Capitulo 7

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Era domingo por la tarde y yo intentaba concentrarme en cualquier cosa menos en lo que había pasado. Pero cada rincón de mi habitación me recordaba su mirada, su voz, la mezcla de frustración y anhelo que había sentido al hablar.

La tarde se tornaba gris, como si el clima supiera que mi corazón estaba en un nublado sin final. Decidí dar un paseo para despejarme. La calle estaba casi desierta, y me gustaba la idea de estar sola con mis pensamientos. Cada paso que daba parecía resonar en mi mente, repitiendo una y otra vez la conversación de la semana pasada.

De repente, escuché una risa familiar. La curiosidad me llevó a asomarme detrás de un árbol. Nicholas estaba ahí, hablando con un grupo de chicos, riendo y bromeando. Me dio una punzada en el pecho verlo tan feliz, tan despreocupado, mientras yo lidiaba con mis emociones.

No sé cuánto tiempo pasé observándolo, pero la risa en su rostro pronto se desvaneció cuando me vio. En ese instante, todo se detuvo. Él sonrió, pero su mirada cambió, como si en su interior estuviera luchando con la decisión de acercarse o no.

Sin pensarlo, decidí irme. No quería ser la causa de su tristeza, y quizás esa era la mejor forma de protegerlo. Caminé rápido, sin mirar atrás, tratando de convencerme de que era lo correcto.

—¡Mía! —su voz me alcanzó, sonando lejana y dolorosa. Me detuve, con el corazón latiendo. Me volví lentamente, y ahí estaba él, a solo unos pasos. Su expresión era una mezcla de confusión y preocupación.

—¿Por qué te vas? —preguntó, acercándose más.

—No quería interrumpir —respondí, tratando de mantener mi voz firme, pero no pude evitar que temblara.

—¿Interrumpir? ¿Qué es esto? —su tono se volvió más intenso, y en su mirada vi que estaba luchando por mantener la calma. —Esto es justo lo que quiero evitar, Mía. No puedo seguir así.

No sabía qué decir. Sentía que el aire se volvía más denso entre nosotros, como si ambos supiéramos que estábamos al borde de un precipicio.

—¿Por qué no podemos simplemente seguir siendo amigos? —dije, a pesar de que ya no creía en mis propias palabras.

Nicholas dio un paso más cerca. —No es tan simple. No para mí. La forma en que me miras, cómo me haces sentir... No puedo ignorarlo.

El dolor en su voz hizo que un nudo se formara en mi garganta. —Nicholas, no quiero perderte. No quiero que esto nos separe.

—Pero ya nos está separando —dijo, frustrado. —Cada día que no hablamos de esto, me duele más. No puedo seguir con este juego.

Miré al suelo, sintiendo cómo el mundo a mi alrededor se desvanecía. Sus palabras golpeaban mi pecho, y sabía que tenía razón. Pero aceptar lo que había entre nosotros era aterrador.

—¿Qué quieres que haga? —pregunté, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con caer.

—Quiero que seas honesta conmigo —respondió, su voz suave ahora, como un susurro. —Dime lo que sientes, Mía.

El silencio se volvió abrumador. Tenía tantas palabras atrapadas dentro de mí, pero la idea de liberarlas me aterraba. Pero al mirar su rostro, vi la vulnerabilidad en sus ojos y supe que debía arriesgarme.

—Yo... creo que estoy enamorada de ti —dije, sintiendo que el mundo se desmoronaba a mi alrededor. Cada palabra era como una explosión, liberando un torrente de emociones que había guardado.

La expresión de Nicholas cambió, sus ojos se abrieron de par en par y un destello de sorpresa cruzó su rostro. Pero antes de que pudiera responder, el eco de su grupo de amigos interrumpió, y la magia del momento se disipó.

—¡Vamos, Nicholas! —gritaron desde el otro lado. La risa y el bullicio lo llamaban de regreso.

Él miró hacia atrás y luego a mí, como si estuviera atrapado entre dos mundos. —Mía, yo... —pero las palabras quedaron ahogadas en el aire.

Sin pensarlo, di un paso atrás, tratando de proteger lo que quedaba de nosotros. —Ve con ellos. No quiero que esto se convierta en un drama.

Nicholas hizo una mueca, y en su mirada vi el conflicto. Sabía que todo había cambiado, pero el peso de lo no dicho quedó entre nosotros, mientras él se alejaba, dejándome sola con mis pensamientos.

El parque, antes un refugio, ahora era un recordatorio doloroso de la fragilidad de nuestra amistad. Me senté en un banco, el cielo roto reflejando mi corazón, mientras las lágrimas finalmente caían, llevándose mis miedos, pero dejando un vacío profundo.

bad habit › nicholas chávezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora