eventualmente, llegamos a un parque. Nos sentamos en una banca observando cómo la vida continuaba a nuestro alrededor. Las personas caminaban, las hojas caían suavemente al suelo, y el ruido lejano del tráfico se mezclaban.
—Esto es lo que quiero —dijo Nicholas de repente—. No necesito grandes gestos, ni promesas imposibles. Solo... esto. Tranquilidad. Saber que, a pesar de todo, estamos aquí.
Lo miré y sonreí, sintiendo que, por primera vez, él estaba hablando desde un lugar de paz interior.
—Lo sé. Y lo tendremos. No necesitamos más que esto —respondí, apretando suavemente su mano.